51 cm

La primera vez que os hablamos de él medía poco más de 1 cm, y era una gotita blanca en una ecografía. El 28 de octubre, a las 16:21 la gotita se transformó en un bebé de ojos enormes que ya escudriñan este lado del mundo. La primera noche ha sido un insomnio feliz para los tres.

Bienvenido Biel...

Rajol y Robiol.

Beijing...

En lo alto del edificio hay una pantalla gigante, mayor que los carteles publicitarios de ropa, perfumes, relojes y navajas suizas, que la rodean. Se está emitiendo un partido en directo de la NBA a plena luz del día. Un hombre sigue la evolución del juego desde muy abajo, impasible al berrinche del niño que sostiene en sus brazos, que llora porque hace frío y se le congelan los mocos y las lágrimas. Por todas partes corretean cientos de personas, y muchas desaparecen por detrás de la puerta de un restaurante Kentucky Fried Chicken o en la boca de metro de la esquina que forman dos inmensas avenidas. Las banderas rojas se agitan en lo alto de los edificios comunistas flanqueados por guardas de uniforme verde y guante blanco: neveras gigantes de hielo gris y marcos de acero, donde todo son letras chinas que mantienen a los extranjeros ignorantes del idioma a entrar en ellos.

Bienvenidos a Beijing, capital de todas las tiendas de ropa, de todas las franquicias de comida rápida y de tecnología punta. Entre las grandes venas de esta ciudad se trenzan los Hutongs, barrios viejos y tranquilos atravesados por el tendido eléctrico que desaparece de forma mágica en las grandes avenidas.

Policías, guardias, y voluntarios de seguridad con brazaletes rojos e inscripciones chinas en amarillo, se apuestan en cada esquina, en cada bocacalle, o bajo las farolas que sostienen el peso de decenas de cámaras que lo graban todo. Los pekineses jóvenes no sueltan el móvil de la mano, y siempre hay alguien apuntando con el teléfono para aumentar la librería de imágenes. Les gusta comer en abundancia, devorando la mitad de lo que piden entre sorbos, gritos y risas. Son muy escandalosos, aunque no tanto como nosotros en un bar de tapeo.

Beijing nos ha gustado, nos ha sorprendido y nos ha mermado las defensas para coger un buen catarro. Qué frío, de los que tanto habéis experimentado vosotros en este largo invierno que ya se acaba. Y aquí se interrumpe el viaje, que retomaremos muy pronto, y que deja el blog abierto, para lo que vaya sucediendo entre tanto.

Robiol.

F o T o S CHINA...


Las casas de los espíritus.

Las casas de Laos acostumbran a tener un pequeño templo ornamental esculpido en su jardín. Normalmente se ubica en el rincón más tranquilo, a la sombra de un árbol, y es adornado con sumo cuidado. Cada mañana se le hace una pequeña ofrenda, sea incienso, bolas de arroz, bebidas o pan. En ese templo diminuto habita el espíritu de la casa. Este espíritu invisible es el “phi”. Los habitantes de la casa conviven y comparten su espacio con él, así que deben hacer lo posible para que éste se sienta feliz y amado. La energía de cada casa reposa en este espíritu y debe ser bien atendido para que éste irradie un buen karma en el hogar. No se toleran los gritos, las disputas o las mentiras. Así se entiende que las casas no son espacios inertes, sino que están vivas, te protegen y tienen su propia alma.

Los katang, una minoría étnica de Dong Phu que visitamos, llevan al extremo este animismo y durante siglos han desarrollado una convivencia muy especial con los espíritus de sus hogares. Su creencia es que en cada morada, habita un espíritu al que no se debe importunar, creando una serie de tabús ancestrales que no deben romper para conseguir su complacencia. Si un espíritu es incomodado deberán iniciarse ceremonias para aplacar su malestar, como el sacrificio de gallinas, o incluso búfalos, en el peor de los casos.

