Todavía en la actualidad, en las zonas más rurales del Perú, las mujeres visten de forma tradicional y diariamente se afanan sumidas en sus quehaceres más rutinarios, vestidas de forma exquisita con sus trajes centenarios, llenos de color, y de ricos bordados.
Las mujeres de Arequipa, en especial, parecen princesas desheredadas. Princesas de voluptuosas faldas aterciopeladas, princesas de corpiños bordados con mil filigranas, chalecos y puños tupidos grabados, princesas que se tapan del duro sol con delicadas chalinas y sombreros de tela rebosantes de colores y estrellas. Vestidas como princesas, vagan solas por las calles polvorientas de los pueblos perdidos de Arequipa.
Las ves diariamente arrastrando sus pies invisibles bajo las densas faldas cuando llevan el rebaño de ovejas y burros a los pastos con su cetro convertido en vara de caña; o bien cuando se encogen e inclinan su espalda orando hacia la tierra que labran; o cuando cargan pesados fardos anudados a su espalda transportando maíz, frutas o hierbas aromáticas; o cuando tejen delicadamente en sus telares de araña o venden sus artesanías en los mercados de cualquier aldea. A menudo llevan chiquillos mugrientos agarrados en silencio a sus faldas o cargados inmóviles sobre su espalda. Su rostro enjuto y moreno destaca sobre el cuello blanco y elegante de sus vestidos, sus manos agrietadas y venosas sobresalen de esos puños tan exquisitamente bordados. A veces, las faldas están salpicadas de manchas y rotos, pero no importa, nunca fueron llevadas con tanta dignidad. ¡Lucen tan bonitas!
Son princesas de otros tiempos, princesas desheredadas, fieles a una tradición que hace cientos de años fue impuesta. Y mientras, desde este otro lado de la memoria, nosotros las miramos absortos, incrédulos.
Ellas muestran la fidelidad, la cultura; en cambio, nuestra historia, implacable, muestra la crueldad del olvido.
Rajol.
Las mujeres de Arequipa, en especial, parecen princesas desheredadas. Princesas de voluptuosas faldas aterciopeladas, princesas de corpiños bordados con mil filigranas, chalecos y puños tupidos grabados, princesas que se tapan del duro sol con delicadas chalinas y sombreros de tela rebosantes de colores y estrellas. Vestidas como princesas, vagan solas por las calles polvorientas de los pueblos perdidos de Arequipa.
Las ves diariamente arrastrando sus pies invisibles bajo las densas faldas cuando llevan el rebaño de ovejas y burros a los pastos con su cetro convertido en vara de caña; o bien cuando se encogen e inclinan su espalda orando hacia la tierra que labran; o cuando cargan pesados fardos anudados a su espalda transportando maíz, frutas o hierbas aromáticas; o cuando tejen delicadamente en sus telares de araña o venden sus artesanías en los mercados de cualquier aldea. A menudo llevan chiquillos mugrientos agarrados en silencio a sus faldas o cargados inmóviles sobre su espalda. Su rostro enjuto y moreno destaca sobre el cuello blanco y elegante de sus vestidos, sus manos agrietadas y venosas sobresalen de esos puños tan exquisitamente bordados. A veces, las faldas están salpicadas de manchas y rotos, pero no importa, nunca fueron llevadas con tanta dignidad. ¡Lucen tan bonitas!
Son princesas de otros tiempos, princesas desheredadas, fieles a una tradición que hace cientos de años fue impuesta. Y mientras, desde este otro lado de la memoria, nosotros las miramos absortos, incrédulos.
Ellas muestran la fidelidad, la cultura; en cambio, nuestra historia, implacable, muestra la crueldad del olvido.
Rajol.
1 comentarios:
Expresas con palabras lo que ves,y a través de ellas veo lo que has visto.
Gracias por compartirlo. Me gusta como lo cuentas.
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