Gili Meno.

La isla de Meno está lo suficientemente cerca de la costa como para que uno no olvide que dejó atrás el mundo civilizado, y aun así nuestro mundo queda muy lejos. Este pequeño trozo de tierra, algo mayor que el planeta del Principito, ha sido nuestro retiro para empezar el nuevo año. Aquí, nos rodean los volcanes de Lombok y Bali, el mar en su estado más puro, los cocoteros y la sonrisa de los niños grandes y de los más pequeños.

Las mañanas empiezan desde las cuerdas vocales de los gallos, cuando el cielo está rojo y las nubes negras se mezclan con las últimas estrellas. El sol aparece por detrás de las enormes montañas y salta hasta el centro del cielo, donde se quedará la mayor parte del tiempo. Playas de arena blanca cosidas al océano por un cementerio de trozos de coral, de conchas y caracolas.

Y el espectáculo aun está por llegar. Con el primer pie sumergido en la orilla es imposible intuir lo que depara el aire líquido y azul que te invita a zambullirte sin más preámbulos. En estas aguas uno más que nadar vuela sobre alfombras de corales laberínticas por donde entran y salen pececillos y peces cada cual más fashion. Por ahí, bajo esa terraza que se extiende hacia el abismo del mar, se pasea un pez aguja amarillo con aires de condesa. Un grupo de robustos peces unicornio miran de reojo, desde la distancia, el tráfico marino, mientras una langosta desde su oquedad, se acicala sus largas antenas. Silencio, las aguas se congelan y contienen un suspiro. A lo lejos, detrás de los castillos de coral se ha mecido una sombra. Todos están listos para desaparecer, pero en seguida se relajan cuando ven que sólo se trata de una enorme tortuga risueña. Bucear sobre tanta vida, y tantos colores te vuelve pez y te hace olvidar de que lo que te impulsa a seguir buceando, no es una cola de sirena, sino tus dos piernas terrestres.

Al salir del agua, la sonrisa de felicidad se tuerce hacia una botella de plástico que intenta remontar la orilla. Más allá se ve otra, y entre la arena, lo que parece una caracola amarilla es en realidad un bote desechado de aceite de coche. Vuelves la vista al mar y solo ves agua cristalina, y más allá la selva de Lombok que sube por donde le permite el gran volcán. ¿Qué es ese sarpullido que me está saliendo?, me pregunta la isla. Es el ser humano, le respondo, que no sabe que te hace daño.

GIli Meno playa beach sea mar barca boat fishing pesca

En el puerto descansan un puñado de barcas aupadas sobre el mar con sus patines de bambú. Algunas son para pescar, otras para llevar a los turistas a bucear, y las últimas para el transporte de pasajero hasta las islas vecinas o el puerto de Bangsal. Es el medio para volver a al lugar que nos reclama, que tacha nuestra estancia en la pequeña isla como un acto de cursilería. El mundo que dejamos atrás y que nos separa de la naturaleza hasta llegar a despreciarla. El mundo que nos convence en invertir todas nuestras energías en un bien intangible, y en promesas que nunca llegan. Pero seguimos ahí, insatisfechos, entrando y saliendo de nuestros laberintos, de callejones sin salida, de deudas y de prisas. El mundo del bienestar, del consumo, de las aceras limpias, de la ausencia mágica de la basura que generamos. Un mundo de comodidades, de máximas por la eficiencia, y del modelo único de vida que pretende encasillarnos, estandarizando caracteres, sueños e ideas. Aquí, que sólo hay un mar precioso y un trozo de tierra con cuatro gallinas, me siento lleno y abrumado de nuestro mundo tan lleno de recipientes vacios.

BIENVENIDOS A INDONESIA

¡BALI… por fin! Después de 3 días con más de 30 horas acumuladas en 4 vuelos, aterrizamos en la paradisíaca isla. Pero sufríamos un jet lag tan fuerte y soporífero que apenas vimos la playa y caímos fulminados en el primer hostal elegido al azar. Así se explica que pasáramos nuestra Navidad durmiendo (lo siento familia, imposible siquiera caminar hasta el cibercafé más cercano). Nos costó dos días recuperar el cuerpo y la mente, pero a la que fuimos conscientes del resort de ensueño en el que nos habíamos despertado (¡todo Bali es un hotel de puro lujo!) y que nuestro presupuesto de un día se nos iba en unos noodles con gambas, pusimos proa hacia el archipiélago de Nusa Tenggara. Sepultamos en el fondo de la mochila nuestros forros polares y las botas de montaña, nos enfundamos el bañador y las chanclas, y tomamos un ferry hacia las Gili Islands.

My Mola Mola

Las Gili Islands son 3 minúsculos islotes de playas cristalinas. Gili AIR, es la más festiva y es donde se quedaron Pepe, Noemi, Marco y compañía. Gili MENO es la más tranquila, osease la nuestra. Es un pequeño paraíso de cocoteros, arrecifes de coral, arena blanca y aguas cristalinas. De hecho, aquí es donde nos quedaríamos a vivir para siempre. Pero tranquilos, de momento sólo pasaremos el Fin de Año.

Un dia en Los Angeles

Después de un mes y medio en la Bolivia de Evo, es suficiente con un día y medio en Los Ángeles del Merry Christmas. Después de 12 horas de vuelo, nos tomamos un forzado descanso en Los Angeles hasta el siguiente vuelo de conexión a Taipei (ver mapa!).

Los Ángeles es una ciudad kilométrica ¡160 millas!, de las que sólo recorrimos 3. Pero en ese reducido espacio vimos una pequeña muestra de lo que luego creo se multiplica y extrapola milla por milla hasta la saciedad. Paseamos entre papas noeles "ho ho ho", observamos incrédulos a un veterano de la guerra recogiendo periódicos del suelo, dejamos paso a enormes obesos bamboleantes, nos sentamos en el metrobús 125 con el típico latino pandillero, saludamos a varios morgan freemans y algún que otro eddie murphy rapero, esquivamos a niños en patín con una enorme hamburguesa en cada mano,… y así un largo y escalofriante etcétera compuesto por los más variopintos extras de una película hollywoodiense cualquiera.

Después paseamos por las playas de Sta. Monica, inmensas, largas, de los vigilantes de la playa. Pero en lugar de ver a éstos arrojándose a las olas con su flotador rojo, sólo vimos picotear la arena a un grupo de cormoranes y pelícanos. ¡Es invierno! Siento decepcionaros…

Recorrimos también algunas calles: ¡en Los Ángeles la gente no camina! Las avenidas de 4 carriles están infestadas de hileras interminables de lujosos todo-terreno Chevrolet. Y es curioso el aire que se respira. Lo masticarías. Tiene un aroma grasiento y dulzón, una mezcla deliciosa de kétchup, aceite y Donut que te embriaga y te arrastra irremediablemente a cualquier establecimiento de comida rápida. Cada cruce de calles es un centro comercial custodiado por un McDonalds o una gasolinera. Hamburguesas y petróleo dictan el entramado de la ciudad.

Así, todo el mundo conduce un auto. O un carrito de la compra. Estos últimos se ven brillantes deslizándose, abultados de regalos, de estantería en estantería, por los gigantes "stores". Pero también se ven otros mucho más oxidados que traquetean por las sucias calles, de basura en basura, arrastrados por indigentes que rebuscan, incansables, su oportunidad perdida.

32 en tránsito...

Mi cumpleaños empezó en la cola de un avión, con los ojos cansados y con destino Nueva York. Dejábamos atrás el Altiplano Andino para aterrizar en un paisaje de nieve que sólo veríamos desde las ventanillas del avión. En el aeropuerto de Newark, Rajol me ató unos cuantos globos a la mochila, y así paseábamos por la zona de tránsito. De vez en cuando, cuando alguien nos miraba, Rajol se envalentonaba en explicaciones a los extraños sobre mi cumpleaños, y la gente se dirigía hacia mí con un Happy Birthday. Entre tontería y tontería, confundimos la hora de embarque con la hora de salida del avión, y llegamos a la puerta 104 cuando ya casi habían cerrado el vuelo. Uff… Por los pelos… Durante el segundo vuelo con dirección a Los Ángeles aún era mi cumpleaños, y Rajol en su empeño por hacer un hueco a un día especial entre aviones y aeropuertos, consiguió que me trajesen un helado con frutas a mi asiento, sin velita porque las normas no lo permiten, con otro Happy Birthday que me sonrojó, y que trajo otros de los vecinos de asiento que me rodeaban. Ya en Los Ángeles y en el hotel, volvimos a dejar caer que cumplía años y nos respondieron con unas cervezas gratis para cenar y despedir mi cumpleaños. 32 añitos y aquí estamos, dando rienda suelta a una idea; seguir soñando como cuando éramos enanos y soñábamos tanto…

Robiol.

cumple en L.A.

Gripe RA

Llamada inicialmente Gripe Rajol hasta que las ventas de rajols cayeron en picado. Se trata de una mutación de la gripe común que ataca a aquellas personas que están de viaje. Los síntomas que se han podido registrar hasta ahora, porque habrá más, son: torceduras de tobillo, estragos intestinales, infecciones subcutáneas por picaduras de araña y deshidratación.

Para evitar el contagio no hay hasta el momento recomendaciones registradas. Si cree estar contagiado, rogamos se dirija al hospital más cercano y evite tomarse la molestia de contactar con su seguro de viaje, porque este no le tomará en serio, y en consecuencia le dará un paracetamol para el dolor.

La gripe Ra no es mortal, pero pica mucho y obliga a ingerir grandes cantidades de antibiótico, antiespasmódicos, arroz blanco, patata cocida y pollo salcochado.

Robiol.

Susto

Por fin nos avisaron de que el taxi esperaba en la puerta del hostal. Subimos el equipaje y el conductor puso rumbo al aeropuerto de La Paz. El coche ascendía hacia El Alto, y sentíamos en la lejanía de las luces que quedaban atrás, como Sudamérica se desvanecía y deformaba en una amalgama de recuerdos. Nos dejamos llevar por el silencio del motor superando la pendiente de la noche, que rayaba los cristales a gran velocidad. El taxi llegó por fin al linde de la urbe, torció a la derecha y se adentró en el aeropuerto a través de una superficie despejada y vacía, donde se veía algún avión mal iluminado en medio de la noche.

Volábamos con LAN. Nuestro vuelo no aparecía en las pantallas de salidas. Nos dirigimos a información, aun ajenos a lo que se nos avecinaba, y allí descubrimos que nuestro vuelo no operaba desde hacía 6 meses. Las oficinas de LAN estaban cerradas y nadie cogió ninguno de los muchos teléfonos a los que llamamos ¿qué podíamos hacer? Teníamos que estar en Lima en menos de 48 horas, y la noche de ese día ya la teníamos perdida. No nos daba tiempo de hacer el recorrido en autobús. Por internet comprobamos con estupor que todos los vuelos estaban llenos en los siguientes dos días. Era fin de semana, y la Navidad acaparaba todos los asientos a Lima, Nueva York, Los Ángeles, y demás combinaciones que podían irnos bien.

