Sopa-volcán Kala Purca

En Potosí es muy típica la sopa kala purca. Es una sopa picante a base de ají, maíz, hortalizas y chicharrón. Para mantenerla caliente se cocina y también se sirve con pequeñas rocas volcánicas bien calientes en el fondo del cuenco de barro, que hacen que la sopa se levante en ricas burbujas humeantes.

Rajol.

El Dios, El Tío

El Cerro Rico fue descubierto por los Incas. Conocían la existencia de su riqueza, pero no la explotaban porque la montaña les había hablado y advertido que aquella plata no era para ellos, sino para otros hombres que aun estaban por venir. La montaña se consideró un lugar sagrado y prohibido, y así se mantuvo hasta la llegada de los españoles.

La conquista, en su avance, llegó irremediablemente hasta Potosí. Pero en su inicio los españoles no dieron con la plata, y por entonces, ya nadie recordaba los secretos de la montaña que coronaba la ciudad. Un día un pastor echo en falta una llama y se fue en su busca hasta lo alto del cerro. Encontró al animal pero le alcanzó la noche. Buscó un lugar donde resguardarse del frío, prendió una hoguera y se echó a dormir acurrucado al animal. Por la mañana descubrió, bajo las brasas humeantes, unas lágrimas grises. Eran pura plata, una veta de puro mineral había aparecido bajo el fuego que le había arropado en la noche.

Mantuvo el secreto y nunca reveló a los españoles su descubrimiento. Pero el yacimiento era tan bárbaro que precisó de ayuda y le contó a un compadre su secreto. Ambos durante años se fueron haciendo inmensamente ricos, aunque el segundo envidioso de recibir menos que el descubridor, en un mal día, delató a los españoles el hallazgo. Rápidamente las autoridades locales intervinieron el lugar e impusieron una mita, que obligaba a los índigenas a trabajar en las minas durante 6 meses, pero que los españoles conseguían mutarla de por vida con excusas obtusas y deudas inventadas.

Los españoles nunca entraban en las minas y ello les costaba perder la noción de lo que ocurría en las tripas de la montaña. Los indígenas, aprovechando la ausencia de la autoridad en el interior de los túneles, empezaron a reducir el ritmo de trabajo, y la plata dejó de brotar momentáneamente en los raudales que los españoles contaban acostumbrados.

Y aquí acontece uno de los hechos que nos ha resultado más insólito. La invención por parte de los españoles del Dios de la Mina, para controlar el trabajo que no veían en el interior del Cerro Rico. Como en quechua no existe la letra “d”, los indígenas no podían pronunciar “Dios” lo que los llevo a designarlo como “Tius”, y así hasta nuestros días nos ha llegado el nombre de “Tío”, El Tío. Pero como íbamos diciendo, el hecho que nos parece sorprendente es la creación de un dios con intereses meramente económicos. Crearon una imagen abominable, semejante a lso relatos bíblicos del diablo, que castigaría con la muerte a todo aquel minero que no se dejase el pellejo escarbando en las rocas. Al principio resultó, y los contables volvieron a disfrutar de números récord en la extracción de la plata. Pero poco a poco, los indígenas se dieron cuenta de que aquel ser divino ni castigaba ni hacía nada, y en vez de obviarlo, se lo hicieron suyo y lo aceptaron como un ser protector y no como un dios vengativo.

Minas de Potosí - El diablo de la mina

Como hace cualquier religión para controlar a los pueblos, se inventaron a un Dios que estuviese presente en las vidas de la gente, en sus actividades, en su intimidad, en sus deseos y pensamientos. Con esa presencia divina, que tanto se predica hoy en día, se consigue dirigir a la humanidad hacia un bien carnal que diseñan otros hombres. Las profundidades de las minas no son más que nuestra propia voluntad que intenta ser controlada por personas como nosotros, que dicen ser enviados y tocados por la divinidad.

El Tío está presente en cada una de las galerías que se adentra en el cerro. La silicosis y los accidentes se han llevado millones de vidas. Cuesta entender cómo funcionan esos poderes sobrenaturales de un demonio impuesto por los españoles y posteriormente hecho cómo suyo por los mineros. Ellos ahora lo respetan y lo veneran, de lo contrario están convencidos de que El Tío se hará con sus almas. Son tantas las vidas humanas que se ha tragado la montaña de plata, que en sus laderas ya no crece nada porque solo transpira muerte.

Robiol.

Curiosidades de la Mina

La dinamita en Potosí se expende como si fuera una chocolatina, el cartucho sólo está protegido por un fino envoltorio de color, y te la entregan, con mecha y detonador, por tan sólo 5 bolivianos (0,50cc€). También venden fácilmente sacos de hojas de coca y botellas de alcohol potable () de 96º.

Los cigarros y la coca son el único sustento de los mineros allá dentro. La coca se mezcla con la uijta (masa negra y chiclosa hecha de quinua, patata y cáscara de banana) y masticarla en cantidades quita la sensación de hambre y sed, además del cansancio. Eso les hace soportar largas jornadas inmersos en la oscuridad. Llegan a tomar dos pequeños sacos en esas 8-12 horas, convirtiéndose así en su reloj biológico vital, ya que cuando se les acaba la coca, es hora de volver al mundo de la luz. Los cigarros, de tabaco puro mezclado con canela, cáscara de naranja y eucaliptus, también cumplen su función ya que el humo que se desprende al fumar se queda suspendido arriba, empujando para abajo el gas tóxico de las explosiones, evitando así su inhalación.

Rajol.

Desde las profundidades de las minas de Potosí

Mientras nos probamos las botas y el casco, Antonio, excitado, no para de hablar. Lo sabe todo sobre las minas. No en vano, trabajó allá desde los 12 años. Lo observo en silencio y fija en mis ojos una sonrisa abierta de pozo oscuro.

A los pocos minutos, estamos enfundados en unos monos amarillos talla XXL, botas negras, casco rojo con una luz imponente, y batería en la espalda. Tomamos un microbús, que nos lleva a lo alto del cerro. Al bajar, y pasear por las calles, mis pasos son lentos y torpes, y me siento como una auténtica astronauta, respirando con dificultad, en la superficie de la Luna. Antonio, entonces, nos lleva de compras callejeando por el mercado del Calvario, donde nos aprovisionamos de lo indispensable, es decir, varios cartuchos de dinamita con su mecha y detonador correspondiente, bastante coca, cigarrillos sin filtro y 1 litro de alcohol potable de 96º. Estos serán nuestros regalos para los mineros que nos esperan.