Algunos tabus realmente ofensivos para ellos, son, por ejemplo:

-No tocar o fotografiar los objetos sagrados de los espíritus que hay en la casa.
-Agacharse respetuosamente cuando se pasa al lado de ellos.
-No dormir junto a personas de diferente sexo (incluso si es tu pareja).
-Dormir con la cabeza orientada a las paredes más cercanas al exterior.
-Nunca apoyar los pies en la pared o posicionarlos para afuera.
-No golpear las paredes de la casa.
-No dar palmadas en el interior de la casa.

También supimos que para evitar que los espíritus se coman o echen a perder los víveres, almacenan el arroz y los frutos en pajares lejos de sus hogares, y también obligan a parir a las mujeres embarazadas en un bosque cercano para que los gritos no los irriten. Costumbres y leyendas que se han ido arrastrando hasta el dia de hoy en una étnia aferrada a su mundo de espíritus.

Rajol.

El turismo tiene cáncer...

Una espesa bruma se traga el sol de las 10 de la mañana sobre los arrozales sin agua. Las vacas pastan alegres y los terneros maman la leche fresca. La tierra plana se extiende hasta chocar con el primer mogote que se alza vertical y afilado sobre el paisaje. Detrás otro y otro, afilados, escarpados, prohibidos, inaccesibles, peligrosos, bellos, brutales… El horizonte es un abanico de grises que se va apagando hasta desvanecerse en el viento. Los habitantes de Vang Vieng debieron venir del cielo, para poder sortear este capricho de la naturaleza.

El turismo debió de llegar un día a Vang Vieng de la mano de un mochilero. Debió quedarse muy impresionado con el paisaje porque hoy son miles los que vienen cada año a pasar unos días a este lugar fantástico. Cuevas, ríos, pozas de agua, jungla, mogotes… Es un reclamo natural que hablo por sí sólo.

Sin embargo, Vang Vieng se ha convertido en un gran complejo turístico que ha perdido la esencia de sus orígenes. Le ha dado la espalda a su oferta natural y cultural a cambio del entretenimiento fácil que tanto nos gusta en occidente.

Vang Vieng es una pasarela de personajes que desfilan con sus excentricidades compitiendo por ser el más guay. Las calles podrían ser cualquier lugar del mundo donde se explota el turismo de masas. Los turistas recorren las calles descalzos, sin camiseta, en bikini, ante la mirada atónita de los locales que no han sabido encontrar el equilibrio entre sus reglas y los dólares. Los locales, a pesar de que el turismo es su principal fuente de ingresos, nos aborrecen. Cuesta sonsacarles la sonrisa que nos inculcaron al entrar en su país y no miran a los ojos.

El super subidón, es tirarse 4 km río arriba con un neumático. En el punto de partida se alinean los bares con una amplia oferta de cócteles y drogas. La música grita diferente desde las dos orillas arremolinándose en el rio sin sentido del ritmo. También hay tirolinas, elásticos, puentings, toboganes… El primer chupito es gratis. Los barmans tiran cuerdas para llevarse a los turistas a la barra del bar, para pillar un buen ciego a las 10 de la mañana. Nadie llega a Vang Vieng por el río. Todos vuelven pedos y contentos en Tuc Tuc para dar un espectáculo lamentable en medio del pueblo. Y la música no para. Las discotecas revientan la noche con la música chumba chumba, aquí, en medio de Laos, en medio de este fabuloso paraje. A las 4 de la mañana se hace el silencio y se duerme la resaca.

Vergüenza ajena. Nadie respeta a nadie. Nadie respeta nada. Hoy el altar donde se veneran a los espíritus ha amanecido destrozado. ¿Qué pensaran sus antepasados de nosotros? Lo que piensan los que hoy viven se lee en sus ojos; un milkshake de desprecio y codicia con mucho hielo picado.

Robiol.