Regresamos a Sudamérica con el sentimiento de volver a un lugar que ya habíamos desterrado del futuro a corto plazo, y que por ente no nos pertenecía. Desandar el hilo de luces que nos llevó nuevamente hasta el centro fue opresivo. Nos engullía el silencio de la incertidumbre y la impotencia. Hasta la mañana siguiente no podíamos hacer nada.

Nos despertamos con el peso de los acontecimientos pellizcándonos las sienes. Los nervios nos habían devorado el estómago, pero para hacer tiempo hasta que abriesen la oficina de nuestra salvación, engullimos un desayuno. Diez minutos antes de que las oficinas de LAN abriesen, ya estábamos en frente de la puerta. A partir de ahí todo empezó a relajarse. No fue difícil que nos diesen la razón por no habernos informado del cambio. Al parecer nuestro vuelo había sido adelantado 7 horas, y lo habíamos perdido. Nos hicieron un hueco en el vuelo de la tarde de ese mismo día, y conseguimos llegar a Lima 24 horas antes del vuelo a Indonesia. Suerte que habíamos previsto un buen margen entre vuelos, de lo contrario no nos hubiésemos podido permitir otro billete hasta Asia. Pasamos una noche horrible, dormimos con una neurona puesta en cada solución que se nos iba ocurriendo, y al final solo necesitamos dar con la persona adecuada para solucionar el contratiempo. Pudimos habernos ahorrado muchos nervios, pero somos humanos.

Robiol.

Las otras impresiones: Bolivia

Viajando por Ecuador y Perú sólo oíamos cosas buenas de Bolivia. De Perú hemos oído cosas malas desde el norte y desde el sur. Y nuestra experiencia, que se reduce a un universo sumamente pequeño en el espacio y el tiempo, ha sido que los peruanos son encantadores, a pesar de las constantes críticas de sus vecinos bolivianos y ecuatorianos. De los ecuatorianos también guardamos un cariñoso recuerdo.

Cada día nos intentábamos convencer de que las cosas eran diferentes, y cada día le dábamos a Bolivia una nueva oportunidad. El problema: la gente. Nunca hasta ahora, en ningún otro país, nos habíamos tragado tantos males sabores de boca. Contando con una mano la gente buena que nos encontramos en este país, el resto, quizá debido a la mala suerte, para no ser injustos y caer en la generalización, nos han tratado mal, donde el engaño y la mentira han sido una constante. Cada día ha sido un ejercicio mental para desenmascarar a los malos, y ya de ante mano no podíamos evitar pensar que todos nos querían engañar. Ocurre que al toparnos con personas de buenas intenciones, de virtudes que en casa calificaríamos más bien como normales, teníamos que llegar a disculparnos ante ellos por nuestra suspicacia y desconfianza. Llegaba un momento en que resultaba cansino y nada divertido. Regateaban con mala cara y se enfadaban si proponías el precio justo. Cuando pedías información a todo lo que preguntabas te decían que sí, para luego descubrir que el autobús con baño, asiento semi-cama y tres paradas para estirar las piernas, era en realidad, un autobús de los que se exhibían en los museos, con asientos simplemente reclinables, sin baño, con la rueda debajo que te despedía hacia el techo en cada socabrón, y con parada sólo en aquellos sitios donde se bajaban los pasajeros. ¿Discutir? ¿Reclamar? Sólo servía para pasar un mal rato y poner en peligrosa tensión las venas del cuello. Nos ha costado entender que en estos diálogos de besugos, en los que te puedes llegar a convertir increíblemente en el mentiroso y embaucador, es mejor pasarlo por alto y dejar de blandir la bandera de defensa de “tus derechos”. ¿Qué derechos? Y es que alguno se ha salido por la tangente aduciendo que siempre somos los españoles los que nos quejamos y que esto es Bolivia y aquí no tenemos ni voz ni voto. Qué gran verdad, y que triste solo poder disfrutar de este país cuando estábamos perdidos por las montañas lejos de los bolivianos.

Seguro que la predisposición que hemos adquirido ante los bolivianos tiene mucho que ver con nuestras conclusiones. Pero tampoco nos parece justo que en este blog sólo hablemos de las maravillas que cruzan nuestros ojos, y así, había que citar como una experiencia más nuestra desidia.

Si alguien nos pregunta que nos pareció Bolivia. Lo tenemos claro: es un país precioso, pero los indígenas son muy cerrados, no sienten ninguna curiosidad por ti, y no tienen el más mínimo interés en compartir nada contigo. Así, el viaje es más una experiencia geográfica y gastronómica, y para nada un intercambio cultural. Ya al final del camino, descubrimos que su trato con nosotros nada tenía que ver con el color de nuestra piel, o el origen que delataba nuestro acento. Entre ellos se tratan igual de mal que con nosotros. Y es que no es lo mismo ver Bolivia, que vivirla, y en el mes y medio que hemos pasado en este país creemos haber tenido una experiencia bastante representativa.

Y para no acabar este párrafo de forma tan pesimista, añadir que en La Paz, un amigo boliviano nos trató siempre de maravilla, y en Potosí nos sentimos como en casa. En el departamento de Santa Cruz y en la ciudad de Cochabamba nos encontramos con unos bolivianos completamente distintos: abiertos, alegres y cercanos. Gracias, por habernos sacado del oscuro túnel de la estupefacción. Y mil disculpas a todos aquellos bolivianos que nos perdimos conocer y que seguramente nos habrían llenado con el mito de su hospitalidad.

Robiol.

Las dos Bolivias

Bolivia está partida en dos geográficamente, el oriente de ricas tierras bajas tropicales y el occidente del altiplano frio y empobrecido.

También hay dos Bolivias en cuanto a gentes que las ocupan. Por un lado, los campas hasta ahora siempre habían tenido el poder. Ocupan las zonas tropicales más ricas en cuanto a pastos, agricultura y economía. Son de tez blanca, de influencia brasileña y occidental, sonrientes y extrovertidos. Po otro lado, los kollas representando a los indígenas o gente del altiplano conformados por más de 50 culturas. Son chiquitos y morenos, visten de forma tradicional, sometidos desde siglos por la historia y la pobreza, privados siempre del poder, son desconfiados, parcos en palabras, incluso huidizos. Los kollas nunca han podido mostrar su verdadera realidad. Pero ahora esto ha cambiado: Evo les ha restablecido su identidad. Les ha devuelto sus vestidos, sus lenguas, su historia. Y se quieren sentir de nuevo orgullosos, fuertes y con voz. Quieren existir y sentir que existen, y todo el desprecio acumulado que han recibido de antaño, lo devuelven hoy multiplicado con saña hacia el blanco que se intenta acercar a ellos. El espejo del racismo refleja ahora su más viva imagen. Evo ha sido reelegido, aquí todos dicen que no tiene programa, que Evo y el MAS (Movimiento Al Socialismo) sólo es una reacción social, amparada mayoritariamente por un grupo más que abultado de asociaciones locales indígenas. Evo, un antiguo cocalero, creía hace 5 años que no iba a ganar jamás unas elecciones nacionales, en cambio, ahí lo tienen recién reelegido, paseándose con humildad pero con desatado vigor adornado con guirnaldas de coca, fruta, y verduras, enalteciendo al pueblo. Lo siguen una inmensa masa de mujeres vestidas con bombín, o sombreros de paja sobre sus largas trenzas, polleras de colores intensos y enaguas cortas, también cocaleros sombríos de tez curtida. Hoy la nueva élite política representa a la inmensa mayoría del país, el pueblo indígena, que nunca triunfó en las interminables y siempre fracasadas rebeliones antiguas. Hoy mediante el voto democrático, son los verdaderos ganadores y van a conducir el país tal como ellos decidan, según su Pachamama, al margen del sistema capitalista que nos embarga a todos.

De muy cerca, la élite blanca conservadora campa, vigila con cierto temor y recelo este movimiento social que amenaza su estatus. Se saben minoritarios, pero actúan con la impunidad de sentirse propietarios de todo aquello que genera la mayor parte de ingresos y riqueza de Bolivia: recursos naturales, gas, agricultura, banca, etc.

Recorrer Bolivia durante las Elecciones presidenciales es sentir el odio y el orgullo kolla del frio altiplano, y oír los susurros conspiratorios campas que soplan del cálido trópico.

. . . b U e n A s F i E s T a S . . .

Felicitación Navidad con texto

..¡Un malabarista en Buena Vista!

Salimos del hostal Nadia. En la plaza corretean unos niños. Se respira un aroma dulzón a lluvia tierna en la tierra. Encaminamos nuestros pasos hacia uno de los banquitos de la plaza.

Allá dos frágiles figuras se mueven despacio, al acercarnos los vemos colocar con extremo cuidado sus collares artesanales hechos de semillas. Sí, son ellos. Nos saludamos con cariño y conversamos con palabras sencillas. Su suave acento francés se desliza por sus dedos mientras acaricia unas pelotas de malabarista. Animamos a Robiol para que haga unos juegos. Las pelotas, cambian de manos, y tímidamente despiertan. A los pocos segundos, voltean llenando de color el aire. ¡Átomos verdes, rojos, amarillos suspendidos en el aire..! Poco a poco los niños dejan sus juegos y se acercan a curiosear. Se sientan alrededor. Una nariz roja de payaso da un toque de simpatía a la noria mágica dibujada por las manos de Robiol. Risas contenidas. Manitas que se retuercen. Explosión de aplausos. ¡Ups! OOhhh… ¡Una pelota cae! Después, otra más.. Pero vuelven rápidas al juego circular, no se quieren perder la diversión. Al cabo de unos minutos, el ritmo se vuelve lento y las pelotas parecen llamar a su verdadero maestro. Cambian de nuevo de mano. El artista francés improvisa, toma tres pelotas, luego cuatro, ¡después cinco! Sus pies dibujan figuras imposibles en el suelo, baila con los ojos fijos en sus pelotas de colores que flotan en el aire como estrellas. El espectáculo brilla. Aplausos infantiles, grititos agudos de sorpresa.

Al final, los niños corren tímidamente hacia la frágil figura para entregarle unas monedas. Son pocas, y de poco valor, pero eso no importa. El maestro las mira complacido y las cuenta. Después elige una de ellas y se la entrega a Robiol. Robiol la mira. La admira. Robiol conmovido.

Rajol.

Bolivia: Elecciones Generales 2009

María ha corrido el rodillo metálico del cyber-café donde trabaja. Sí, los domingos tampoco libra. Al poco de darle al interruptor de la corriente, los primeros clientes de la mañana han aparecido puntuales y fieles al juego que no terminaron el fin de semana pasado. Los más pequeños se aúpan en las banquetas para llegar al monitor, y como sus manos pequeñitas no dan para alcanzar todas las combinaciones letales del teclado, entre dos o tres se reparten las armas del héroe del juego, y sus movimientos por callejones repletos de zombis y monstruos que hay que aniquilar. Gritan, se exaltan, se delatan sus descubrimientos y se sorprenden con las armas que, a medida que avanzan, son más grandes, destructivas y luminosas.