Al fin en la entrada de la mina. Un simple agujero excavado en la tierra, oscuro y tenebroso. Sus paredes de tierra están salpicadas de una sangre negra y vieja. En el último sacrificio de la llama, toda la comunidad se reunió en la entrada del agujero rogando por la abundancia de mineral y porque la muerte no atormente a los mineros que se adentran en él, día tras día. Ocho millones de mineros han muerto desde que el Cerro fue descubierto en 1546. La enfermedad de la Silicosis, las explosiones imprevistas e inhalar gases mortales, son la gran amenaza.

Varios niños nos cortan el paso con sus bandejitas de piedras de colores y nos piden que le compremos. Retuercen las piedras brillantes entre sus pequeños dedos mientras nos miran con los ojos brillantes despuntando entre sus caritas cubiertas de hollín. Son los hijos de los mineros, algunos se quedan rondando las minas, otros bajan a Potosí a buscar otro tipo de plata, ayudando en la venta ambulante o limpiando nichos en el cementerio. Más tarde, con 12 ó 14 años, empujarán pesadas vagonetas cargadas con 16 toneladas de piedra, recorriendo los largos túneles de la mina, por 150 bolivianos (15€).

Una vez en los túneles, caminamos con las botas sumergidas en densos charcos amarillos, agachados sobre nuestras rodillas, rozando con los codos y el casco la rugosa superficie de la Tierra. El oxígeno falta y un aroma agrio a amianto se revuelve por las cavernas antes de entrar fríamente en nuestros pulmones. El sonido del aire comprimido escapando por los tubos y el traqueteo de las vagonetas se ve interrumpido por el sonido perdido y desacompasado de unos martillazos sordos contra una roca lejana. Un mundo extraño aparece ante nuestros ojos que hacen un esfuerzo por acostumbrarse a la oscuridad. Cavernas terrosas que se multiplican adentrándose en las entrañas de la tierra, engulléndonos, ¿cómo saber cual de ellas es la que te lleva de nuevo a la superficie?

Después de recorrer varias grutas, damos con una galería adornada de finas estalactitas de óxido de zinc y cubierta de venitas de estaño y plata. Hay también una polea con una cuerda que pende y se agita, como una cola de lagartija, en las profundidades de un agujero sin fondo. ¡Por fin mineral! Un amasijo de luz y sudor golpea con fuerza la pared. Se gira hacia nosotros con brusquedad, con el martillo en la mano. Es un minero amigo de Antonio. Nos cuenta, con la mejilla convertida en una bola, a reventar de hojas de coca, que sigue el rastro de una vena de la tierra que le está dando “harto plata”. En tres días quizás conseguirá reunir un saco de 40 o 50 kg de piedra cubierta de polvo de plata o zinc por el que le darán unos 150 bolivianos. El minero de Potosí es un hombre recio, de palabras secas y mirada dura. Parece que en algún momento se transformó en la piedra que rompe cada día. Se cuenta, que cuando hay conflictos sociales y el minero se enfada y baja a la ciudad, la gente se esconde en sus casas y cierran puertas y ventanas, aterrada. Se cuenta que cuando el minero baja, baja con dinamita dispuesto a todo.

En las minas no hay mujeres. Es un mundo de hombres. Se dice incluso que es peligroso que las mujeres bajen, pues la Pachamama (la Tierra) que también es mujer, se encela tremendamente y podría esconder, con rencor, los minerales.

Y, por fin, el Tío. Nos espera agazapado en su caverna, al final del recorrido. El Tío es el Diablo. Un Diablo esculpido en barro, coronado por enormes cuernos y ojos incrustados de canica. Allá dentro el Tío es el dueño de todo. El minero de Potosí cuando está fuera de la mina cree en una Virgen impuesta, pero dentro, se encomienda al Diablo porque allá abajo es el único que mitiga sus penas, él único que ve sus manos ensangrentadas y siente su espalda quebrada por el dolor. El Tío tiene su propia capilla, cubierta de las más preciadas ofrendas: montañas de hojas de coca y charcos de alcohol. Existen infinidad de historias inverosímiles sobre su poder. El minero le respeta y le teme, pero aún así, lo adora y hay ciertos rituales que todos, sin excepción, cumplen. Por ejemplo: cubren de hojas de coca su cabeza, para ganar en concentración; sus hombros, para poseer la fuerza necesaria para extraer el mineral; sus piernas, para que les conduzca hacia la salida; y por último, cubren la tierra, para pedirle fertilidad, que sea rica en minerales. Después también vierten sobre Él, alcohol para que beba, y posan en sus labios de barro, un cigarrillo, para que fume. Este ritual es importantísimo para ellos: por Él y para Él trabajan, y Él los cuida.

Al salir de los oscuros túneles, la luz penetrante del sol nos ciega, y el oxígeno vuelve a hinchar nuestros pulmones. Me siento aturdida y débil, pero feliz de estar de nuevo arriba. Miro a Antonio sacudiéndose el polvo y su sonrisa vuelve a brillar.

Gracias, Antonio, por hacernos ver el horror de la mina con tus ojos. Esa mina de la que escapaste hace unos años, volando sobre el lomo de los libros. Gracias por mostrarnos también tu gran sueño, un sueño que ya está al alcance de tus manos. Qué fuerte eres.


Rajol.

** Visitad su Blog en:
www.minerosdelcerrorricodepotosienlared.blogspot.com

La QUINUA, el SuperCereal.

Desde Ecuador hasta Bolivia, la quinua nos ha seguido en nuestro viaje de plato en plato. La mayoría de las veces, en sopa; pero también la hemos probado, cocida como pasta, disuelta en leche para desayuno, o en flan de postre.

La quinua es un cereal ancestral muy integrado en la dieta de estas culturas, ya que es uno de los alimentos principales de la civilización inca (junto con la papa y el maíz). Se le considera el GRANO MADRE porque contiene más proteínas que cualquier otro cereal: un promedio del 16-20% (!) y el triple de calcio y doble de fósforo que el trigo común. También tiene un alto contenido el lisina, cistina, potasio, fibras, minerales, y almidón, que combinan e incrementar el valor de las proteínas. También contiene un aminoácido similar al de la leche, lo que lo convierte en un excelente alimento. ADemás sus diferentes formas de presentación la hacen muy adaptable a cualquier dieta.

