A Simbad y Josue.
Son casi las seis y media de la tarde en el Cerro Calvario.
Después de subir una escalinata de piedra infernal, se llega exhausto al vestíbulo de las doce cruces. Doce cruces oscuras que rasgan el cielo. Unos pasos más allá, avanzas en silencio hacia el graderío hollinado. Ese color oscuro y el aroma agrio que lo envuelve es debido a las ofrendas de tantas y tantas velas consumidas por el fervor de las eternas súplicas.
Y desde allí, por fin, contemplas la gran bahía y la inmensidad de un horizonte líquido a más de 4.000 metros de altura. Los primeros espectadores ya están allí, postrados con sus cámaras de fotos. Se mueven sigilosos para no enturbiar el comienzo de la gran obra maestra que ultima ya sus leves preparativos. La obra se interpreta a diario desde hace miles y millones de años pero, mientras que el guión no cambia nunca, los ricos vestidos mudan de forma y color.
El Sol grita, en su triste ocaso, y decora un escenario de luz imposible combinando un intenso naranja, con tonos rosados y violetas. Y en ese fondo, danzan sin compás las Nubes creando y destruyendo a la vez, mil formas imaginarias, estirándose caprichosamente, rasgándose, rompiéndose y desapareciendo sin más. Es todo un desfile impredecible de figuras que despiertan ante nuestros ojos, y se reflejan en la superfície líquida del Lago.
Poco a poco, el Sol se rinde y se deja caer tras las montañas. Las Nubes entonces se deshacen y se confunden con la oscuridad. La noche atrapa la magia. El espectáculo se acaba. No hay aplausos. Todos bajamos en silencio, conmovidos.
Son casi las seis y media de la tarde en el Cerro Calvario.
Después de subir una escalinata de piedra infernal, se llega exhausto al vestíbulo de las doce cruces. Doce cruces oscuras que rasgan el cielo. Unos pasos más allá, avanzas en silencio hacia el graderío hollinado. Ese color oscuro y el aroma agrio que lo envuelve es debido a las ofrendas de tantas y tantas velas consumidas por el fervor de las eternas súplicas.
Y desde allí, por fin, contemplas la gran bahía y la inmensidad de un horizonte líquido a más de 4.000 metros de altura. Los primeros espectadores ya están allí, postrados con sus cámaras de fotos. Se mueven sigilosos para no enturbiar el comienzo de la gran obra maestra que ultima ya sus leves preparativos. La obra se interpreta a diario desde hace miles y millones de años pero, mientras que el guión no cambia nunca, los ricos vestidos mudan de forma y color.
El Sol grita, en su triste ocaso, y decora un escenario de luz imposible combinando un intenso naranja, con tonos rosados y violetas. Y en ese fondo, danzan sin compás las Nubes creando y destruyendo a la vez, mil formas imaginarias, estirándose caprichosamente, rasgándose, rompiéndose y desapareciendo sin más. Es todo un desfile impredecible de figuras que despiertan ante nuestros ojos, y se reflejan en la superfície líquida del Lago.
Poco a poco, el Sol se rinde y se deja caer tras las montañas. Las Nubes entonces se deshacen y se confunden con la oscuridad. La noche atrapa la magia. El espectáculo se acaba. No hay aplausos. Todos bajamos en silencio, conmovidos.
Pero la música muda todavía suena.
Rajol.
2 comentarios:
muy pero que muy bonitas vuestras palabras y grácias por transportarme a ese momento mágico....un abrazo chicos...Álvaro
no os recordo un anuncio de gafas RayBan que habia hace algunos años en la tele en que habia un grupo de vampiros viendo el salir del sol y uno de ellos no encuentra sus gafas u explota, y otro se las saca del bolsillo y dice " sombody forgot his rayban sunglasses" Jajajajaja...
pues era como eso como yo vivi esa puesta de sol...
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