A la media hora los niños desaparecen y empiezan a entrar los mayores. María les pregunta a cada uno si ya han votado. Sí, dice el primero en tono comprometido, fui a votar a las 4 de la mañana. Las calles están llenas de lluvia en este pequeño pueblo del Amazonas boliviano, y los porches están llenos de gente que especula sobre la evolución de las elecciones generales.

Evo presidente. Lo dicen con pesar los que quieren el cambio con Manfred, y lo esperan sin ninguna duda los tantos otros que ven la reelección con optimismo. Los que ya han votado respiran con aire relajado, sentados al resguardo de la lluvia que viene y se va. Comen empanadas de pollo con la mano limpia de tinta que no han utilizado para identificar su voto. El pulgar de color azul antes de votar, y de color lila el índice o el meñique para sellar el voto. Las manchas de tinta en los dedos me recuerdan a las tiritas de un análisis de sangre, y la salteña que comen, el primer bocado después de ayunar toda la mañana, y después, la espera del que no quiere que aparezca nada malo en los resultados.

María no puede votar porqué aun es menor de edad. En esta lluvia de mañana de domingo, en este pueblo rodeado por la selva y los mosquitos, sólo se dedica a cobrar los tiempos de consumo de las máquinas, a charlar y reír con las amigas que la visitan fugazmente y a preguntar más por cortesía que por curiosidad, a los que ya votaron. Podría ser como cualquier otro domingo, tranquilo y sosegado. Y así será, mientras Evo gane las elecciones.

Robiol.

Seis recuerdos del Amboró de Macuñucú.

Nos impresionó tanto el Amboró de Samaipata que decidimos adentrarnos también por la parte norte del Parque. Para ello, viajamos hasta Buena Vista, y de ahí hasta Sta. Rosa, desde donde caminamos los 14km de palmeras que nos separaban de la pequeña comunidad de Macuñucú. Allá permanecimos 2 días, en un campamento solitario de cabañas de madera, rodeados tan sólo de selva y lluvia.

Sólo 6 recuerdos:

El aliento caliente y húmedo que te arroja la selva cuando suspira,

La imagen de unos niños jugando en el río turbio, cubiertos por una hojarasca parpadeante de mariposas amarillas,

Correr perseguidos por tormentas convertidas en espesas cortinas que aplastan todos los átomos de vida contra la tierra,

Explicarle a Pablo, sentados en su banquito, que los relámpagos no son las chispas de los cascos del caballo de San Pedro cuando galopa por el cielo,

Caminar siguiendo, sin parpadear, el vuelo suspensivo de una pequeña luciérnaga en la oscuridad.

Enroscarnos dentro de nuestras crisálidas de nylon, en las que se convirtieron las mosquiteras, mientras un universo metálico de insectos plagaba las paredes de la habitación.

Rajol.

Super Robiol II: misión fracasada.

Super Robiol no pudo, ni aún con sus conocimientos de ingeniería mecánica, evitar la avería que arruinó los frenos del taxi en el que viajábamos.
Así, que esperó sentado, tal como muestra la foto:



Por suerte, un clavo despuntado, una madeja de hilo y mucha maña lograron “clausurar” el orificio por donde escapaba el líquido de frenos.
¡Y pudimos continuar nuestro camino a Sta. Cruz..!

Rajol.

Rozando apenas el Parque Natural del Amboró

En el camino que va de Sucre a Sta. Cruz, se encuentra Samaipata, un pueblecito situado en el codo de los Andes, justo en la esquina del triángulo formado por el Chaco, el Amazonas y los Andes. Aquí puedes encontrar bosques nublados de helechos gigantescos o secos cañones de montañas peladas con algún cactus despistado apuntando al cielo.

De la mano de Carmelo, salimos una mañana de excursión por el umbral del Amboró, uno de los parques naturales más grandes de Bolivia, flanqueado por una muralla de inaccesibles montañas. La temporada de lluvias ya debería de haber empezado, así que fuimos adentrándonos en esa pequeña selva empujados por un húmedo viento y bajo la mirada gris de las vastas nubes agazapadas en las cumbres. El verde y el rojo son los colores que se apoderan de tus pupilas; el espesor de la selva es de un verde penetrante y se combina con el rojo ladrillo del barro del camino. Sólo a veces, estos dos colores se ven pespunteados por una ráfaga de intenso amarillo o azul que pasa veloz con el revoloteo de una gran mariposa.

Atentos al ruido del bosque, cada tres pasos, nos paramos, escudriñamos la maleza, dejamos pasar unos segundos, y continuamos avanzando. El ruido del bosque te habla con un murmullo de hojarasca seca y el crujir chirriante de las cortezas de las palmeras. O de repente te grita, con el agudo graznido de algún tucán, kurubú o oropéndula en pleno vuelo. O se calla con el silencio de los segundos que quedan suspendidos tras el salto inesperado de algún insecto. También te cuenta con el borboteo cansado y metálico del rio; o te advierte, con el fragor del repique de dos troncos contra el viento. Todo forma parte de un discurso intenso, lleno de sentido, que silencia nuestras palabras. Allá, en las profundidades verdes, no se te ocurre objetar.

Una osada serpiente se nos enfrentó, mordaz, en la grieta de un camino, una iguana gigante huyó ágilmente bajo las ramas ante nuestros pasos, y multitud de coloridas aves nos observaban poderosas entre el reino de sus ramas. Mientras tanto, nosotros avanzábamos lentos y torpes, espantando a manotazos las nubes de mosquitos, tropezando con lianas que se nos aferraban a los pies, pinchándonos a cada rama, y resbalando por el pegajoso fango. Pasos desgarbados de botas de gran ciudad.

Todavía se escuchan las risas en lo más profundo de la implacable selva…

Rajol.

Indonesia y Timor Leste


Ver Asia en un mapa más grande

Sopa-volcán Kala Purca

En Potosí es muy típica la sopa kala purca. Es una sopa picante a base de ají, maíz, hortalizas y chicharrón. Para mantenerla caliente se cocina y también se sirve con pequeñas rocas volcánicas bien calientes en el fondo del cuenco de barro, que hacen que la sopa se levante en ricas burbujas humeantes.

Rajol.

El Dios, El Tío

El Cerro Rico fue descubierto por los Incas. Conocían la existencia de su riqueza, pero no la explotaban porque la montaña les había hablado y advertido que aquella plata no era para ellos, sino para otros hombres que aun estaban por venir. La montaña se consideró un lugar sagrado y prohibido, y así se mantuvo hasta la llegada de los españoles.

La conquista, en su avance, llegó irremediablemente hasta Potosí. Pero en su inicio los españoles no dieron con la plata, y por entonces, ya nadie recordaba los secretos de la montaña que coronaba la ciudad. Un día un pastor echo en falta una llama y se fue en su busca hasta lo alto del cerro. Encontró al animal pero le alcanzó la noche. Buscó un lugar donde resguardarse del frío, prendió una hoguera y se echó a dormir acurrucado al animal. Por la mañana descubrió, bajo las brasas humeantes, unas lágrimas grises. Eran pura plata, una veta de puro mineral había aparecido bajo el fuego que le había arropado en la noche.

Mantuvo el secreto y nunca reveló a los españoles su descubrimiento. Pero el yacimiento era tan bárbaro que precisó de ayuda y le contó a un compadre su secreto. Ambos durante años se fueron haciendo inmensamente ricos, aunque el segundo envidioso de recibir menos que el descubridor, en un mal día, delató a los españoles el hallazgo. Rápidamente las autoridades locales intervinieron el lugar e impusieron una mita, que obligaba a los índigenas a trabajar en las minas durante 6 meses, pero que los españoles conseguían mutarla de por vida con excusas obtusas y deudas inventadas.

Los españoles nunca entraban en las minas y ello les costaba perder la noción de lo que ocurría en las tripas de la montaña. Los indígenas, aprovechando la ausencia de la autoridad en el interior de los túneles, empezaron a reducir el ritmo de trabajo, y la plata dejó de brotar momentáneamente en los raudales que los españoles contaban acostumbrados.

Y aquí acontece uno de los hechos que nos ha resultado más insólito. La invención por parte de los españoles del Dios de la Mina, para controlar el trabajo que no veían en el interior del Cerro Rico. Como en quechua no existe la letra “d”, los indígenas no podían pronunciar “Dios” lo que los llevo a designarlo como “Tius”, y así hasta nuestros días nos ha llegado el nombre de “Tío”, El Tío. Pero como íbamos diciendo, el hecho que nos parece sorprendente es la creación de un dios con intereses meramente económicos. Crearon una imagen abominable, semejante a lso relatos bíblicos del diablo, que castigaría con la muerte a todo aquel minero que no se dejase el pellejo escarbando en las rocas. Al principio resultó, y los contables volvieron a disfrutar de números récord en la extracción de la plata. Pero poco a poco, los indígenas se dieron cuenta de que aquel ser divino ni castigaba ni hacía nada, y en vez de obviarlo, se lo hicieron suyo y lo aceptaron como un ser protector y no como un dios vengativo.

Minas de Potosí - El diablo de la mina

Como hace cualquier religión para controlar a los pueblos, se inventaron a un Dios que estuviese presente en las vidas de la gente, en sus actividades, en su intimidad, en sus deseos y pensamientos. Con esa presencia divina, que tanto se predica hoy en día, se consigue dirigir a la humanidad hacia un bien carnal que diseñan otros hombres. Las profundidades de las minas no son más que nuestra propia voluntad que intenta ser controlada por personas como nosotros, que dicen ser enviados y tocados por la divinidad.

El Tío está presente en cada una de las galerías que se adentra en el cerro. La silicosis y los accidentes se han llevado millones de vidas. Cuesta entender cómo funcionan esos poderes sobrenaturales de un demonio impuesto por los españoles y posteriormente hecho cómo suyo por los mineros. Ellos ahora lo respetan y lo veneran, de lo contrario están convencidos de que El Tío se hará con sus almas. Son tantas las vidas humanas que se ha tragado la montaña de plata, que en sus laderas ya no crece nada porque solo transpira muerte.

Robiol.

Curiosidades de la Mina

La dinamita en Potosí se expende como si fuera una chocolatina, el cartucho sólo está protegido por un fino envoltorio de color, y te la entregan, con mecha y detonador, por tan sólo 5 bolivianos (0,50cc€). También venden fácilmente sacos de hojas de coca y botellas de alcohol potable () de 96º.

