El Dios, El Tío

El Cerro Rico fue descubierto por los Incas. Conocían la existencia de su riqueza, pero no la explotaban porque la montaña les había hablado y advertido que aquella plata no era para ellos, sino para otros hombres que aun estaban por venir. La montaña se consideró un lugar sagrado y prohibido, y así se mantuvo hasta la llegada de los españoles.

La conquista, en su avance, llegó irremediablemente hasta Potosí. Pero en su inicio los españoles no dieron con la plata, y por entonces, ya nadie recordaba los secretos de la montaña que coronaba la ciudad. Un día un pastor echo en falta una llama y se fue en su busca hasta lo alto del cerro. Encontró al animal pero le alcanzó la noche. Buscó un lugar donde resguardarse del frío, prendió una hoguera y se echó a dormir acurrucado al animal. Por la mañana descubrió, bajo las brasas humeantes, unas lágrimas grises. Eran pura plata, una veta de puro mineral había aparecido bajo el fuego que le había arropado en la noche.

Mantuvo el secreto y nunca reveló a los españoles su descubrimiento. Pero el yacimiento era tan bárbaro que precisó de ayuda y le contó a un compadre su secreto. Ambos durante años se fueron haciendo inmensamente ricos, aunque el segundo envidioso de recibir menos que el descubridor, en un mal día, delató a los españoles el hallazgo. Rápidamente las autoridades locales intervinieron el lugar e impusieron una mita, que obligaba a los índigenas a trabajar en las minas durante 6 meses, pero que los españoles conseguían mutarla de por vida con excusas obtusas y deudas inventadas.

Los españoles nunca entraban en las minas y ello les costaba perder la noción de lo que ocurría en las tripas de la montaña. Los indígenas, aprovechando la ausencia de la autoridad en el interior de los túneles, empezaron a reducir el ritmo de trabajo, y la plata dejó de brotar momentáneamente en los raudales que los españoles contaban acostumbrados.

Y aquí acontece uno de los hechos que nos ha resultado más insólito. La invención por parte de los españoles del Dios de la Mina, para controlar el trabajo que no veían en el interior del Cerro Rico. Como en quechua no existe la letra “d”, los indígenas no podían pronunciar “Dios” lo que los llevo a designarlo como “Tius”, y así hasta nuestros días nos ha llegado el nombre de “Tío”, El Tío. Pero como íbamos diciendo, el hecho que nos parece sorprendente es la creación de un dios con intereses meramente económicos. Crearon una imagen abominable, semejante a lso relatos bíblicos del diablo, que castigaría con la muerte a todo aquel minero que no se dejase el pellejo escarbando en las rocas. Al principio resultó, y los contables volvieron a disfrutar de números récord en la extracción de la plata. Pero poco a poco, los indígenas se dieron cuenta de que aquel ser divino ni castigaba ni hacía nada, y en vez de obviarlo, se lo hicieron suyo y lo aceptaron como un ser protector y no como un dios vengativo.

Minas de Potosí - El diablo de la mina

Como hace cualquier religión para controlar a los pueblos, se inventaron a un Dios que estuviese presente en las vidas de la gente, en sus actividades, en su intimidad, en sus deseos y pensamientos. Con esa presencia divina, que tanto se predica hoy en día, se consigue dirigir a la humanidad hacia un bien carnal que diseñan otros hombres. Las profundidades de las minas no son más que nuestra propia voluntad que intenta ser controlada por personas como nosotros, que dicen ser enviados y tocados por la divinidad.

El Tío está presente en cada una de las galerías que se adentra en el cerro. La silicosis y los accidentes se han llevado millones de vidas. Cuesta entender cómo funcionan esos poderes sobrenaturales de un demonio impuesto por los españoles y posteriormente hecho cómo suyo por los mineros. Ellos ahora lo respetan y lo veneran, de lo contrario están convencidos de que El Tío se hará con sus almas. Son tantas las vidas humanas que se ha tragado la montaña de plata, que en sus laderas ya no crece nada porque solo transpira muerte.

Robiol.

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