La historia de este grano ancestral proviene del mundo inca, en el que era venerado y ofrecido a los dioses en recipientes de oro en las fiestas del solsticio. La tierra donde se cosechaba también era labrada con aperos hechos en oro. Así se le denominó por muchos años como el grano de ORO. Más adelante, Garcilaso de la Vega lo menciona como QUINUA REAL pues constituía un privilegio en la alimentación de la nobleza incaica. Muchas tradiciones que concluyeron con la conquista española y la cristianización posterior, hicieron decaer su cultivo y consumo y se le llegó a considerar el grano DEMONIACO debido a leyendas negras sobre la extraordinaria e inigualable resistencia de esos indios, que llevaban su bolsita de grano colgada al cuello, y que eran sometidos a crueles trabajos en extensas jornadas y de las mujeres indias maltratadas que aguantaban duros embarazos y partos en pésimas condiciones. De esta forma, durante siglos, el trigo sustituyó casi por completo las cosechas de la quinua demoníaca, así como el tarwi, quiwicha, cañahua, etc… desplazando así la cultura y tradición gastronómica inca.

Actualmente, por suerte, se ha recuperado este alimento tan esencial y continuamente se valoran sus excelentes propiedades con múltiples análisis y publicaciones dietéticas a nivel internacional que demuestran su alto valor nutricional, hasta hay quien lo ha considerado el grano del futuro. EEUU es un gran importador. En cambio en España, es curioso que no se comercialice.

En
“R e C e T a S” os dejo una de SOPA y otra de un FLAN riquísimo de quinua que podréis hacer fácilmente si encontráis el ingrediente estrella. ¡Suerte!

Rajol.

Salar de Uyuni

Cada mañana la pequeña ciudad de Uyuni se convierte en un desfile de 4x4s, listos para adentrarse en los salares y desiertos, donde la vida es rara y bella. Decenas de vehículos cargan el pack de 6 turistas, una botella de gas, un bidón de gasolina y víveres para tres días. Para salir de Uyuni hay que atravesar cuatro calles polvorientas y un denso cinturón de bolsas de basura que rodea la ciudad.

Estamos en camino y pronto divisaremos el salar. ¿Cómo será? ¿Blanco, seco? Las ruedas dejan el asfalto y corretean ahora sobre una tierra árida, la alfombra roja, la antesala del salar. Allí está, allí en el horizonte inmediato, un estallido de luz, una losa blanca que se funde con el más allá. La textura de los neumáticos sobre las formas hexagonales que forma la sal es suave. Piensas e intentas entender que todo lo que ves, fue una vez, un trozo del Pacífico que se encaramó a las montañas que salían del fondo del mar. Aquel pedazo del océano se aventuró en un viaje inexplicable que lo elevó a 4000m de su hogar. ¿Y cuánta agua llegó a haber para que quedase un estrato macizo de sal de más de 10m de espesor? De aquella expedición marina nos queda hoy un esqueleto inmenso, una gigantesca estatua de sal que yace sobre las faldas de ciclópeos volcanes.

En medio del salar hay una mota de vida, una isla de cactus gigantes, algunos con mil años de edad. Es la Isla de Incahuasi, la última frontera del desaparecido imperio Inca. Este trozo de roca, que estuvo debajo del mar, está ahora por encima de la sal, y la cima que despunta del desierto blanco se corona por un arco fosilizado de coral.

Salar de Uyuni - Isla Incahuasi

Tras horas rodando por encima de la sal, por fin dejamos, con un suspiro, el salar atrás. Los volcanes vuelven a ser los señores del lugar, y aparecen a ambos lados del camino. Bordeamos la frontera con Chile y penetramos en un desierto de colores, de ríos de arena roja y blanca, de rocas en medio de la nada que escupió alguna erupción volcánica. Grava, piedrecitas, piedras, rocas y arena forman texturas y arcoíris ocres. El polvo se cuela por los recodos del vehículo, nos seca la garganta y nos empaña el vidrio de las gafas. Al otro lado de esas montañas se extiende el desierto de Atacama. Como un engaño para los sentidos, bordeamos una ladera y aparece una laguna blanca punteada de flamencos que pastan sobre sus aguas. Más allá, una de color roja, otra de color verde, y así el desierto se va coloreando con estos oasis imposibles, sobrevolados también por la gaviotas.

Al caer la noche del tercer día, llegamos de nuevo a Uyuni, después de 1000 km agotadores, bajo un sol tan hostil como el desierto donde aterrizaba en picado. Después de tantos días observando la nada, vuelves la mirada hacia dentro y te topas con un poso de sal, una roca y detrás de un grano de arena, tu yo, que abrumado con tanta ausencia de vida, vuelve a respirar.

Robiol.

Los trenes del pasado

Es un cementerio sin lápidas, sin fechas de nacimiento, sin flores ni floreros. Los muertos se apilan en fila india. Sus cuerpos son fríos y su piel se ha descompuesto con el paso de los años. Pero sus esqueletos siguen erguidos, desafiando al sol del mediodía, a las tormentas de arena y a los hombres que los descuartizan en secreto, sin piedad. Ahora los turistas también se acercan hasta este lugar, se suben a sus desconchadas carcasas y se hacen fotografiar. Dicen que por la noche alguien les ha visto llorar. Dicen que no están tan muertos como se piensa, y que en realidad solo les falta el fuego que les hacia caminar. Son trenes que no cupieron en un museo y que un día dejaron de funcionar. Siguen allí donde les dejaron, fieles a pesar de haber sido traicionados. Son trenes jubilados. Son un amasijo, un laberinto de hierros y recuerdos, de kilómetros de vía que llegaron a un final. Ahora muerden el polvo de la arena del desierto, a las afueras de Uyuni, sin la herradura de las vías que una vez les dieron el sentido de su existencia, el sin sentido de la libertad.

Robiol.

Uyuni - Cementerio de trenes 3

F o T o S . . . BOLIVIA




Los niños lustrabotas de La Paz.

“Cada vez somos más, no nos pueden ignorar”, clama un titular en la prensa que quiere captar el interés sobre su situación a la Alcaldía y al público en general.

Y es cierto, porque las calles de La Paz están tomadas por ellos. Son niños, niños que te asaltan, de ropas sucias de betún, ojos tristes y rostro oculto por un pasamontañas. Los primeros días, te sobrecogen y los esquivas con terror. Pero tan sólo son niños, niños marginados, que vagabundean por las callejuelas dispuestos a hincar sus rodillas en el asfalto por 1 boliviano. Los siguientes días te suscitan lástima, curiosidad, y finalmente admiración. Son niños que provienen de familias marginales muy pobres, y que pugnan por aportar algo en sus casas: pura sobrevivencia. Y han encontrado una forma legítima de vivir, basada en el esfuerzo y en el sacrificio, limpiando botas: un trabajo digno. Son como pequeños guerreros en la batalla contra la pobreza, merecedores de respeto y admiración.