Los cigarros y la coca son el único sustento de los mineros allá dentro. La coca se mezcla con la uijta (masa negra y chiclosa hecha de quinua, patata y cáscara de banana) y masticarla en cantidades quita la sensación de hambre y sed, además del cansancio. Eso les hace soportar largas jornadas inmersos en la oscuridad. Llegan a tomar dos pequeños sacos en esas 8-12 horas, convirtiéndose así en su reloj biológico vital, ya que cuando se les acaba la coca, es hora de volver al mundo de la luz. Los cigarros, de tabaco puro mezclado con canela, cáscara de naranja y eucaliptus, también cumplen su función ya que el humo que se desprende al fumar se queda suspendido arriba, empujando para abajo el gas tóxico de las explosiones, evitando así su inhalación.

Rajol.

Desde las profundidades de las minas de Potosí

Mientras nos probamos las botas y el casco, Antonio, excitado, no para de hablar. Lo sabe todo sobre las minas. No en vano, trabajó allá desde los 12 años. Lo observo en silencio y fija en mis ojos una sonrisa abierta de pozo oscuro.

A los pocos minutos, estamos enfundados en unos monos amarillos talla XXL, botas negras, casco rojo con una luz imponente, y batería en la espalda. Tomamos un microbús, que nos lleva a lo alto del cerro. Al bajar, y pasear por las calles, mis pasos son lentos y torpes, y me siento como una auténtica astronauta, respirando con dificultad, en la superficie de la Luna. Antonio, entonces, nos lleva de compras callejeando por el mercado del Calvario, donde nos aprovisionamos de lo indispensable, es decir, varios cartuchos de dinamita con su mecha y detonador correspondiente, bastante coca, cigarrillos sin filtro y 1 litro de alcohol potable de 96º. Estos serán nuestros regalos para los mineros que nos esperan.

Al fin en la entrada de la mina. Un simple agujero excavado en la tierra, oscuro y tenebroso. Sus paredes de tierra están salpicadas de una sangre negra y vieja. En el último sacrificio de la llama, toda la comunidad se reunió en la entrada del agujero rogando por la abundancia de mineral y porque la muerte no atormente a los mineros que se adentran en él, día tras día. Ocho millones de mineros han muerto desde que el Cerro fue descubierto en 1546. La enfermedad de la Silicosis, las explosiones imprevistas e inhalar gases mortales, son la gran amenaza.

Varios niños nos cortan el paso con sus bandejitas de piedras de colores y nos piden que le compremos. Retuercen las piedras brillantes entre sus pequeños dedos mientras nos miran con los ojos brillantes despuntando entre sus caritas cubiertas de hollín. Son los hijos de los mineros, algunos se quedan rondando las minas, otros bajan a Potosí a buscar otro tipo de plata, ayudando en la venta ambulante o limpiando nichos en el cementerio. Más tarde, con 12 ó 14 años, empujarán pesadas vagonetas cargadas con 16 toneladas de piedra, recorriendo los largos túneles de la mina, por 150 bolivianos (15€).

Una vez en los túneles, caminamos con las botas sumergidas en densos charcos amarillos, agachados sobre nuestras rodillas, rozando con los codos y el casco la rugosa superficie de la Tierra. El oxígeno falta y un aroma agrio a amianto se revuelve por las cavernas antes de entrar fríamente en nuestros pulmones. El sonido del aire comprimido escapando por los tubos y el traqueteo de las vagonetas se ve interrumpido por el sonido perdido y desacompasado de unos martillazos sordos contra una roca lejana. Un mundo extraño aparece ante nuestros ojos que hacen un esfuerzo por acostumbrarse a la oscuridad. Cavernas terrosas que se multiplican adentrándose en las entrañas de la tierra, engulléndonos, ¿cómo saber cual de ellas es la que te lleva de nuevo a la superficie?

Después de recorrer varias grutas, damos con una galería adornada de finas estalactitas de óxido de zinc y cubierta de venitas de estaño y plata. Hay también una polea con una cuerda que pende y se agita, como una cola de lagartija, en las profundidades de un agujero sin fondo. ¡Por fin mineral! Un amasijo de luz y sudor golpea con fuerza la pared. Se gira hacia nosotros con brusquedad, con el martillo en la mano. Es un minero amigo de Antonio. Nos cuenta, con la mejilla convertida en una bola, a reventar de hojas de coca, que sigue el rastro de una vena de la tierra que le está dando “harto plata”. En tres días quizás conseguirá reunir un saco de 40 o 50 kg de piedra cubierta de polvo de plata o zinc por el que le darán unos 150 bolivianos. El minero de Potosí es un hombre recio, de palabras secas y mirada dura. Parece que en algún momento se transformó en la piedra que rompe cada día. Se cuenta, que cuando hay conflictos sociales y el minero se enfada y baja a la ciudad, la gente se esconde en sus casas y cierran puertas y ventanas, aterrada. Se cuenta que cuando el minero baja, baja con dinamita dispuesto a todo.

En las minas no hay mujeres. Es un mundo de hombres. Se dice incluso que es peligroso que las mujeres bajen, pues la Pachamama (la Tierra) que también es mujer, se encela tremendamente y podría esconder, con rencor, los minerales.

Y, por fin, el Tío. Nos espera agazapado en su caverna, al final del recorrido. El Tío es el Diablo. Un Diablo esculpido en barro, coronado por enormes cuernos y ojos incrustados de canica. Allá dentro el Tío es el dueño de todo. El minero de Potosí cuando está fuera de la mina cree en una Virgen impuesta, pero dentro, se encomienda al Diablo porque allá abajo es el único que mitiga sus penas, él único que ve sus manos ensangrentadas y siente su espalda quebrada por el dolor. El Tío tiene su propia capilla, cubierta de las más preciadas ofrendas: montañas de hojas de coca y charcos de alcohol. Existen infinidad de historias inverosímiles sobre su poder. El minero le respeta y le teme, pero aún así, lo adora y hay ciertos rituales que todos, sin excepción, cumplen. Por ejemplo: cubren de hojas de coca su cabeza, para ganar en concentración; sus hombros, para poseer la fuerza necesaria para extraer el mineral; sus piernas, para que les conduzca hacia la salida; y por último, cubren la tierra, para pedirle fertilidad, que sea rica en minerales. Después también vierten sobre Él, alcohol para que beba, y posan en sus labios de barro, un cigarrillo, para que fume. Este ritual es importantísimo para ellos: por Él y para Él trabajan, y Él los cuida.

Al salir de los oscuros túneles, la luz penetrante del sol nos ciega, y el oxígeno vuelve a hinchar nuestros pulmones. Me siento aturdida y débil, pero feliz de estar de nuevo arriba. Miro a Antonio sacudiéndose el polvo y su sonrisa vuelve a brillar.

Gracias, Antonio, por hacernos ver el horror de la mina con tus ojos. Esa mina de la que escapaste hace unos años, volando sobre el lomo de los libros. Gracias por mostrarnos también tu gran sueño, un sueño que ya está al alcance de tus manos. Qué fuerte eres.


Rajol.

** Visitad su Blog en:
www.minerosdelcerrorricodepotosienlared.blogspot.com

La QUINUA, el SuperCereal.

Desde Ecuador hasta Bolivia, la quinua nos ha seguido en nuestro viaje de plato en plato. La mayoría de las veces, en sopa; pero también la hemos probado, cocida como pasta, disuelta en leche para desayuno, o en flan de postre.

La quinua es un cereal ancestral muy integrado en la dieta de estas culturas, ya que es uno de los alimentos principales de la civilización inca (junto con la papa y el maíz). Se le considera el GRANO MADRE porque contiene más proteínas que cualquier otro cereal: un promedio del 16-20% (!) y el triple de calcio y doble de fósforo que el trigo común. También tiene un alto contenido el lisina, cistina, potasio, fibras, minerales, y almidón, que combinan e incrementar el valor de las proteínas. También contiene un aminoácido similar al de la leche, lo que lo convierte en un excelente alimento. ADemás sus diferentes formas de presentación la hacen muy adaptable a cualquier dieta.

La historia de este grano ancestral proviene del mundo inca, en el que era venerado y ofrecido a los dioses en recipientes de oro en las fiestas del solsticio. La tierra donde se cosechaba también era labrada con aperos hechos en oro. Así se le denominó por muchos años como el grano de ORO. Más adelante, Garcilaso de la Vega lo menciona como QUINUA REAL pues constituía un privilegio en la alimentación de la nobleza incaica. Muchas tradiciones que concluyeron con la conquista española y la cristianización posterior, hicieron decaer su cultivo y consumo y se le llegó a considerar el grano DEMONIACO debido a leyendas negras sobre la extraordinaria e inigualable resistencia de esos indios, que llevaban su bolsita de grano colgada al cuello, y que eran sometidos a crueles trabajos en extensas jornadas y de las mujeres indias maltratadas que aguantaban duros embarazos y partos en pésimas condiciones. De esta forma, durante siglos, el trigo sustituyó casi por completo las cosechas de la quinua demoníaca, así como el tarwi, quiwicha, cañahua, etc… desplazando así la cultura y tradición gastronómica inca.

Actualmente, por suerte, se ha recuperado este alimento tan esencial y continuamente se valoran sus excelentes propiedades con múltiples análisis y publicaciones dietéticas a nivel internacional que demuestran su alto valor nutricional, hasta hay quien lo ha considerado el grano del futuro. EEUU es un gran importador. En cambio en España, es curioso que no se comercialice.

En
“R e C e T a S” os dejo una de SOPA y otra de un FLAN riquísimo de quinua que podréis hacer fácilmente si encontráis el ingrediente estrella. ¡Suerte!

Rajol.

Salar de Uyuni

Cada mañana la pequeña ciudad de Uyuni se convierte en un desfile de 4x4s, listos para adentrarse en los salares y desiertos, donde la vida es rara y bella. Decenas de vehículos cargan el pack de 6 turistas, una botella de gas, un bidón de gasolina y víveres para tres días. Para salir de Uyuni hay que atravesar cuatro calles polvorientas y un denso cinturón de bolsas de basura que rodea la ciudad.

Estamos en camino y pronto divisaremos el salar. ¿Cómo será? ¿Blanco, seco? Las ruedas dejan el asfalto y corretean ahora sobre una tierra árida, la alfombra roja, la antesala del salar. Allí está, allí en el horizonte inmediato, un estallido de luz, una losa blanca que se funde con el más allá. La textura de los neumáticos sobre las formas hexagonales que forma la sal es suave. Piensas e intentas entender que todo lo que ves, fue una vez, un trozo del Pacífico que se encaramó a las montañas que salían del fondo del mar. Aquel pedazo del océano se aventuró en un viaje inexplicable que lo elevó a 4000m de su hogar. ¿Y cuánta agua llegó a haber para que quedase un estrato macizo de sal de más de 10m de espesor? De aquella expedición marina nos queda hoy un esqueleto inmenso, una gigantesca estatua de sal que yace sobre las faldas de ciclópeos volcanes.