El lujo de Hollywood a 10.000kips

La dulce nostalgia de ver una buena película en V.O en un oscuro cine de pantallas gigantes y con envolvente aroma a palomitas de maíz, se arrastrará hasta nuestra llegada. ¡En Vientiane no ha sobrevivido ningún cine! Después de buscar y buscar, resulta que desde hace más de 20 años, la vorágine de las copias piratas de cds ha sido tan devastadora que ha provocado una espectacular venta oficial de estrenos en cualquier supermercado y en cualquier esquina. Esto provocó, ya en la década de los 90s, la extinción total de todos los cines de la capital. Hoy en día, millones de carátulas plastificadas se asoman multicolores en cualquier estantería, la gran mayoría películas demoníacas hmong, aventuras marciales thai, y algún que otro gran estreno americano. Gran oferta de actores multimillonarios que se convierten en un plástico cilíndrico de usar y tirar a 10.000kips (1€).

La primera vez que te vimos fue en Vientiane...

12 mm

Te presentíamos desde hacía algunas semanas pero ha sido en Vientiane donde, por fin, logramos una fotografía tuya en blanco y negro. Distinguí tu silueta por primera vez con gran esfuerzo, en el reflejo húmedo de los ojos rasgados de una enfermera de Laos que parloteaba en un enigmático idioma mientras manejaba el monitor de espaldas a mí. Después de unos largos minutos nos permitieron verte por fin, nos asomamos a la pantalla y te apareciste como una diminuta gota de agua temblona, justo como la que empezaba a deslizarse por mi mejilla.

Ya late tu pequeño corazón y marca la cuenta atrás de nuestro retorno,

¡Bienvenido!

Rajol i Robiol.

Matices de la luz eléctrica...

¡Qué bien volver a caminar! A pesar del sofocante calor, nos hemos animado de nuevo a hacer uno de esos trekkings por la jungla seca, y en el segundo día nuestros pies nos han llevado hasta la aldea de Yang, un lugar indeterminado del Parque Nacional de Dong Phu Vieng. Allí teníamos asignada una familia con la que pasaríamos la noche. Fuimos al río a sacudirnos el calor, y una vez de vuelta en la aldea, cruzamos el camino principal flanqueado por casitas de madera y paja. Subimos la escalera para salvar la altura del primer piso que guarece a estas casas de las inundaciones, y nos sentamos en el suelo de madera a esperar la cena. Por la ventana entraba la luz de una luna casi llena. Dentro, la oscuridad se apartaba con linternas. Comimos recolocando nuestros doloridos tobillos y rodillas sobre el suelo. El padre de familia salió de las sombras hasta nuestro haz de luz, se sentó delante de nosotros y se quedó absorto durante unos minutos.

Gracias a nuestro interprete-guía pudimos iniciar una conversación que empezó con el número de hijos. Aquel hombre sabía hacerse el interesante, dilatando los silencios con la onomatopeya de sus pensamientos. Tenía nada menos que 8 hijos, lo normal en las zonas rurales, donde todo son niños. Los nuestros aun estaban por llegar, y le explicamos que seguramente no tendríamos más de dos, porque en España, tener hijos es muy caro, implica un tiempo del que normalmente carecemos y no es tan fácil sobrevivir cómo aquí, donde todos tienen tierras. Le explicamos que en España, la población se concentraba en grandes núcleos urbanos, y que las viviendas se apiñaban verticalmente, una sobre otra, para aprovechar mejor el espacio, y compartir sin disputas el mismo pedazo de tierra. Para aquel hombre era difícil hacerse una idea de todo aquello, y en sus ojos se leía una mezcla entre admiración, locura y tristeza.

En la aldea de Yang está a punto de llegar la electricidad. Sólo faltan 200m de posters para finalizar la infraestructura y enhebrar el cable de cobre. El primer aparato que se comprará nuestro anfitrión para conectarse al suministro eléctrico es una bomba de agua. Luego quizá una nevera para conservar los alimentos. En ningún momento mencionó la televisión. Seguimos hablando de los menos de nuestro país, de las ironías del progreso y las trampas del bienestar. Los hijos se van de casa a los 30, no tenemos tierras que cultivar y nos apiñamos en bloques de cemento. Dependemos exclusivamente del dinero para podernos alimentar, porque tampoco tenemos animales. Estos se crían masivamente en granjas donde nacen exclusivamente para morir en nuestras cestas de la compra. Le propusimos intercambiarnos nuestras casas, pero aquel hombre declinó la oferta dilucidando que allí no sabría de que trabajar.