¿Tiene un niño derecho a trabajar? En nuestra sociedad occidental sería señalado como explotación infantil, pero en estas ciudades, donde cada día la pobreza te mira a los ojos, los niños son distintos, quieren crecer aportando, quieren trabajar para realizarse. En el mundo andino todos trabajan, desde los niños a los viejitos, porque el trabajo aquí no está mal considerado, el trabajo es Alegría, es Participación, es Solidaridad, es Contribuir, es VIVIR.

Por eso, por su derecho, piden que no se les margine, y se les ayude a salir adelante.
Ellos ya han hecho lo más difícil.

Rajol.

La Paz

Corre a gran velocidad agarrando su maletín de ejecutivo por el borde de la calzada que aún no ha sido invadida por peatones y vendedores ambulantes. Sus pulmones insuflan el poco oxígeno que hay en el aire y su corazón bombea litros de sangre en cada palpitación. Su corbata le rodea la mitad del cuello, como si le indicase el rumbo. El chico de una combi le ve entre la multitud y dirige su parloteo de destinos hacia él. El hombre del maletín, y traje color crema, pasa de largo y se pierde al final de la avenida, más veloz que el tráfico estancado. Amanece y sucumbe el silencio de la noche bajo el despertar metálico de los motores de combustión. La cholita de la esquina abre su paradita de candados, remedios brujos para curar la viriginidad y USBs de hasta 8 Gb. Enfrente echan 2012 en el cine, flanqueado por niños limpiabotas que cubren sus cabezas con pasamontañas para evitar la estigmatización.

Taxis improvisados, combis ávidas de pasajeros, autobuses de otro tiempo luchando por vencer las pendientes que ahogan la urbe en un hoyo de lodo prehistórico y hormigón. Desde el décimo piso de un edificio de cristal, el hombre del maletín recupera, con el ritmo cardíaco, la calma. Desde lo alto de esa pecera el estertor de la ciudad parece sólo un leve silbido. Las colas interminables ante los edificios oficiales se mezclan entre la maleza de caminantes que se enredan por la ciudad. Los olores a pollo frito, a empanada salteña, a aceite requemado y a maíz tostado quedan relegados al suelo de cemento de los que moran abajo. Durante el día, la ciudad de edificios modernos y casas desvencijadas, de maneras tradicionales frente a las importaciones de conducta occidental, de culturas que se acercan, se alejan y se maltratan y de su impetuoso tráfico de morro afilado, hacen de la ciudad un todo único y homogéneo, de matices incontables.

La ciudad vibra todos los días como un diapasón. Pero al caer el sol las luces de tungsteno realzan el maquillaje de sus mejillas para desviar la atención de las arrugas del cuello, por donde merodean los perros callejeros, los borrachos y los jóvenes que buscan algo de diversión. La vibración del metal se detiene y el hombre del maletín abandona la oficina, baja a la calle, y se deja envolver por las constelaciones de bombillas que rodean el centro de la Paz.

Robiol.

Descanso estomacal en LA PAZ

Después de Copacabana, seis días forzosos en la capital de La Paz, para recuperar nuestro estómago.

Seis días ociosos con la única disciplina de una dieta estricta de sopa de arroz, papas y pollo. No aceite, no verduras. En estos días hemos estado sumamente ocupados consiguiendo un pollo salubre diario en los puestos callejeros de la ciudad, así como afinando nuestra habilidad regateadora para conseguir algunas libras de arroz, pan integral y unas papas decentes. También ocupó nuestro tiempo quitar el gas al Seven Up agitando la botella justo para extraer el gas -¡sin afectar a los preciados electrolitos**!- así como el tomar la pildorita adecuada en cada hora.

Después de cinco días, en la cocina del Residencial todos nos conocen. Y la receta es insuperable… ¡la sopa nos sale riquísima! Y no hemos caído en tentaciones. El Dr. debe estar orgulloso de nosotros.

(..pero yo ahora mismo mataría por una caja de Donetes grasientos…)

** ¡OJO! Recomendación expresa del médico: beber mucho Sprite, y 7Up, que tienen electrolitos. Por favor, ¿alguien lo puede contrastar?

Rajol.

Atardecer en el LAGO TITICACA.

A Simbad y Josue.

Son casi las seis y media de la tarde en el Cerro Calvario.

Después de subir una escalinata de piedra infernal, se llega exhausto al vestíbulo de las doce cruces. Doce cruces oscuras que rasgan el cielo. Unos pasos más allá, avanzas en silencio hacia el graderío hollinado. Ese color oscuro y el aroma agrio que lo envuelve es debido a las ofrendas de tantas y tantas velas consumidas por el fervor de las eternas súplicas.

Y desde allí, por fin, contemplas la gran bahía y la inmensidad de un horizonte líquido a más de 4.000 metros de altura. Los primeros espectadores ya están allí, postrados con sus cámaras de fotos. Se mueven sigilosos para no enturbiar el comienzo de la gran obra maestra que ultima ya sus leves preparativos. La obra se interpreta a diario desde hace miles y millones de años pero, mientras que el guión no cambia nunca, los ricos vestidos mudan de forma y color.

El Sol grita, en su triste ocaso, y decora un escenario de luz imposible combinando un intenso naranja, con tonos rosados y violetas. Y en ese fondo, danzan sin compás las Nubes creando y destruyendo a la vez, mil formas imaginarias, estirándose caprichosamente, rasgándose, rompiéndose y desapareciendo sin más. Es todo un desfile impredecible de figuras que despiertan ante nuestros ojos, y se reflejan en la superfície líquida del Lago.

Poco a poco, el Sol se rinde y se deja caer tras las montañas. Las Nubes entonces se deshacen y se confunden con la oscuridad. La noche atrapa la magia. El espectáculo se acaba. No hay aplausos. Todos bajamos en silencio, conmovidos.


Pero la música muda todavía suena.


Rajol.

Copacabana: nuestra puerta abierta a Bolivia.

Pasar la frontera de Perú a Bolivia por Copacabana es un trayecto hermoso. Pampas llanísimas donde se mezclan los ocres y verdes de las tierras del altiplano, y un azul limpio que asoma liviano desde las lagunas.