En medio del salar hay una mota de vida, una isla de cactus gigantes, algunos con mil años de edad. Es la Isla de Incahuasi, la última frontera del desaparecido imperio Inca. Este trozo de roca, que estuvo debajo del mar, está ahora por encima de la sal, y la cima que despunta del desierto blanco se corona por un arco fosilizado de coral.

Salar de Uyuni - Isla Incahuasi

Tras horas rodando por encima de la sal, por fin dejamos, con un suspiro, el salar atrás. Los volcanes vuelven a ser los señores del lugar, y aparecen a ambos lados del camino. Bordeamos la frontera con Chile y penetramos en un desierto de colores, de ríos de arena roja y blanca, de rocas en medio de la nada que escupió alguna erupción volcánica. Grava, piedrecitas, piedras, rocas y arena forman texturas y arcoíris ocres. El polvo se cuela por los recodos del vehículo, nos seca la garganta y nos empaña el vidrio de las gafas. Al otro lado de esas montañas se extiende el desierto de Atacama. Como un engaño para los sentidos, bordeamos una ladera y aparece una laguna blanca punteada de flamencos que pastan sobre sus aguas. Más allá, una de color roja, otra de color verde, y así el desierto se va coloreando con estos oasis imposibles, sobrevolados también por la gaviotas.

Al caer la noche del tercer día, llegamos de nuevo a Uyuni, después de 1000 km agotadores, bajo un sol tan hostil como el desierto donde aterrizaba en picado. Después de tantos días observando la nada, vuelves la mirada hacia dentro y te topas con un poso de sal, una roca y detrás de un grano de arena, tu yo, que abrumado con tanta ausencia de vida, vuelve a respirar.

Robiol.

Los trenes del pasado

Es un cementerio sin lápidas, sin fechas de nacimiento, sin flores ni floreros. Los muertos se apilan en fila india. Sus cuerpos son fríos y su piel se ha descompuesto con el paso de los años. Pero sus esqueletos siguen erguidos, desafiando al sol del mediodía, a las tormentas de arena y a los hombres que los descuartizan en secreto, sin piedad. Ahora los turistas también se acercan hasta este lugar, se suben a sus desconchadas carcasas y se hacen fotografiar. Dicen que por la noche alguien les ha visto llorar. Dicen que no están tan muertos como se piensa, y que en realidad solo les falta el fuego que les hacia caminar. Son trenes que no cupieron en un museo y que un día dejaron de funcionar. Siguen allí donde les dejaron, fieles a pesar de haber sido traicionados. Son trenes jubilados. Son un amasijo, un laberinto de hierros y recuerdos, de kilómetros de vía que llegaron a un final. Ahora muerden el polvo de la arena del desierto, a las afueras de Uyuni, sin la herradura de las vías que una vez les dieron el sentido de su existencia, el sin sentido de la libertad.

Robiol.

Uyuni - Cementerio de trenes 3

F o T o S . . . BOLIVIA




Los niños lustrabotas de La Paz.

“Cada vez somos más, no nos pueden ignorar”, clama un titular en la prensa que quiere captar el interés sobre su situación a la Alcaldía y al público en general.

Y es cierto, porque las calles de La Paz están tomadas por ellos. Son niños, niños que te asaltan, de ropas sucias de betún, ojos tristes y rostro oculto por un pasamontañas. Los primeros días, te sobrecogen y los esquivas con terror. Pero tan sólo son niños, niños marginados, que vagabundean por las callejuelas dispuestos a hincar sus rodillas en el asfalto por 1 boliviano. Los siguientes días te suscitan lástima, curiosidad, y finalmente admiración. Son niños que provienen de familias marginales muy pobres, y que pugnan por aportar algo en sus casas: pura sobrevivencia. Y han encontrado una forma legítima de vivir, basada en el esfuerzo y en el sacrificio, limpiando botas: un trabajo digno. Son como pequeños guerreros en la batalla contra la pobreza, merecedores de respeto y admiración.

¿Tiene un niño derecho a trabajar? En nuestra sociedad occidental sería señalado como explotación infantil, pero en estas ciudades, donde cada día la pobreza te mira a los ojos, los niños son distintos, quieren crecer aportando, quieren trabajar para realizarse. En el mundo andino todos trabajan, desde los niños a los viejitos, porque el trabajo aquí no está mal considerado, el trabajo es Alegría, es Participación, es Solidaridad, es Contribuir, es VIVIR.

Por eso, por su derecho, piden que no se les margine, y se les ayude a salir adelante.
Ellos ya han hecho lo más difícil.

Rajol.

La Paz

Corre a gran velocidad agarrando su maletín de ejecutivo por el borde de la calzada que aún no ha sido invadida por peatones y vendedores ambulantes. Sus pulmones insuflan el poco oxígeno que hay en el aire y su corazón bombea litros de sangre en cada palpitación. Su corbata le rodea la mitad del cuello, como si le indicase el rumbo. El chico de una combi le ve entre la multitud y dirige su parloteo de destinos hacia él. El hombre del maletín, y traje color crema, pasa de largo y se pierde al final de la avenida, más veloz que el tráfico estancado. Amanece y sucumbe el silencio de la noche bajo el despertar metálico de los motores de combustión. La cholita de la esquina abre su paradita de candados, remedios brujos para curar la viriginidad y USBs de hasta 8 Gb. Enfrente echan 2012 en el cine, flanqueado por niños limpiabotas que cubren sus cabezas con pasamontañas para evitar la estigmatización.

Taxis improvisados, combis ávidas de pasajeros, autobuses de otro tiempo luchando por vencer las pendientes que ahogan la urbe en un hoyo de lodo prehistórico y hormigón. Desde el décimo piso de un edificio de cristal, el hombre del maletín recupera, con el ritmo cardíaco, la calma. Desde lo alto de esa pecera el estertor de la ciudad parece sólo un leve silbido. Las colas interminables ante los edificios oficiales se mezclan entre la maleza de caminantes que se enredan por la ciudad. Los olores a pollo frito, a empanada salteña, a aceite requemado y a maíz tostado quedan relegados al suelo de cemento de los que moran abajo. Durante el día, la ciudad de edificios modernos y casas desvencijadas, de maneras tradicionales frente a las importaciones de conducta occidental, de culturas que se acercan, se alejan y se maltratan y de su impetuoso tráfico de morro afilado, hacen de la ciudad un todo único y homogéneo, de matices incontables.

La ciudad vibra todos los días como un diapasón. Pero al caer el sol las luces de tungsteno realzan el maquillaje de sus mejillas para desviar la atención de las arrugas del cuello, por donde merodean los perros callejeros, los borrachos y los jóvenes que buscan algo de diversión. La vibración del metal se detiene y el hombre del maletín abandona la oficina, baja a la calle, y se deja envolver por las constelaciones de bombillas que rodean el centro de la Paz.

Robiol.

Descanso estomacal en LA PAZ

Después de Copacabana, seis días forzosos en la capital de La Paz, para recuperar nuestro estómago.

Seis días ociosos con la única disciplina de una dieta estricta de sopa de arroz, papas y pollo. No aceite, no verduras. En estos días hemos estado sumamente ocupados consiguiendo un pollo salubre diario en los puestos callejeros de la ciudad, así como afinando nuestra habilidad regateadora para conseguir algunas libras de arroz, pan integral y unas papas decentes. También ocupó nuestro tiempo quitar el gas al Seven Up agitando la botella justo para extraer el gas -¡sin afectar a los preciados electrolitos**!- así como el tomar la pildorita adecuada en cada hora.

Después de cinco días, en la cocina del Residencial todos nos conocen. Y la receta es insuperable… ¡la sopa nos sale riquísima! Y no hemos caído en tentaciones. El Dr. debe estar orgulloso de nosotros.

(..pero yo ahora mismo mataría por una caja de Donetes grasientos…)

** ¡OJO! Recomendación expresa del médico: beber mucho Sprite, y 7Up, que tienen electrolitos. Por favor, ¿alguien lo puede contrastar?

Rajol.

Atardecer en el LAGO TITICACA.

A Simbad y Josue.

Son casi las seis y media de la tarde en el Cerro Calvario.

Después de subir una escalinata de piedra infernal, se llega exhausto al vestíbulo de las doce cruces. Doce cruces oscuras que rasgan el cielo. Unos pasos más allá, avanzas en silencio hacia el graderío hollinado. Ese color oscuro y el aroma agrio que lo envuelve es debido a las ofrendas de tantas y tantas velas consumidas por el fervor de las eternas súplicas.

Y desde allí, por fin, contemplas la gran bahía y la inmensidad de un horizonte líquido a más de 4.000 metros de altura. Los primeros espectadores ya están allí, postrados con sus cámaras de fotos. Se mueven sigilosos para no enturbiar el comienzo de la gran obra maestra que ultima ya sus leves preparativos. La obra se interpreta a diario desde hace miles y millones de años pero, mientras que el guión no cambia nunca, los ricos vestidos mudan de forma y color.

El Sol grita, en su triste ocaso, y decora un escenario de luz imposible combinando un intenso naranja, con tonos rosados y violetas. Y en ese fondo, danzan sin compás las Nubes creando y destruyendo a la vez, mil formas imaginarias, estirándose caprichosamente, rasgándose, rompiéndose y desapareciendo sin más. Es todo un desfile impredecible de figuras que despiertan ante nuestros ojos, y se reflejan en la superfície líquida del Lago.

Poco a poco, el Sol se rinde y se deja caer tras las montañas. Las Nubes entonces se deshacen y se confunden con la oscuridad. La noche atrapa la magia. El espectáculo se acaba. No hay aplausos. Todos bajamos en silencio, conmovidos.


Pero la música muda todavía suena.


Rajol.

Copacabana: nuestra puerta abierta a Bolivia.

Pasar la frontera de Perú a Bolivia por Copacabana es un trayecto hermoso. Pampas llanísimas donde se mezclan los ocres y verdes de las tierras del altiplano, y un azul limpio que asoma liviano desde las lagunas.

El primer pueblo donde descansamos es Copacabana, que nada tiene que ver con la tropical ciudad brasileña. Copacabana es un pueblito tranquilo, que ha sabido retener a las gentes de paso y ahora crece en vertical, con altos hoteles de ladrillo que pretenden reflejarse en las orillas del gran Lago Titicaca. Copacabana tiene dos almas y dos colores de piel, la indígena morena y huidiza de faldas tupidas de colores que desborda el centro desde la Catedral mudéjar hasta el Mercado con sus puestos de frutas, truchas y abarrotes, la blanca que se asienta tranquila a esperar al viajero al borde de la carretera y con los ojos puestos en el Lago que atrae el dinero. Copacabana ha sabido mezclar costumbres y turismo. Por ejemplo, se venera con devoción a la Virgen de Copacabana, que todavía alimenta peregrinaciones; y existen comunidades antiguas como los Samiñawuas, que viven en sus islas flotantes de totora, o los que residen en la árida Isla del Sol.