Al levantarnos por la mañana temprano, descubrimos encima de una mesa tres aparatos eléctricos, con los cables cortados. Había un fluorescente, un dvd-mp3 con la carcasa oxidada, y un televisor chiquitito. Luz, información y entretenimiento para estar conectados por un cordón de metal al mundo que hay detrás de los árboles.

Robiol.

F o T o S LAOS...





¿Dónde está el pescado?

Recorriendo el río Mekong desde Camboya a Laos, hemos visto en cada puerto las toneladas de pescado que se extraen diariamente de sus aguas.

Unos pescados gigantes que se sacuden todavía vivos en la arena y que se transportan en grandes cestas de mimbre cubiertos de hielo hasta las ciudades del interior. PES CA DOS de varios kilos y de largos bigotes, carnosos, deliciosos, que esperamos después encontrar en la mesa de cualquier restaurante. Toda esa admiración ingenua inicial cuando los observamos coleteando en la orilla se transforma en desilusión cuando nos colocan el plato delante de nuestros ojos y sólo vemos minúsculas tiras, ocultas bajo una montaña de arroz y verduras. Hoy, por ejemplo, nos hemos puesto nuestras mejores galas para ir a comer al Hotel del pueblo el mejor pescado… ¿por fin? Después de una larga y ansiosa espera, el pescado ha llegado: apenas 10 cm de pescado seco, refrito, sin gusto y pasado. Nos miramos con estupor.

¿Dónde está el pescado fresco gigante que vemos cargar cada mañana en el río?, ¿quién se lo come?, ¿quién lo disfruta? Lo mismo debe preguntarse el gato gris que ronronea desesperado debajo de mi mesa.

Rajol.

Laos en tiempos modernos...

Hemos atravesado esa gruesa línea que dibuja el Mekong entre Camboya y Laos, y nos hemos adentrado en este nuevo mundo, apenas unas decenas de kilómetros, para aterrizar en uno de los lugares más turísticos de Laos: las 4.000 islas. De todas ellas nos hemos dejado caer durante varios días en Don Khon, por ser dentro de la avanzada industria turística que se ha puesto en marcha, la isla más tranquila.

Al frente de Don Khon está Don Det, la isla perfecta dónde la ropa de marca, las gafas de sol de pasta blanca y los peinados a lo Beckam, se codean en su elemento. Bares, música, alcohol, “happy” experiencias… Un buen lugar para divertirse y salir de marcha, o para descansar y disfrutar de cascadas, de caminatas por la jungla, de zumos de frutas, de baños en el río y de pagodas multicolores e intrincadas.

Los locales van adaptando su oferta cada año a las nuevas excentricidades. Al mismo tiempo continúan con su propia vida, inmutables, y es que entre los bungalows viven los perros, los búfalos, las gallinas y los cerdos. Por las tardes, cuando cae el sol, los laosianos se acercan a sus huertos de verduras y hortalizas, fuertemente vallados con bambú para protegerlos de los animales, y con mimo aran una pequeña zanja o recogen algunas hojas secas. Los jóvenes trepan temerariamente a las altas palmeras para coger cocos, y los monjes budistas con su hábito azafrán, recorren los caminos de tierra para buscar su sustento a cambio de una bendición.

El viajero encuentra aquí una Ibiza más exótica, una Kuta (Indonesia) con playas de agua dulce, una Dharamsala (India) de gastronomía para todos los gustos. Hace sólo 7 años los que habían viajado por Laos explicaban las maravillas de un país que aun no nos había conocido. Dormías, comías y bebías como ellos. Ahora todo eso es sólo una anécdota del pasado, que se comenta entre hamburguesas, pizzas y batidos, mientras un pescador arriba su barca al Mekong.