El primer pueblo donde descansamos es Copacabana, que nada tiene que ver con la tropical ciudad brasileña. Copacabana es un pueblito tranquilo, que ha sabido retener a las gentes de paso y ahora crece en vertical, con altos hoteles de ladrillo que pretenden reflejarse en las orillas del gran Lago Titicaca. Copacabana tiene dos almas y dos colores de piel, la indígena morena y huidiza de faldas tupidas de colores que desborda el centro desde la Catedral mudéjar hasta el Mercado con sus puestos de frutas, truchas y abarrotes, la blanca que se asienta tranquila a esperar al viajero al borde de la carretera y con los ojos puestos en el Lago que atrae el dinero. Copacabana ha sabido mezclar costumbres y turismo. Por ejemplo, se venera con devoción a la Virgen de Copacabana, que todavía alimenta peregrinaciones; y existen comunidades antiguas como los Samiñawuas, que viven en sus islas flotantes de totora, o los que residen en la árida Isla del Sol.

Sin embargo, los Samiñawuas hoy en día, ya cobran un pase por visitarlos y sus vivas y alegres danzas para favorecer la pesca, son innecesarias, pues sus truchas son de piscifactoría. Y qué decir de los habitantes de la Isla del Sol que han construido una especie de autopista de piedra que cruza la Isla de norte a sur por la que canalizan a todos los visitantes, y a los que asaltan después en varios tramos para exigirles una tasa o peaje.

Ocurre, como tantas otras veces, que a lo idílico del paisaje, has de restar el efecto negativo causado por la avaricia del hombre.

Rajol.

Condorito

Condorito es chileno, aunque algún argentino despistado lo hace de su patria. Lo descubrimos en un kiosko de Perú, pero se puede comprar en prácticamente toda Sudamérica. El primer ejemplar me encantó (edición especial, colección 2009), pero me soprendió cómo el segundo que adquirimos (edición normal) me quitó las ganas de seguir leyendo. Rajol dice que estos tebeos, ni son tan buenos ni son tan malos. De una forma u otra, Condorito ha sido compañero de viaje en las largas horas de autobús.

Si queréis curiosear las ocurrencias de este pajarraco, ahí van un par de link y viñetas:

Historia de Condorito

Página oficial de Condorito

Un día desconectado

El autobús arranca por fin. Hoy sólo lo ha hecho con una hora de retraso. Nadie mira a nadie. Unos duermen, otros se abstraen por la ventana, y los que no tienen vistas a los páramos de alpacas, observan el rodar de los minutos sobre un aburrimiento desgarrado.

Hoy la ciudad que queda atrás es Arequipa. En ella hemos vuelto a ser extraños. Sus habitantes ocupan todo el espectro entre la bondad del ser humano y su lado ruin y despiadado. Somos como ellos, y sin embargo no nos reconocemos.

El autobús abandona la dársena y se adentra en ese mundo nuevo y viejo, donde los pequeños van al colegio y los niños adultos al trabajo. En esa esquina que nunca he visto está la paradita de zumitos y caramelos que he visto tantas veces en las esquinas de este mundo. El susurro del tráfico se hace agudo en una ciudad donde viven los coches por encima de las personas. Y dentro de los coches hay otras personas. Mi compañero de pasillo ya ha acomodado la cabeza en el aire de un sueño ligero. Allí abajo sigue el hormigueo de la calle que me arrastra a sentirme sin camino. Bajo la mirada, y encuentro unos dedos arrancándose pellejos. Son como el instinto de rivalidad que lucha sin causa. Sólo un poquito más, dice el pensamiento de la pasajera que ha ocupado el asiento de atrás. Más para llegar al perverso infinito, siempre cerca e inalcanzable. Una vida insuflada de sueños vacios que se multiplican y cobran sentido con el sin sentido de vivir en el espejismo de no controlar el curso de nuestra existencia. Otra vez ya no soy yo, soy ellos, y me sonríen desde dentro y yo asiento y les abrazo de nuevo. Otra vez soy yo, sonrío y reconozco la esencia de esas personas en el devenir de mis pensamientos. La mano invisible me balancea entre esas dos fuerzas que tiran de mí para ahogar mi voluntad y perderme en el remolino de corazones solitarios.

El autobús se aleja de la ciudad por una carretera sin curvas, sin árboles, solo las líneas amarillas que limitan los bordes de la calzada. Más límites, pero mis ojos las sobrevuelan con facilidad, aunque ellas no mi quiten el ojo de encima. Veo el paramo, pero las líneas incansables siguen allí, esperándome para que me refugie en el descanso cómodo de vivir sin libertad.

Robiol.

Las princesas de la región de AREQUIPA.

Todavía en la actualidad, en las zonas más rurales del Perú, las mujeres visten de forma tradicional y diariamente se afanan sumidas en sus quehaceres más rutinarios, vestidas de forma exquisita con sus trajes centenarios, llenos de color, y de ricos bordados.

Las mujeres de Arequipa, en especial, parecen princesas desheredadas. Princesas de voluptuosas faldas aterciopeladas, princesas de corpiños bordados con mil filigranas, chalecos y puños tupidos grabados, princesas que se tapan del duro sol con delicadas chalinas y sombreros de tela rebosantes de colores y estrellas. Vestidas como princesas, vagan solas por las calles polvorientas de los pueblos perdidos de Arequipa.

Las ves diariamente arrastrando sus pies invisibles bajo las densas faldas cuando llevan el rebaño de ovejas y burros a los pastos con su cetro convertido en vara de caña; o bien cuando se encogen e inclinan su espalda orando hacia la tierra que labran; o cuando cargan pesados fardos anudados a su espalda transportando maíz, frutas o hierbas aromáticas; o cuando tejen delicadamente en sus telares de araña o venden sus artesanías en los mercados de cualquier aldea. A menudo llevan chiquillos mugrientos agarrados en silencio a sus faldas o cargados inmóviles sobre su espalda. Su rostro enjuto y moreno destaca sobre el cuello blanco y elegante de sus vestidos, sus manos agrietadas y venosas sobresalen de esos puños tan exquisitamente bordados. A veces, las faldas están salpicadas de manchas y rotos, pero no importa, nunca fueron llevadas con tanta dignidad. ¡Lucen tan bonitas!

Son princesas de otros tiempos, princesas desheredadas, fieles a una tradición que hace cientos de años fue impuesta. Y mientras, desde este otro lado de la memoria, nosotros las miramos absortos, incrédulos.

Ellas muestran la fidelidad, la cultura; en cambio, nuestra historia, implacable, muestra la crueldad del olvido.

Rajol.

Ruta por El Valle y el Cañon del Colca.