Sin embargo, los Samiñawuas hoy en día, ya cobran un pase por visitarlos y sus vivas y alegres danzas para favorecer la pesca, son innecesarias, pues sus truchas son de piscifactoría. Y qué decir de los habitantes de la Isla del Sol que han construido una especie de autopista de piedra que cruza la Isla de norte a sur por la que canalizan a todos los visitantes, y a los que asaltan después en varios tramos para exigirles una tasa o peaje.

Ocurre, como tantas otras veces, que a lo idílico del paisaje, has de restar el efecto negativo causado por la avaricia del hombre.

Rajol.

Condorito

Condorito es chileno, aunque algún argentino despistado lo hace de su patria. Lo descubrimos en un kiosko de Perú, pero se puede comprar en prácticamente toda Sudamérica. El primer ejemplar me encantó (edición especial, colección 2009), pero me soprendió cómo el segundo que adquirimos (edición normal) me quitó las ganas de seguir leyendo. Rajol dice que estos tebeos, ni son tan buenos ni son tan malos. De una forma u otra, Condorito ha sido compañero de viaje en las largas horas de autobús.

Si queréis curiosear las ocurrencias de este pajarraco, ahí van un par de link y viñetas:

Historia de Condorito

Página oficial de Condorito

Un día desconectado

El autobús arranca por fin. Hoy sólo lo ha hecho con una hora de retraso. Nadie mira a nadie. Unos duermen, otros se abstraen por la ventana, y los que no tienen vistas a los páramos de alpacas, observan el rodar de los minutos sobre un aburrimiento desgarrado.

Hoy la ciudad que queda atrás es Arequipa. En ella hemos vuelto a ser extraños. Sus habitantes ocupan todo el espectro entre la bondad del ser humano y su lado ruin y despiadado. Somos como ellos, y sin embargo no nos reconocemos.

El autobús abandona la dársena y se adentra en ese mundo nuevo y viejo, donde los pequeños van al colegio y los niños adultos al trabajo. En esa esquina que nunca he visto está la paradita de zumitos y caramelos que he visto tantas veces en las esquinas de este mundo. El susurro del tráfico se hace agudo en una ciudad donde viven los coches por encima de las personas. Y dentro de los coches hay otras personas. Mi compañero de pasillo ya ha acomodado la cabeza en el aire de un sueño ligero. Allí abajo sigue el hormigueo de la calle que me arrastra a sentirme sin camino. Bajo la mirada, y encuentro unos dedos arrancándose pellejos. Son como el instinto de rivalidad que lucha sin causa. Sólo un poquito más, dice el pensamiento de la pasajera que ha ocupado el asiento de atrás. Más para llegar al perverso infinito, siempre cerca e inalcanzable. Una vida insuflada de sueños vacios que se multiplican y cobran sentido con el sin sentido de vivir en el espejismo de no controlar el curso de nuestra existencia. Otra vez ya no soy yo, soy ellos, y me sonríen desde dentro y yo asiento y les abrazo de nuevo. Otra vez soy yo, sonrío y reconozco la esencia de esas personas en el devenir de mis pensamientos. La mano invisible me balancea entre esas dos fuerzas que tiran de mí para ahogar mi voluntad y perderme en el remolino de corazones solitarios.

El autobús se aleja de la ciudad por una carretera sin curvas, sin árboles, solo las líneas amarillas que limitan los bordes de la calzada. Más límites, pero mis ojos las sobrevuelan con facilidad, aunque ellas no mi quiten el ojo de encima. Veo el paramo, pero las líneas incansables siguen allí, esperándome para que me refugie en el descanso cómodo de vivir sin libertad.

Robiol.

Las princesas de la región de AREQUIPA.

Todavía en la actualidad, en las zonas más rurales del Perú, las mujeres visten de forma tradicional y diariamente se afanan sumidas en sus quehaceres más rutinarios, vestidas de forma exquisita con sus trajes centenarios, llenos de color, y de ricos bordados.

Las mujeres de Arequipa, en especial, parecen princesas desheredadas. Princesas de voluptuosas faldas aterciopeladas, princesas de corpiños bordados con mil filigranas, chalecos y puños tupidos grabados, princesas que se tapan del duro sol con delicadas chalinas y sombreros de tela rebosantes de colores y estrellas. Vestidas como princesas, vagan solas por las calles polvorientas de los pueblos perdidos de Arequipa.

Las ves diariamente arrastrando sus pies invisibles bajo las densas faldas cuando llevan el rebaño de ovejas y burros a los pastos con su cetro convertido en vara de caña; o bien cuando se encogen e inclinan su espalda orando hacia la tierra que labran; o cuando cargan pesados fardos anudados a su espalda transportando maíz, frutas o hierbas aromáticas; o cuando tejen delicadamente en sus telares de araña o venden sus artesanías en los mercados de cualquier aldea. A menudo llevan chiquillos mugrientos agarrados en silencio a sus faldas o cargados inmóviles sobre su espalda. Su rostro enjuto y moreno destaca sobre el cuello blanco y elegante de sus vestidos, sus manos agrietadas y venosas sobresalen de esos puños tan exquisitamente bordados. A veces, las faldas están salpicadas de manchas y rotos, pero no importa, nunca fueron llevadas con tanta dignidad. ¡Lucen tan bonitas!

Son princesas de otros tiempos, princesas desheredadas, fieles a una tradición que hace cientos de años fue impuesta. Y mientras, desde este otro lado de la memoria, nosotros las miramos absortos, incrédulos.

Ellas muestran la fidelidad, la cultura; en cambio, nuestra historia, implacable, muestra la crueldad del olvido.

Rajol.

Ruta por El Valle y el Cañon del Colca.

Para llegar al Valle del Colca, has de recorrer en bus un trayecto de cuatro horas por una solitaria carretera y atravesar el Páramo de Cañahuas, a unos 4.000 metros de altura. Cuatro horas en las que recorres una extensión infinita de desierto de polvo volcánico sembrado de toscas piedras, cactus y dunas petrificadas bajo un sol aplastante. Allá a lo lejos se dibujan las cumbres nevadas del Sabancaya y el Hualpahualpa, asomando entre las ardientes dunas, y no puedes evitar un escalofrío ante dos visiones tan opuestas. Al final del trayecto la pampa se ve salpicada de verdes humedales, como la laguna de Salinas, donde pacen vicuñas y alpacas, ajenos al ronroneo de los pocos motores que crepitan desde la carretera.

Decidimos dejar atrás la ciudad de Chivay y quedarnos en el pequeño pueblo de Yanque, para después llegar hasta Achoma y Pinchollo caminando. Estos pequeños pueblos son un puñado de grises casitas de adobe que se aplastan contra el suelo con brillantes tejados de zinc. Las calles están cubiertas de polvo y piedras. Son pueblos solitarios que aprecen abandonados hasta que sus gentes regresan de las chacras al atardecer. A la humildad y desamparo de las casas agrietadas, se contraponen las siluetas de las magníficas iglesias que emergen en las plazas apuntando al cielo, de piedras blanquísimas, despropor-cionadamente grandes por fuera, pero huecas y sencillas por dentro.

En Yanque, el primer pueblo del Valle del Colca, nos quedamos un día entero. El paisaje que rodeaba la pequeña aldea nos impresionó. Todas las montañas están trilladas de incontables terrazas agrícolas hasta perderse en las profundidades del valle. Estas terrazas arañadas en la tierra son antiquísimas, del periodo pre-inca de los kolawas (1.200 d.C), pero hoy en día se siguen cultivando como antaño. Están dispuestas en forma de anfiteatro para aprovechar mejor el agua de las lluvias y evitar la erosión del suelo. Visitamos las ruinas de Uyu Uyu, a 5km del pueblo, una antigua aldea kolawa (pre-inca), con una curiosa historia: cuentan que “bajo el mandato del virrey español Toledo, que creó las “reducciones de indígenas” para los trabajos forzados, la aldea fue quemada por completo con todos sus habitantes dentro por el Capitán Lope de Suazo. De esta cruel masacre, quedó sólo un sobreviviente al que se le apareció la imagen del Señor de la Exaltación, y en sus intentos de trasladarla a Yanque, la imagen desapareció para siempre, dejando una maldición eterna para las gentes que allá quedaron: la planta sagrada de la coca se convirtió en espina, y toda el agua se secó, quedando tan sólo un pozo para los pajaritos”. En la actualidad, todo el valle es un entramado de canales que dan de beber a ese campo que quedó maldito y sediento.

Aparte de Uyu Uyu y las terrazas, Yanque es peculiar por sus Baños de agua caliente que provienen de una grieta en la montaña, próxima a un geiser natural, que provee las piscinas de agua y las mantiene a 35º. Allá bajamos al atardecer, junto con una docena de lugareños, a relajarnos viendo ascender la luna.

Al dia siguiente, sobre las 6.00, nos encaminamos hacia Achoma (8km), que resultó ser un pueblo casi idéntico a Yanque, tanto por sus polvorientas y grises casitas, como por los alrededores de montañas arañadas por las antiguas terrazas. Desde el alto mirador de la Cruz, si miras a tu derecha, puedes deslumbrarte con el brillo de sus ordenados tejados de zinc, y si volteas a tu izquierda, el valle quebrado por el Colca se desgrana en innumerables y verdes terrazas.

Desde Achoma, bus a Pinchollo, que tardó más de 2 horas en llegar, y que nos permitió conocer a Robert y con el que aprendimos algo de la jerga popular peruana, como, ejem: “arráncate!, mi chocheera, mi pata, es chévere, es baaacal”. Cuando llegamos, ya era noche cerrada, y nos asustó no encontrar alojamiento ni comida, ya que cuando llegamos al minúsculo pueblo estaba completamente a oscuras y las pocas sombras de la plaza a las que preguntábamos sólo nos lanzaban evasivas. Por fin, conseguimos cama, y una cena, en compañía, a base de sopa de maíz y arroz por 1 sol (0,20cc!).

A la mañana siguiente, vuelta a caminar 2 horas por “pura carretera nomás” hacia la Cruz del Cóndor, un mirador en plena falla del Colca donde, desde muy temprano, puedes observar el vuelo de estos enormes pájaros. Desde este lugar, puedes divisar casi en su total extensión, el Valle del Colca, que se asienta en una de las fallas de la corteza terrestre más profundas de la Tierra. Es una herida abierta espectacular, de 100 km de longitud y más de 3.400 metros de profundidad, entre los impresionantes volcanes Coropuna (6.425 m) y Ampato (6.310 m). Mirar hacia cualquier dirección, te hiela la vista.

Después de ver a un par de cóndores sobrevolar las cumbres, tomamos un bus dirección Cabanaconde (pueblo al borde mismo del Cañón del Colca). En el asiento de atrás, viajaba absorto Chippy, un neozelandés que horas después conoceríamos mejor, ya que Rubiol estaba demasiado ocupado en hacer pajaritas de papel para todos los niños del autobús…

En Cabanaconde, nos preparamos para descender al Cañón al día siguiente. Pese a la insistencia de la gente para que lo recorriéramos con un guía local, decidimos hacerlo solos para ganar algo más de independencia y poder cambiar la ruta en cualquier momento.

