Viajando por Ecuador y Perú sólo oíamos cosas buenas de Bolivia. De Perú hemos oído cosas malas desde el norte y desde el sur. Y nuestra experiencia, que se reduce a un universo sumamente pequeño en el espacio y el tiempo, ha sido que los peruanos son encantadores, a pesar de las constantes críticas de sus vecinos bolivianos y ecuatorianos. De los ecuatorianos también guardamos un cariñoso recuerdo.
Cada día nos intentábamos convencer de que las cosas eran diferentes, y cada día le dábamos a Bolivia una nueva oportunidad. El problema: la gente. Nunca hasta ahora, en ningún otro país, nos habíamos tragado tantos males sabores de boca. Contando con una mano la gente buena que nos encontramos en este país, el resto, quizá debido a la mala suerte, para no ser injustos y caer en la generalización, nos han tratado mal, donde el engaño y la mentira han sido una constante. Cada día ha sido un ejercicio mental para desenmascarar a los malos, y ya de ante mano no podíamos evitar pensar que todos nos querían engañar. Ocurre que al toparnos con personas de buenas intenciones, de virtudes que en casa calificaríamos más bien como normales, teníamos que llegar a disculparnos ante ellos por nuestra suspicacia y desconfianza. Llegaba un momento en que resultaba cansino y nada divertido. Regateaban con mala cara y se enfadaban si proponías el precio justo. Cuando pedías información a todo lo que preguntabas te decían que sí, para luego descubrir que el autobús con baño, asiento semi-cama y tres paradas para estirar las piernas, era en realidad, un autobús de los que se exhibían en los museos, con asientos simplemente reclinables, sin baño, con la rueda debajo que te despedía hacia el techo en cada socabrón, y con parada sólo en aquellos sitios donde se bajaban los pasajeros. ¿Discutir? ¿Reclamar? Sólo servía para pasar un mal rato y poner en peligrosa tensión las venas del cuello. Nos ha costado entender que en estos diálogos de besugos, en los que te puedes llegar a convertir increíblemente en el mentiroso y embaucador, es mejor pasarlo por alto y dejar de blandir la bandera de defensa de “tus derechos”. ¿Qué derechos? Y es que alguno se ha salido por la tangente aduciendo que siempre somos los españoles los que nos quejamos y que esto es Bolivia y aquí no tenemos ni voz ni voto. Qué gran verdad, y que triste solo poder disfrutar de este país cuando estábamos perdidos por las montañas lejos de los bolivianos.
Seguro que la predisposición que hemos adquirido ante los bolivianos tiene mucho que ver con nuestras conclusiones. Pero tampoco nos parece justo que en este blog sólo hablemos de las maravillas que cruzan nuestros ojos, y así, había que citar como una experiencia más nuestra desidia.
Si alguien nos pregunta que nos pareció Bolivia. Lo tenemos claro: es un país precioso, pero los indígenas son muy cerrados, no sienten ninguna curiosidad por ti, y no tienen el más mínimo interés en compartir nada contigo. Así, el viaje es más una experiencia geográfica y gastronómica, y para nada un intercambio cultural. Ya al final del camino, descubrimos que su trato con nosotros nada tenía que ver con el color de nuestra piel, o el origen que delataba nuestro acento. Entre ellos se tratan igual de mal que con nosotros. Y es que no es lo mismo ver Bolivia, que vivirla, y en el mes y medio que hemos pasado en este país creemos haber tenido una experiencia bastante representativa.
Y para no acabar este párrafo de forma tan pesimista, añadir que en La Paz, un amigo boliviano nos trató siempre de maravilla, y en Potosí nos sentimos como en casa. En el departamento de Santa Cruz y en la ciudad de Cochabamba nos encontramos con unos bolivianos completamente distintos: abiertos, alegres y cercanos. Gracias, por habernos sacado del oscuro túnel de la estupefacción. Y mil disculpas a todos aquellos bolivianos que nos perdimos conocer y que seguramente nos habrían llenado con el mito de su hospitalidad.
Robiol.
Cada día nos intentábamos convencer de que las cosas eran diferentes, y cada día le dábamos a Bolivia una nueva oportunidad. El problema: la gente. Nunca hasta ahora, en ningún otro país, nos habíamos tragado tantos males sabores de boca. Contando con una mano la gente buena que nos encontramos en este país, el resto, quizá debido a la mala suerte, para no ser injustos y caer en la generalización, nos han tratado mal, donde el engaño y la mentira han sido una constante. Cada día ha sido un ejercicio mental para desenmascarar a los malos, y ya de ante mano no podíamos evitar pensar que todos nos querían engañar. Ocurre que al toparnos con personas de buenas intenciones, de virtudes que en casa calificaríamos más bien como normales, teníamos que llegar a disculparnos ante ellos por nuestra suspicacia y desconfianza. Llegaba un momento en que resultaba cansino y nada divertido. Regateaban con mala cara y se enfadaban si proponías el precio justo. Cuando pedías información a todo lo que preguntabas te decían que sí, para luego descubrir que el autobús con baño, asiento semi-cama y tres paradas para estirar las piernas, era en realidad, un autobús de los que se exhibían en los museos, con asientos simplemente reclinables, sin baño, con la rueda debajo que te despedía hacia el techo en cada socabrón, y con parada sólo en aquellos sitios donde se bajaban los pasajeros. ¿Discutir? ¿Reclamar? Sólo servía para pasar un mal rato y poner en peligrosa tensión las venas del cuello. Nos ha costado entender que en estos diálogos de besugos, en los que te puedes llegar a convertir increíblemente en el mentiroso y embaucador, es mejor pasarlo por alto y dejar de blandir la bandera de defensa de “tus derechos”. ¿Qué derechos? Y es que alguno se ha salido por la tangente aduciendo que siempre somos los españoles los que nos quejamos y que esto es Bolivia y aquí no tenemos ni voz ni voto. Qué gran verdad, y que triste solo poder disfrutar de este país cuando estábamos perdidos por las montañas lejos de los bolivianos.
Seguro que la predisposición que hemos adquirido ante los bolivianos tiene mucho que ver con nuestras conclusiones. Pero tampoco nos parece justo que en este blog sólo hablemos de las maravillas que cruzan nuestros ojos, y así, había que citar como una experiencia más nuestra desidia.
Si alguien nos pregunta que nos pareció Bolivia. Lo tenemos claro: es un país precioso, pero los indígenas son muy cerrados, no sienten ninguna curiosidad por ti, y no tienen el más mínimo interés en compartir nada contigo. Así, el viaje es más una experiencia geográfica y gastronómica, y para nada un intercambio cultural. Ya al final del camino, descubrimos que su trato con nosotros nada tenía que ver con el color de nuestra piel, o el origen que delataba nuestro acento. Entre ellos se tratan igual de mal que con nosotros. Y es que no es lo mismo ver Bolivia, que vivirla, y en el mes y medio que hemos pasado en este país creemos haber tenido una experiencia bastante representativa.
Y para no acabar este párrafo de forma tan pesimista, añadir que en La Paz, un amigo boliviano nos trató siempre de maravilla, y en Potosí nos sentimos como en casa. En el departamento de Santa Cruz y en la ciudad de Cochabamba nos encontramos con unos bolivianos completamente distintos: abiertos, alegres y cercanos. Gracias, por habernos sacado del oscuro túnel de la estupefacción. Y mil disculpas a todos aquellos bolivianos que nos perdimos conocer y que seguramente nos habrían llenado con el mito de su hospitalidad.
Robiol.
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