Para llegar al Valle del Colca, has de recorrer en bus un trayecto de cuatro horas por una solitaria carretera y atravesar el Páramo de Cañahuas, a unos 4.000 metros de altura. Cuatro horas en las que recorres una extensión infinita de desierto de polvo volcánico sembrado de toscas piedras, cactus y dunas petrificadas bajo un sol aplastante. Allá a lo lejos se dibujan las cumbres nevadas del Sabancaya y el Hualpahualpa, asomando entre las ardientes dunas, y no puedes evitar un escalofrío ante dos visiones tan opuestas. Al final del trayecto la pampa se ve salpicada de verdes humedales, como la laguna de Salinas, donde pacen vicuñas y alpacas, ajenos al ronroneo de los pocos motores que crepitan desde la carretera.

Decidimos dejar atrás la ciudad de Chivay y quedarnos en el pequeño pueblo de Yanque, para después llegar hasta Achoma y Pinchollo caminando. Estos pequeños pueblos son un puñado de grises casitas de adobe que se aplastan contra el suelo con brillantes tejados de zinc. Las calles están cubiertas de polvo y piedras. Son pueblos solitarios que aprecen abandonados hasta que sus gentes regresan de las chacras al atardecer. A la humildad y desamparo de las casas agrietadas, se contraponen las siluetas de las magníficas iglesias que emergen en las plazas apuntando al cielo, de piedras blanquísimas, despropor-cionadamente grandes por fuera, pero huecas y sencillas por dentro.

En Yanque, el primer pueblo del Valle del Colca, nos quedamos un día entero. El paisaje que rodeaba la pequeña aldea nos impresionó. Todas las montañas están trilladas de incontables terrazas agrícolas hasta perderse en las profundidades del valle. Estas terrazas arañadas en la tierra son antiquísimas, del periodo pre-inca de los kolawas (1.200 d.C), pero hoy en día se siguen cultivando como antaño. Están dispuestas en forma de anfiteatro para aprovechar mejor el agua de las lluvias y evitar la erosión del suelo. Visitamos las ruinas de Uyu Uyu, a 5km del pueblo, una antigua aldea kolawa (pre-inca), con una curiosa historia: cuentan que “bajo el mandato del virrey español Toledo, que creó las “reducciones de indígenas” para los trabajos forzados, la aldea fue quemada por completo con todos sus habitantes dentro por el Capitán Lope de Suazo. De esta cruel masacre, quedó sólo un sobreviviente al que se le apareció la imagen del Señor de la Exaltación, y en sus intentos de trasladarla a Yanque, la imagen desapareció para siempre, dejando una maldición eterna para las gentes que allá quedaron: la planta sagrada de la coca se convirtió en espina, y toda el agua se secó, quedando tan sólo un pozo para los pajaritos”. En la actualidad, todo el valle es un entramado de canales que dan de beber a ese campo que quedó maldito y sediento.

Aparte de Uyu Uyu y las terrazas, Yanque es peculiar por sus Baños de agua caliente que provienen de una grieta en la montaña, próxima a un geiser natural, que provee las piscinas de agua y las mantiene a 35º. Allá bajamos al atardecer, junto con una docena de lugareños, a relajarnos viendo ascender la luna.

Al dia siguiente, sobre las 6.00, nos encaminamos hacia Achoma (8km), que resultó ser un pueblo casi idéntico a Yanque, tanto por sus polvorientas y grises casitas, como por los alrededores de montañas arañadas por las antiguas terrazas. Desde el alto mirador de la Cruz, si miras a tu derecha, puedes deslumbrarte con el brillo de sus ordenados tejados de zinc, y si volteas a tu izquierda, el valle quebrado por el Colca se desgrana en innumerables y verdes terrazas.

Desde Achoma, bus a Pinchollo, que tardó más de 2 horas en llegar, y que nos permitió conocer a Robert y con el que aprendimos algo de la jerga popular peruana, como, ejem: “arráncate!, mi chocheera, mi pata, es chévere, es baaacal”. Cuando llegamos, ya era noche cerrada, y nos asustó no encontrar alojamiento ni comida, ya que cuando llegamos al minúsculo pueblo estaba completamente a oscuras y las pocas sombras de la plaza a las que preguntábamos sólo nos lanzaban evasivas. Por fin, conseguimos cama, y una cena, en compañía, a base de sopa de maíz y arroz por 1 sol (0,20cc!).

A la mañana siguiente, vuelta a caminar 2 horas por “pura carretera nomás” hacia la Cruz del Cóndor, un mirador en plena falla del Colca donde, desde muy temprano, puedes observar el vuelo de estos enormes pájaros. Desde este lugar, puedes divisar casi en su total extensión, el Valle del Colca, que se asienta en una de las fallas de la corteza terrestre más profundas de la Tierra. Es una herida abierta espectacular, de 100 km de longitud y más de 3.400 metros de profundidad, entre los impresionantes volcanes Coropuna (6.425 m) y Ampato (6.310 m). Mirar hacia cualquier dirección, te hiela la vista.

Después de ver a un par de cóndores sobrevolar las cumbres, tomamos un bus dirección Cabanaconde (pueblo al borde mismo del Cañón del Colca). En el asiento de atrás, viajaba absorto Chippy, un neozelandés que horas después conoceríamos mejor, ya que Rubiol estaba demasiado ocupado en hacer pajaritas de papel para todos los niños del autobús…

En Cabanaconde, nos preparamos para descender al Cañón al día siguiente. Pese a la insistencia de la gente para que lo recorriéramos con un guía local, decidimos hacerlo solos para ganar algo más de independencia y poder cambiar la ruta en cualquier momento.

Aquí está nuestro “detallado y topográfico” mapa de partida del Cañón del Colca:
(donde uno no sabe que es subida o bajada, y donde por supuesto, no aparecen los innumerables caminitos falsos que tuvimos que descartar!)



Empezamos a caminar sobre el borde mismo del cañón, estudiando a cada paso su profundidad, antes de precipitarnos por un descenso hacia sus abismos. Cuando bajamos los primeros 1200m por un camino zigzagueante al borde del precipicio, te da la sensación de colarte por una grieta gigantesca hasta las entrañas de la Tierra. La primera parada, después de 4 horas de bajada, fue para tocar la profundidad del Cañón en un tramo de las orillas humeantes del río Colca. Allá la grieta de la falla está abierta y el latido del planeta brota en forma de Geiser natural de aguas burbujeantes. Allá nos bañamos en una pequeña poza tibia, nacida del río y rodeada de cañas, donde se mezclaba la helada agua de lo más alto de las montañas y la hirviente y sulfatada de lo más profundo de la tierra.

Continuamos hasta Llahuar para descansar y pasar la noche, una aldea donde Yola y Claudio, alquilan cabañas de caña y camas con somier de piedra!, al borde del río Colca. La sinuosa y líquida canción del río, es el mejor recuerdo de aquella noche.