Aquí está nuestro “detallado y topográfico” mapa de partida del Cañón del Colca:
(donde uno no sabe que es subida o bajada, y donde por supuesto, no aparecen los innumerables caminitos falsos que tuvimos que descartar!)



Empezamos a caminar sobre el borde mismo del cañón, estudiando a cada paso su profundidad, antes de precipitarnos por un descenso hacia sus abismos. Cuando bajamos los primeros 1200m por un camino zigzagueante al borde del precipicio, te da la sensación de colarte por una grieta gigantesca hasta las entrañas de la Tierra. La primera parada, después de 4 horas de bajada, fue para tocar la profundidad del Cañón en un tramo de las orillas humeantes del río Colca. Allá la grieta de la falla está abierta y el latido del planeta brota en forma de Geiser natural de aguas burbujeantes. Allá nos bañamos en una pequeña poza tibia, nacida del río y rodeada de cañas, donde se mezclaba la helada agua de lo más alto de las montañas y la hirviente y sulfatada de lo más profundo de la tierra.

Continuamos hasta Llahuar para descansar y pasar la noche, una aldea donde Yola y Claudio, alquilan cabañas de caña y camas con somier de piedra!, al borde del río Colca. La sinuosa y líquida canción del río, es el mejor recuerdo de aquella noche.

Al día siguiente nos pusimos de nuevo en camino hacia el pueblo de Llatica, desviándonos esta vez por el río Huaruro. El tañir de las campanas a toque de piedra en una triste melodía, nada más atravesar sus puertas, nos recordó que era 1 de noviembre, día de Todos los Santos. (Es una sensación extraña darte cuenta de que es fiesta en tu país, pero la distancia la ha borrado de tu calendario). Después de que unos aldeanos nos indicaran cómo continuar nuestro camino, llegamos al cabo de 3 horas a Fure.

Fure es una pequeña aldea de sencillas cabañas de adobe que se asienta en la falda de una escarpada montaña resiguiendo el camino hacia la Cascada. No disponen de luz eléctrica ni agua potable, y los recursos son muy escasos ya que viven a más de 8 horas a pie de Cabanaconde. Allá Lucy, una niña dulcísima de 13 años nos recibió y nos llevó correteando hasta su hospedaje: una sencilla habitación de adobe y suelo de tierra donde pasaríamos la noche con unas velas. Queríamos acercarnos hasta la cascada (3 horas más!) así que la niña y su madre nos prepararon un rico almuerzo a base de huevos, arroz, papas y zanahoria, que nos llevamos para comer allá.

A la Cascada del Huaruro se llega por un sendero rocoso que resigue la estela del río del mismo nombre. El camino estrecho desaparece de vez en cuando sepultado por desprendimientos que hacen vomitar las montañas. Cada vez que salvas uno, caminando de puntillas por las afiladas rocas despeñadas con sumo cuidado y en absoluto silencio, observas de soslayo, algo más arriba, las descomunales rocas que no cayeron y que descansan a pocos metros como auténticos gigantes dormidos a punto de despertar y arrojarse al vacío. Entonces, en un recodo del camino la descubres de lejos, majestuosa, la Cascada. Está enfilada en una gigantesca pared de piedra, desde donde se precipita impune. Según te vas acercando, deseas tocarla, llegar a ella, pero el estruendo de sus aguas al caer te ensordece y una nube de gotas agua helada te hace estremecer. Es un Santuario natural. Todo lo que te rodea simplemente, te empequeñece. Te sientes tan vulnerable y frágil, que a los pocos minutos, sientes la necesidad de respirar hondo y encontrar tu camino de vuelta a la humanidad.

Nos despedimos de Fure a la mañana siguiente, después de tomar unos panqueques riquísimos y té de moña (hierba luisa). 5 horas más de caminar hasta el Mirador Apacheta sembrado de cactus y llegar a las terrazas de Malata, para descender después hasta el Oasis de Sangalle. El camino ese día fue duro, labrado en la roca, sólo acompañados por el vuelo sigiloso de algún águila en el cielo, y el saltar al precipicio de las lagartijas suicidas que moran los ribetes del seco camino.

La llegada a Sangalle la celebramos con un baño en la piscina de agua natural y un buen almuerzo de arroz con palca (aguacate). Allí conocimos y cenamos con David ;) para regresar al día siguiente muy temprano, por una empinada subida de vuelta al mundo, al punto de partida, Cabanaconde.

Rajol.

Porteadores de Machu Picchu

Si quieres hacer el Camino Inca hasta Machu Picchu hay que inscribirse con tres meses de antelación para poder optar a una de las 500 plazas que diariamente parten. Y no todo son turistas. En las 500 plazas se incluyen a los porteadores y guías que suman un total superior al número de turistas. Es una excursión emblemática para unos y el pan de cada día para muchos otro.

Hace 30 años los cuzqueños hacían el camino Inca en solo dos días. Cargaban con su comida para alimentar al cuerpo, y con alcohol para burlar los reclamos del alma. Era una pequeña evasión, para los jóvenes de clase media-alta, del control estricto de sus ambiciosos padres.

Hoy el camino se hace en 4 días y los turistas llevan un equivalente en número de porteadores que carga con la comida y el techo. El primer día del camino el guía nos contó una bonita historia:

Hasta no hace mucho, la explotación de las agencias por un lado, y el deseo de los porteadores de rascar algunos soles más por otro, hacía que los porteadores cargasen fardos entre los 30 y los 50 kg. No había ningún control que velase por la salud de aquella profesión. Pero en el año 2002 el Instituto Nacional de Cultura (INC) decidió colocar una serie de estrictos controles a lo largo del camino, para restringir la carga en un máximo de 20 kg. Ahora los derechos de los porteadores están protegidos, pues de lo contrario, la agencia “podría” ser multada.

El tío quedo como Dios. Lo explicó en ese tono que refleja un acuerdo absoluto con tal resolución y una falsa empatía por un trabajo que nunca había hecho. Y fue una carta de presentación perfecta para meternos a todos en el bolsillo.

En el grupo éramos 14 turistas, 14 porteadores y 3 guías. Los porteadores salían los últimos del campamento pues tenían que recogerlo todo, y llegaban los primeros en cada etapa, para que todo volviese a estar listo a la llegada de los aquejados turistas. Nos adelantaban casi corriendo fuese subida o bajada con mochilas gigantes construidas con tela de saco. Y aquellos enormes volúmenes solo pesaban 20 kg, que extraño.

Creo que le pregunté hasta 3 veces al guía si de verdad los porteadores, hombres entre 17 y 50 años, solo cargaban 20 kg. –Por supuesto- dijo, -de lo contrario la agencia podría ser multada-. Aquello no me convenció. Cada vez que veía las caras desencajadas de los porteadores y sus piernas clavadas en el suelo por el peso, aumentaban mis dudas. En el segundo día conseguí escaparme con un porteador joven de 18 años. Me dijo que cargaba con el arroz, el atún y las verduras de todo el grupo.

- ¿Y cuanto pesa tu fardo?
- 28 kg.
- ¿Cómo es posible? ¿No tenéis un límite de 20kg?

Me contestó con una mirada de incredulidad. A cada porteador que pasaba le preguntaba por su peso y nadie acertaba a darme un cantidad inferior a los 27 kg. Algunos llevaban hasta 32 Kg. No entendía nada. Volví a preguntar al guía, explicándole la nueva información que tenía, y volvió a contestarme con grasienta diplomacia que aquello no era posible y que los porteadores debían estar fanfarroneando. Lo pregunté a los otros dos guías, y obtuve similares respuestas aunque con un poso de incomodidad en la sombra de sus ojos.

Tendrías que ver aquellos enormes fardos sobresaliendo por detrás de sus cabezas. El volumen es solo una de las variables que determinan la masa de un cuerpo. La otra, bien puede ser, el sonido de sus pies desnudos y agrietados, enfundados en sandalias de neumático, golpeando las piedras incas del camino. Y siguen corriendo.

El Camino Inca es muy bonito aunque dista bastante de lo que podríamos entender como una experiencia vital. La ingeniería de los Incas se ha convertido en un ingenio para secar el dinero de los turistas. Después de una pendiente empinada que deja atrás otro valle aparecen paraditas de refrescos caducados y botellas de agua a precios que no pagaríamos ni en España. Y el camino, aunque intenta estar limpio, se plastifica con les envases que turistas sin escrúpulos siembran al caminar. Lo más inquietante es sin duda escuchar el silencio de la historia cuando caminas por las ruinas Incas, una experiencia que solo se puede tener en el camino. Una vez en Machu Picchu, la ciudad sagrada se torna más poblada que cuando moraban sus habitantes hace más de medio milenio. Cientos de turistas suben en autobuses para invadir con sus cámaras todo aquello que señale el guía de turno, o por mimetismo que alguien esté fotografiando. La belleza de Machu Picchu no se puede ver mas que a primera hora de la mañana, justo antes de que las camisas y jerséis de colores pintarrajeen la hierba verde y las piedras amarillas y ocres.

El último día me enteré de muchas cosas. Para empezar, dos turistas habían solicitado y pagado por un porteador extra que cargase con sus mochilas. Así debíamos tener 2 porteadores más, que no teníamos. En Machu Picchu pregunté en la oficina del INC sobre las diferentes versiones en los pesos de los fardos, y ¡¡¡Voila!!! Resulta que si el porteador declara en los controles que quiere cargar más peso, no hay penalización alguna. El porteador cobra más y la agencia reduce los costes en recursos humanos. ¿Y por qué querría un porteador cobrar más? ¿Quizá porque en los 4 días, trabajando a destajo, cobran menos de 50€?

Robiol.

El cambio climático en los Andes del MACHU PICHU.

El Cuzco es una ciudad preciosa, enclavada en el corazón de los Andes tropicales, que son el centro del origen de la biodiversidad del Perú. Es aquí donde se generan la mayoría de ríos que desembocan en las cuencas del Pacifico y del Atlántico. Es también donde se hallan los humedales más numerosos (más de 2.000 lagunas), los más extensos pastos y los yacimientos minerales más importantes. Desde tiempos inmemoriales se han usado en estas tierras sistemas de cultivo como terrazas, andenes, y centros experimentales agrícolas como el de Moray.

