Pieles blancas, cabellos claros y estatura extraordinaria.
En quechua: “sacha” es árbol y “puyu”, nube. La unión de estos dos vocablos da lugar al nombre de la tribu de los “bosques nublados”, pues allá, en lo más alto de las crestas de los cerros, fue donde se establecieron por el año 800. Su arte, su arquitectura, su resistencia heroica ante los incas, y su excitante veneración por los muertos expresa un espíritu audaz e independiente que los diferencia del resto de civilizaciones andinas. Rastros de esta cultura se encuentran dispersos por las verdes montañas nororientales de Perú, entre el rio Marañón y el Huallaga. Algunos vestigios han sido descubiertos hace muy poco; otros muchos, todavía, son un completo misterio.
Por ejemplo, el asentamiento chachapoya más importante fue descubierto por casualidad en 1843, cuando un juez subió con un metro hasta lo alto de un cerro, cubierto de maleza, lianas y orquídeas, para solventar una repartición de tierras que enfrentaba a los pueblos de Kuelap y Tingo, y se encontró con un enorme poblado fortificado! 150 años después, los arqueólogos sólo han sacado a la luz un 10% del total de la fortaleza encontrada. Fue un asentamiento impresionante, con una muralla de 1,5km de longitud, muros de 20m de altura que albergaban a más de 400 casas, donde la élite chachapoya residía y se protegía ante posibles ataques, abastecidos de agua y víveres por el pueblo que vivía paganamente en el valle. Vivían en casas de piedra caliza, sin apenas ventanas, y de forma circular (probablemente para evitar los seísmos), cuyo suelo y paredes albergaba a sus propios muertos más queridos momificados (todavía se pueden ver los huesos lapidados entre los muros) con los que convivían y a los que confiaban la vigía de la morada, cuando estaban ausentes.
Se han localizado otros asentamientos más pequeños de tan sólo 30 o 40 estructuras, sin aparente organización, pero todas con sus característicos frisos geométricos adornando sus paredes, y que podrían asemejar formas de ojos:
, estas formas simbolizan, según la cosmología andina, la unión de los 3 mundos: el terrenal, el subsuelo y el cielo; además de marcar tres niveles jerárquicos con las 3 lineas superpuestas <>, que representan, por orden: la tierra (y su animal sagrado, la serpiente), el hombre (el puma), y el cielo (el cóndor). Parece ser que muchos kurakas o hechiceros de la tribu eran representados por felinos (pumas), como animales sagrados que tenían el poder de unir la tierra y el cielo.
Tambien la arquitectura funeraria chachapoya es espectacular y muy sofisticada, pero por desgracia, pocos lugares han sobrevivido al saqueo vandálico de los huaqueros de todos los tiempos.
Hay varias estructuras por la zona nororiental, pero nosotros decidimos visitar las chullpas alineadas y adosadas en acantilados inaccesibles de la Laguna de los Cóndores -descubiertas por unos peones al azar ¡hace tan sólo 12 años!-, que contenían más de 200 fardos funerarios de momias y multitud de ofrendas de cerámica y madera. Fue increíble comprobar el estado de conservación de los muertos gracias a estar colocados en lugares estratégicos con un microclima seco y frío que favorecía su buen estado. No eran embalsamados, sino que trataban la piel como cuero después de ser vaciados, los rellenaban de algodón y posteriormente los colocaban en posición fetal envueltos en múltiples capas textiles, para reducir su espacio y facilitar su transporte.
Lo que para nuestra cultura podría resultar incómodo e incluso repugnante, los chachapoyas lo hacían con sumo respeto, cuidado y extremo mimo, y reservaban los mejores sitios para tener cerca a sus muertos. Algunos dentro de sus casas, bajo su mismo suelo. Otros, entre sus paredes - ¿por qué tener miedo a un familiar querido?-. Y otros en lo alto de los riscos, con vistas espectaculares a la gran laguna azul donde podían reflejarse sus almas día tras día, y donde se les daba la posibilidad de volver a su “pacarina” (o lugar de origen*), porque, al fin y al cabo, todo final no es más que un inicio.
Actualmente sus sagrados restos, después de más 500 años ocultos por una vegetación aliada, han sido descubiertos y arrancados de sus lugares de descanso. Y ahora, sus momias gritan en silencio tras las vitrinas de cristal de un pequeño y oscuro museo.
Rajol.
*Los antiguos peruanos creían que los primeros habitantes de sus pueblos surgieron de las pacarinas (cuevas, lagos, lagunas o manantiales) por orden de los dioses, especialmente Wiracocha. Antes de ser humanos habían sido piedras o rocas del uku pacha (mundo subterráneo) y a través de las pacarinas salieron a poblar el kay pacha (superficie terrestres). En otras palabras, la pacarina es el lugar de origen mítico de los pueblos andinos. Era un lugar muy sagrado para los indígenas quienes le rendían culto y dejaban ofrendas.