Al día siguiente nos pusimos de nuevo en camino hacia el pueblo de Llatica, desviándonos esta vez por el río Huaruro. El tañir de las campanas a toque de piedra en una triste melodía, nada más atravesar sus puertas, nos recordó que era 1 de noviembre, día de Todos los Santos. (Es una sensación extraña darte cuenta de que es fiesta en tu país, pero la distancia la ha borrado de tu calendario). Después de que unos aldeanos nos indicaran cómo continuar nuestro camino, llegamos al cabo de 3 horas a Fure.

Fure es una pequeña aldea de sencillas cabañas de adobe que se asienta en la falda de una escarpada montaña resiguiendo el camino hacia la Cascada. No disponen de luz eléctrica ni agua potable, y los recursos son muy escasos ya que viven a más de 8 horas a pie de Cabanaconde. Allá Lucy, una niña dulcísima de 13 años nos recibió y nos llevó correteando hasta su hospedaje: una sencilla habitación de adobe y suelo de tierra donde pasaríamos la noche con unas velas. Queríamos acercarnos hasta la cascada (3 horas más!) así que la niña y su madre nos prepararon un rico almuerzo a base de huevos, arroz, papas y zanahoria, que nos llevamos para comer allá.

A la Cascada del Huaruro se llega por un sendero rocoso que resigue la estela del río del mismo nombre. El camino estrecho desaparece de vez en cuando sepultado por desprendimientos que hacen vomitar las montañas. Cada vez que salvas uno, caminando de puntillas por las afiladas rocas despeñadas con sumo cuidado y en absoluto silencio, observas de soslayo, algo más arriba, las descomunales rocas que no cayeron y que descansan a pocos metros como auténticos gigantes dormidos a punto de despertar y arrojarse al vacío. Entonces, en un recodo del camino la descubres de lejos, majestuosa, la Cascada. Está enfilada en una gigantesca pared de piedra, desde donde se precipita impune. Según te vas acercando, deseas tocarla, llegar a ella, pero el estruendo de sus aguas al caer te ensordece y una nube de gotas agua helada te hace estremecer. Es un Santuario natural. Todo lo que te rodea simplemente, te empequeñece. Te sientes tan vulnerable y frágil, que a los pocos minutos, sientes la necesidad de respirar hondo y encontrar tu camino de vuelta a la humanidad.

Nos despedimos de Fure a la mañana siguiente, después de tomar unos panqueques riquísimos y té de moña (hierba luisa). 5 horas más de caminar hasta el Mirador Apacheta sembrado de cactus y llegar a las terrazas de Malata, para descender después hasta el Oasis de Sangalle. El camino ese día fue duro, labrado en la roca, sólo acompañados por el vuelo sigiloso de algún águila en el cielo, y el saltar al precipicio de las lagartijas suicidas que moran los ribetes del seco camino.

La llegada a Sangalle la celebramos con un baño en la piscina de agua natural y un buen almuerzo de arroz con palca (aguacate). Allí conocimos y cenamos con David ;) para regresar al día siguiente muy temprano, por una empinada subida de vuelta al mundo, al punto de partida, Cabanaconde.

Rajol.

Porteadores de Machu Picchu

Si quieres hacer el Camino Inca hasta Machu Picchu hay que inscribirse con tres meses de antelación para poder optar a una de las 500 plazas que diariamente parten. Y no todo son turistas. En las 500 plazas se incluyen a los porteadores y guías que suman un total superior al número de turistas. Es una excursión emblemática para unos y el pan de cada día para muchos otro.

Hace 30 años los cuzqueños hacían el camino Inca en solo dos días. Cargaban con su comida para alimentar al cuerpo, y con alcohol para burlar los reclamos del alma. Era una pequeña evasión, para los jóvenes de clase media-alta, del control estricto de sus ambiciosos padres.

Hoy el camino se hace en 4 días y los turistas llevan un equivalente en número de porteadores que carga con la comida y el techo. El primer día del camino el guía nos contó una bonita historia:

Hasta no hace mucho, la explotación de las agencias por un lado, y el deseo de los porteadores de rascar algunos soles más por otro, hacía que los porteadores cargasen fardos entre los 30 y los 50 kg. No había ningún control que velase por la salud de aquella profesión. Pero en el año 2002 el Instituto Nacional de Cultura (INC) decidió colocar una serie de estrictos controles a lo largo del camino, para restringir la carga en un máximo de 20 kg. Ahora los derechos de los porteadores están protegidos, pues de lo contrario, la agencia “podría” ser multada.

El tío quedo como Dios. Lo explicó en ese tono que refleja un acuerdo absoluto con tal resolución y una falsa empatía por un trabajo que nunca había hecho. Y fue una carta de presentación perfecta para meternos a todos en el bolsillo.

En el grupo éramos 14 turistas, 14 porteadores y 3 guías. Los porteadores salían los últimos del campamento pues tenían que recogerlo todo, y llegaban los primeros en cada etapa, para que todo volviese a estar listo a la llegada de los aquejados turistas. Nos adelantaban casi corriendo fuese subida o bajada con mochilas gigantes construidas con tela de saco. Y aquellos enormes volúmenes solo pesaban 20 kg, que extraño.

Creo que le pregunté hasta 3 veces al guía si de verdad los porteadores, hombres entre 17 y 50 años, solo cargaban 20 kg. –Por supuesto- dijo, -de lo contrario la agencia podría ser multada-. Aquello no me convenció. Cada vez que veía las caras desencajadas de los porteadores y sus piernas clavadas en el suelo por el peso, aumentaban mis dudas. En el segundo día conseguí escaparme con un porteador joven de 18 años. Me dijo que cargaba con el arroz, el atún y las verduras de todo el grupo.

- ¿Y cuanto pesa tu fardo?
- 28 kg.
- ¿Cómo es posible? ¿No tenéis un límite de 20kg?

Me contestó con una mirada de incredulidad. A cada porteador que pasaba le preguntaba por su peso y nadie acertaba a darme un cantidad inferior a los 27 kg. Algunos llevaban hasta 32 Kg. No entendía nada. Volví a preguntar al guía, explicándole la nueva información que tenía, y volvió a contestarme con grasienta diplomacia que aquello no era posible y que los porteadores debían estar fanfarroneando. Lo pregunté a los otros dos guías, y obtuve similares respuestas aunque con un poso de incomodidad en la sombra de sus ojos.