Sin embargo, debido al cambio climático, los glaciares de esta zona han experimentado un retroceso del 22% y este tremendo fenómeno de deshielo está provocando actualmente corrimientos de tierras, deslizamientos y erosiones, lo que supone una importante pérdida de suelos fértiles y cosechas; con el consiguiente impacto en la economía de los pueblos más rurales y dependientes del cultivo. La zona de los altos Andes es la más vulnerable ya que, según el INEI (2008), representa casi el 30% de la población peruana en extrema pobreza y el 60% en situación de pobreza, y es en estos pueblos donde se agudiza el problema. De esta forma, el cambio climático está provocando un efecto fatal en los recursos hídricos, en la desaparición de los glaciares de la zona, y consecuentemente un impacto grave en las economías de estos pueblos, extremadamente humildes y dependientes del medio rural.

Se observa en la zona andina, sobre todo, en las altísimas montañas que rodean al Machu Pichu, como no quedan apenas glaciares, como los valles se quedan áridos, después de cientos de años de cultivos intensivos, y cómo la gente de la zona te explica que dentro de, quizás 15-20 años, ya no corran ríos por las montañas. Conociendo el efecto y las consecuencias, deberían de acometerse programas de adaptación a este cambio climático (que podría ser irreversible), para proteger la economías del medio rural, reforestando y recubriendo de vegetación los valles para que el agua no se pierda, sino que se retenga y penetre en la tierra, y con ello crear humedales que favorezcan la fertilidad de unas tierras que se ven amenazadas actualmente por la erosión y la aridez.
Rajol.

MACHU PICHU: Un gran hormiguero.

Son las 6.00 a.m. y los 3 -¡¡Marta ya está con nosotros!!- esperamos ávidamente el desayuno en nuestro hostal Arco Iris. Un bus, que nos espera en la Plaza de Armas de Cuzco, nos llevará hasta el km 82, punto de partida de la gran travesía del Camino Inca. Antes pararemos en Ollantaytambo para proveernos de gorras, ponchos y hojas de coca.

A partir de aquí, no hay tregua. Cuatro días de intensa caminata por el Camino Inca, en los que “el equipo” comparte camino con 14 incansables porteadores que cargan con los víveres necesarios y las carpas, y 470 personas más. A la pesadez de las empinadas e interminables pendientes, súbitos tropezones, y nuestro lento arrastre de pies, se le añaden las explicaciones improvisadas de nuestro guía Juvenal (-¿Me dejo entender?-), y las risas con Mary, Pablo, Rafa, Tomas y Pilar... menudo grupito castellano-parlante nos hemos juntado..!

Es un camino duro y polvoriento al principio, pero bellísimo y salvaje al final de la travesía. Su recorrido está salpicado de varias construcciones incas, de las que poco se sabe, ya que pueden ser cosas tan dispares como ciudades perdidas, o “chasqui-wasis”*, o “tambos”,** o templos de sacrificio, o incluso importantes centros de administración, según nuestro erudito guía.
(… MacDonals no, Ignasi.)

Al llegar al campamento, exhaustos, invadimos rápidamente la carpa-comedor, nos bebemos en silencio la sopita, nos comemos el arroz con X, apuramos nuestro “matesito”, y ..¡listos para un Handy Hand!, o simplemente pasar el rato charlando.

Y, a pesar de andar apurados de agua potable y dinero (primera vez en mi vida que necesitamos llevar tanto dinero para un paseo por la montaña!), del frío, del miedo a morir despeñados por los abismos, de los gatorades caducados, del miedo a los fantasmas violadores nocturnos, de aguantar himnos futboleros argentinos, ejem, y de carreras alocadas de último día… para no llegar a tiempo a la cola del Huayna Pichu…

A pesar de todo, …chic@s, gracias de corazón a todos,
... lo hemos pasado GE NI AL!!

*chasqui-wasis: Lugar donde se reunían, relevaban, o descansaban los mensajeros incas.
*tambos: Lugares o residencias de descanso.
Rajol.

Autobuses nocturnos

Tenemos que correr. El tiempo se nos ha echado encima y estamos rodeados de montañas que se retuercen en valles que hacen las distancias larguísimas. Nos quedan 4 días para llegar a Cuzo y nos separan tantas horas de autobús que no tenemos más remedio que salvar el tramo Lima-Cuzco en avión. Esta noche estamos en Cajamarca y hemos decidido hacer nuestro primer trayecto nocturno hasta Trujillo, hacia la costa, donde la Panamericana nos permitirá llegar a Lima en una noche más.

Los pistones vacilan antes de que el conductor consiga despertar al motor. Nos deseamos las buenas noches, reclinamos los asientos y nos vendamos los ojos para dormir hasta nuestro destino. Entramos en un traqueteo de sueños interrumpidos y reales, de experiencias vividas que se mezclan con estos paisajes. Dormimos un sueño ligero, con el periscopio atento a la superficie. Una voz se cuela por la mirilla y baja por el oído. Es más fuerte que el vaivén de los baches, de los cláxones de vehículos que se cruzan. Despertamos a la vez y ajustamos los sentidos. Ahora el grito tiene palabras:

“Pare, pare, nos vamos a matar.”

Nos miramos sin entender, y es otro pasajero el que ahora grita que hay un abismo. El autobús se para. Los pasajeros murmuran mientras el conductor y el revisor salen del autobús para comprobar algo. Detrás de la cortina y del vaho de la ventanilla solo hay una oscuridad inmensa. Una pasajera llama a la policía. No tiene buena cobertura pero nos da para entender lo que sucede. Las luces del autobús no funcionan. El autobús arranca y los pasajeros indignados vuelven a protestar contra el conductor que conduce a ciegas. Alguien vuelve a gritar que nos van a asaltar, que nos vamos a despeñar, que vamos a chocar contra un vehículo que venga de frente. Está cundiendo el pánico. Nosotros nos quedamos a la expectativa. Parar allí en medio y apearse puede ser tan peligroso como conducir por la pista de tierra que se abre entre las montañas.

Hay pasajeros que se levantan nerviosos. El autobús avanza. Nosotros optamos por convencernos que el conductor sabe lo que hace. Poco a poco las voces van desapareciendo, bajamos el periscopio y volvemos a sumergirnos en el mundo de los sueños.

6 horas más tarde llegábamos a Trujillo, sanos y salvos, y con nuestros vecinos de butaca decepcionados por sentir que sus quejas y bramidos no habían sido justificados.

Robiol.

La civilización pre-inca de los CHACHAPOYAS.

Pieles blancas, cabellos claros y estatura extraordinaria.


En quechua: “sacha” es árbol y “puyu”, nube. La unión de estos dos vocablos da lugar al nombre de la tribu de los “bosques nublados”, pues allá, en lo más alto de las crestas de los cerros, fue donde se establecieron por el año 800.

Su arte, su arquitectura, su resistencia heroica ante los incas, y su excitante veneración por los muertos expresa un espíritu audaz e independiente que los diferencia del resto de civilizaciones andinas. Rastros de esta cultura se encuentran dispersos por las verdes montañas nororientales de Perú, entre el rio Marañón y el Huallaga. Algunos vestigios han sido descubiertos hace muy poco; otros muchos, todavía, son un completo misterio.


Por ejemplo, el asentamiento chachapoya más importante fue descubierto por casualidad en 1843, cuando un juez subió con un metro hasta lo alto de un cerro, cubierto de maleza, lianas y orquídeas, para solventar una repartición de tierras que enfrentaba a los pueblos de Kuelap y Tingo, y se encontró con un enorme poblado fortificado! 150 años después, los arqueólogos sólo han sacado a la luz un 10% del total de la fortaleza encontrada. Fue un asentamiento impresionante, con una muralla de 1,5km de longitud, muros de 20m de altura que albergaban a más de 400 casas, donde la élite chachapoya residía y se protegía ante posibles ataques, abastecidos de agua y víveres por el pueblo que vivía paganamente en el valle. Vivían en casas de piedra caliza, sin apenas ventanas, y de forma circular (probablemente para evitar los seísmos), cuyo suelo y paredes albergaba a sus propios muertos más queridos momificados (todavía se pueden ver los huesos lapidados entre los muros) con los que convivían y a los que confiaban la vigía de la morada, cuando estaban ausentes.



Se han localizado otros asentamientos más pequeños de tan sólo 30 o 40 estructuras, sin aparente organización, pero todas con sus característicos frisos geométricos adornando sus paredes, y que podrían asemejar formas de ojos:










, estas formas simbolizan, según la cosmología andina, la unión de los 3 mundos: el terrenal, el subsuelo y el cielo; además de marcar tres niveles jerárquicos con las 3 lineas superpuestas <>, que representan, por orden: la tierra (y su animal sagrado, la serpiente), el hombre (el puma), y el cielo (el cóndor). Parece ser que muchos kurakas o hechiceros de la tribu eran representados por felinos (pumas), como animales sagrados que tenían el poder de unir la tierra y el cielo.


Tambien la arquitectura funeraria chachapoya es espectacular y muy sofisticada, pero por desgracia, pocos lugares han sobrevivido al saqueo vandálico de los huaqueros de todos los tiempos.


Hay varias estructuras por la zona nororiental, pero nosotros decidimos visitar las chullpas alineadas y adosadas en acantilados inaccesibles de la Laguna de los Cóndores -descubiertas por unos peones al azar ¡hace tan sólo 12 años!-, que contenían más de 200 fardos funerarios de momias y multitud de ofrendas de cerámica y madera. Fue increíble comprobar el estado de conservación de los muertos gracias a estar colocados en lugares estratégicos con un microclima seco y frío que favorecía su buen estado. No eran embalsamados, sino que trataban la piel como cuero después de ser vaciados, los rellenaban de algodón y posteriormente los colocaban en posición fetal envueltos en múltiples capas textiles, para reducir su espacio y facilitar su transporte.


Lo que para nuestra cultura podría resultar incómodo e incluso repugnante, los chachapoyas lo hacían con sumo respeto, cuidado y extremo mimo, y reservaban los mejores sitios para tener cerca a sus muertos. Algunos dentro de sus casas, bajo su mismo suelo. Otros, entre sus paredes - ¿por qué tener miedo a un familiar querido?-. Y otros en lo alto de los riscos, con vistas espectaculares a la gran laguna azul donde podían reflejarse sus almas día tras día, y donde se les daba la posibilidad de volver a su “pacarina” (o lugar de origen*), porque, al fin y al cabo, todo final no es más que un inicio.


Actualmente sus sagrados restos, después de más 500 años ocultos por una vegetación aliada, han sido descubiertos y arrancados de sus lugares de descanso. Y ahora, sus momias gritan en silencio tras las vitrinas de cristal de un pequeño y oscuro museo.

Rajol.


*Los antiguos peruanos creían que los primeros habitantes de sus pueblos surgieron de las pacarinas (cuevas, lagos, lagunas o manantiales) por orden de los dioses, especialmente Wiracocha. Antes de ser humanos habían sido piedras o rocas del uku pacha (mundo subterráneo) y a través de las pacarinas salieron a poblar el kay pacha (superficie terrestres). En otras palabras, la pacarina es el lugar de origen mítico de los pueblos andinos. Era un lugar muy sagrado para los indígenas quienes le rendían culto y dejaban ofrendas.