María ha corrido el rodillo metálico del cyber-café donde trabaja. Sí, los domingos tampoco libra. Al poco de darle al interruptor de la corriente, los primeros clientes de la mañana han aparecido puntuales y fieles al juego que no terminaron el fin de semana pasado. Los más pequeños se aúpan en las banquetas para llegar al monitor, y como sus manos pequeñitas no dan para alcanzar todas las combinaciones letales del teclado, entre dos o tres se reparten las armas del héroe del juego, y sus movimientos por callejones repletos de zombis y monstruos que hay que aniquilar. Gritan, se exaltan, se delatan sus descubrimientos y se sorprenden con las armas que, a medida que avanzan, son más grandes, destructivas y luminosas.
A la media hora los niños desaparecen y empiezan a entrar los mayores. María les pregunta a cada uno si ya han votado. Sí, dice el primero en tono comprometido, fui a votar a las 4 de la mañana. Las calles están llenas de lluvia en este pequeño pueblo del Amazonas boliviano, y los porches están llenos de gente que especula sobre la evolución de las elecciones generales.
Evo presidente. Lo dicen con pesar los que quieren el cambio con Manfred, y lo esperan sin ninguna duda los tantos otros que ven la reelección con optimismo. Los que ya han votado respiran con aire relajado, sentados al resguardo de la lluvia que viene y se va. Comen empanadas de pollo con la mano limpia de tinta que no han utilizado para identificar su voto. El pulgar de color azul antes de votar, y de color lila el índice o el meñique para sellar el voto. Las manchas de tinta en los dedos me recuerdan a las tiritas de un análisis de sangre, y la salteña que comen, el primer bocado después de ayunar toda la mañana, y después, la espera del que no quiere que aparezca nada malo en los resultados.
María no puede votar porqué aun es menor de edad. En esta lluvia de mañana de domingo, en este pueblo rodeado por la selva y los mosquitos, sólo se dedica a cobrar los tiempos de consumo de las máquinas, a charlar y reír con las amigas que la visitan fugazmente y a preguntar más por cortesía que por curiosidad, a los que ya votaron. Podría ser como cualquier otro domingo, tranquilo y sosegado. Y así será, mientras Evo gane las elecciones.
Robiol.
A la media hora los niños desaparecen y empiezan a entrar los mayores. María les pregunta a cada uno si ya han votado. Sí, dice el primero en tono comprometido, fui a votar a las 4 de la mañana. Las calles están llenas de lluvia en este pequeño pueblo del Amazonas boliviano, y los porches están llenos de gente que especula sobre la evolución de las elecciones generales.
Evo presidente. Lo dicen con pesar los que quieren el cambio con Manfred, y lo esperan sin ninguna duda los tantos otros que ven la reelección con optimismo. Los que ya han votado respiran con aire relajado, sentados al resguardo de la lluvia que viene y se va. Comen empanadas de pollo con la mano limpia de tinta que no han utilizado para identificar su voto. El pulgar de color azul antes de votar, y de color lila el índice o el meñique para sellar el voto. Las manchas de tinta en los dedos me recuerdan a las tiritas de un análisis de sangre, y la salteña que comen, el primer bocado después de ayunar toda la mañana, y después, la espera del que no quiere que aparezca nada malo en los resultados.
María no puede votar porqué aun es menor de edad. En esta lluvia de mañana de domingo, en este pueblo rodeado por la selva y los mosquitos, sólo se dedica a cobrar los tiempos de consumo de las máquinas, a charlar y reír con las amigas que la visitan fugazmente y a preguntar más por cortesía que por curiosidad, a los que ya votaron. Podría ser como cualquier otro domingo, tranquilo y sosegado. Y así será, mientras Evo gane las elecciones.
Robiol.
1 comentarios:
Teniu un blog que està molt bé! molta dedicació! m'ha agradat veure i llegir sobre Bolívia. Vaig estar per la zona d'Oruro, a una ciutat que es deia Llallawa; i és per això que m'agrada saber d'aquest país.
Seguiu aprenent!
Bon viatge!
Neus.
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