Tendrías que ver aquellos enormes fardos sobresaliendo por detrás de sus cabezas. El volumen es solo una de las variables que determinan la masa de un cuerpo. La otra, bien puede ser, el sonido de sus pies desnudos y agrietados, enfundados en sandalias de neumático, golpeando las piedras incas del camino. Y siguen corriendo.

El Camino Inca es muy bonito aunque dista bastante de lo que podríamos entender como una experiencia vital. La ingeniería de los Incas se ha convertido en un ingenio para secar el dinero de los turistas. Después de una pendiente empinada que deja atrás otro valle aparecen paraditas de refrescos caducados y botellas de agua a precios que no pagaríamos ni en España. Y el camino, aunque intenta estar limpio, se plastifica con les envases que turistas sin escrúpulos siembran al caminar. Lo más inquietante es sin duda escuchar el silencio de la historia cuando caminas por las ruinas Incas, una experiencia que solo se puede tener en el camino. Una vez en Machu Picchu, la ciudad sagrada se torna más poblada que cuando moraban sus habitantes hace más de medio milenio. Cientos de turistas suben en autobuses para invadir con sus cámaras todo aquello que señale el guía de turno, o por mimetismo que alguien esté fotografiando. La belleza de Machu Picchu no se puede ver mas que a primera hora de la mañana, justo antes de que las camisas y jerséis de colores pintarrajeen la hierba verde y las piedras amarillas y ocres.

El último día me enteré de muchas cosas. Para empezar, dos turistas habían solicitado y pagado por un porteador extra que cargase con sus mochilas. Así debíamos tener 2 porteadores más, que no teníamos. En Machu Picchu pregunté en la oficina del INC sobre las diferentes versiones en los pesos de los fardos, y ¡¡¡Voila!!! Resulta que si el porteador declara en los controles que quiere cargar más peso, no hay penalización alguna. El porteador cobra más y la agencia reduce los costes en recursos humanos. ¿Y por qué querría un porteador cobrar más? ¿Quizá porque en los 4 días, trabajando a destajo, cobran menos de 50€?

Robiol.

El cambio climático en los Andes del MACHU PICHU.

El Cuzco es una ciudad preciosa, enclavada en el corazón de los Andes tropicales, que son el centro del origen de la biodiversidad del Perú. Es aquí donde se generan la mayoría de ríos que desembocan en las cuencas del Pacifico y del Atlántico. Es también donde se hallan los humedales más numerosos (más de 2.000 lagunas), los más extensos pastos y los yacimientos minerales más importantes. Desde tiempos inmemoriales se han usado en estas tierras sistemas de cultivo como terrazas, andenes, y centros experimentales agrícolas como el de Moray.

Sin embargo, debido al cambio climático, los glaciares de esta zona han experimentado un retroceso del 22% y este tremendo fenómeno de deshielo está provocando actualmente corrimientos de tierras, deslizamientos y erosiones, lo que supone una importante pérdida de suelos fértiles y cosechas; con el consiguiente impacto en la economía de los pueblos más rurales y dependientes del cultivo. La zona de los altos Andes es la más vulnerable ya que, según el INEI (2008), representa casi el 30% de la población peruana en extrema pobreza y el 60% en situación de pobreza, y es en estos pueblos donde se agudiza el problema. De esta forma, el cambio climático está provocando un efecto fatal en los recursos hídricos, en la desaparición de los glaciares de la zona, y consecuentemente un impacto grave en las economías de estos pueblos, extremadamente humildes y dependientes del medio rural.

Se observa en la zona andina, sobre todo, en las altísimas montañas que rodean al Machu Pichu, como no quedan apenas glaciares, como los valles se quedan áridos, después de cientos de años de cultivos intensivos, y cómo la gente de la zona te explica que dentro de, quizás 15-20 años, ya no corran ríos por las montañas. Conociendo el efecto y las consecuencias, deberían de acometerse programas de adaptación a este cambio climático (que podría ser irreversible), para proteger la economías del medio rural, reforestando y recubriendo de vegetación los valles para que el agua no se pierda, sino que se retenga y penetre en la tierra, y con ello crear humedales que favorezcan la fertilidad de unas tierras que se ven amenazadas actualmente por la erosión y la aridez.
Rajol.

MACHU PICHU: Un gran hormiguero.

Son las 6.00 a.m. y los 3 -¡¡Marta ya está con nosotros!!- esperamos ávidamente el desayuno en nuestro hostal Arco Iris. Un bus, que nos espera en la Plaza de Armas de Cuzco, nos llevará hasta el km 82, punto de partida de la gran travesía del Camino Inca. Antes pararemos en Ollantaytambo para proveernos de gorras, ponchos y hojas de coca.

A partir de aquí, no hay tregua. Cuatro días de intensa caminata por el Camino Inca, en los que “el equipo” comparte camino con 14 incansables porteadores que cargan con los víveres necesarios y las carpas, y 470 personas más. A la pesadez de las empinadas e interminables pendientes, súbitos tropezones, y nuestro lento arrastre de pies, se le añaden las explicaciones improvisadas de nuestro guía Juvenal (-¿Me dejo entender?-), y las risas con Mary, Pablo, Rafa, Tomas y Pilar... menudo grupito castellano-parlante nos hemos juntado..!

Es un camino duro y polvoriento al principio, pero bellísimo y salvaje al final de la travesía. Su recorrido está salpicado de varias construcciones incas, de las que poco se sabe, ya que pueden ser cosas tan dispares como ciudades perdidas, o “chasqui-wasis”*, o “tambos”,** o templos de sacrificio, o incluso importantes centros de administración, según nuestro erudito guía.
(… MacDonals no, Ignasi.)

Al llegar al campamento, exhaustos, invadimos rápidamente la carpa-comedor, nos bebemos en silencio la sopita, nos comemos el arroz con X, apuramos nuestro “matesito”, y ..¡listos para un Handy Hand!, o simplemente pasar el rato charlando.

Y, a pesar de andar apurados de agua potable y dinero (primera vez en mi vida que necesitamos llevar tanto dinero para un paseo por la montaña!), del frío, del miedo a morir despeñados por los abismos, de los gatorades caducados, del miedo a los fantasmas violadores nocturnos, de aguantar himnos futboleros argentinos, ejem, y de carreras alocadas de último día… para no llegar a tiempo a la cola del Huayna Pichu…

A pesar de todo, …chic@s, gracias de corazón a todos,
... lo hemos pasado GE NI AL!!

*chasqui-wasis: Lugar donde se reunían, relevaban, o descansaban los mensajeros incas.
*tambos: Lugares o residencias de descanso.
Rajol.