Sinceramente, bravo por los laosianos, porque han dado con una mina de oro para conseguir divisas y salir de la pobreza material. Aunque por otro lado, el mundo está cambiando tan rápido que en pocos años estos países serán una especie de parques temáticos donde se podrá comer en todas partes lo mismo, y donde se podrán comprar sombreros mexicanos. El mundo no es más que lo que nosotros le pedimos: entretenimiento y consumismo.

Robiol.

Camboya en medio del tiempo...

El tiempo pasa rápido, tan rápido que ya hemos consumido más de la mitad del viaje. Cuando rebasas esta línea en su geometría psicológica empiezas a respirar que habrá un fin, un último avión que nos llevará a casa. Piensas si por entonces ya será el momento de volver, o si ya lo fue o si todavía no lo es. Piensas como arrancarás de nuevo después de acostumbrarte a hacer y deshacer el hogar que cabe en las mochilas. Cuentas los meses que faltan y salen aun muchos días, pero estos ya son menos que los viajados, y sientes que desde aquí hasta ese finito, los días se sucederán cada vez más rápido.

Antes de partir hacia Sudamérica escribíamos también sobre el tiempo, pero lo hacíamos desde su lentitud para alcanzar un futuro lleno de expectativas. Los días por entonces avanzaban en un extraño equilibrio entre las rutinas que acabarían de forma súbita y los preparativos que daban forma al viaje. Al final llegó el día de partir. Fue de madrugada. Las farolas iluminaban con luz naranja carriles sin tráfico. Barcelona dormía el sueño previo al estallido de un nuevo día.

Somos dos, conviviendo todas las horas del día. Hay días buenos y no tan buenos, donde la convivencia pasa de ser una elección del instinto a ser un auténtico reto. Desde aquí lo cuestionamos todo, nos cuestionamos continuamente. Tenemos tiempo para reflexionar, para pensar sobre minucias irrelevantes, sobre política, sobre nosotros, sobre vosotros y sobre ellos. Estamos aprendiendo a conversar, a escuchar y a respetar las diferencias inherentes a cada cosa y a cada uno. Viajando entiendes que todo puede resolverse de muchas formas distintas, que no hay una única manera de actuar ni de vivir la vida. Nadie tiene la razón absoluta porque todo se basa en la experiencia de cada uno. Todo vale aunque nuestro mundo se empeñe en inculcarnos que sólo hay una forma de vida en la que prima el dinero, las propiedades y la “calidad de vida”, dentro de una legalidad que también pude ser cuestionada.

El tiempo ha seguido avanzando a pesar de aludirlo en el primer párrafo de este escrito. Su infinito nos hace cada vez más pequeños y a pesar de ello vivimos unos segundos por alguna razón, por un sentido que quizá no lleguemos ni a rozar con los dedos. Lástima. Camboya ha quedado atrás, nos ha dado mucho, y sin embargo no podemos cuantificarlo. El tiempo seguirá su curso ajeno a lo que hagamos con nuestra vida. Tic tac… alguien acaba de nacer… Tic tac… alguien ya se ha ido…

Robiol.

Tres pinceladas...

Camboya nos ha dado unas cuantas sacudidas, de esas que te dejan para pensar largo y tendido. De los museos sobre el régimen de Pol Pot entendimos que la historia de nuestros libros pivota sobre nuestro centro de gravedad, y conforme nos alejamos del punto de giro los hechos se desvanecen en breves explicaciones o en la ausencia total de ellas. Aquí hubo un genocidio en el que hombres y mujeres cometieron las mayores brutalidades contra la humanidad. Fue duro leer sobre hasta dónde llegaba nuestra ignorancia.

En este país hemos aprendido que ser conservador no riñe con ser tolerante. Los homosexuales y los travestis no son ningún colectivo marginal al que se le apunta con el dedo cuando pasean por la calle. Lo negativo de esta tolerancia sexual es que desgraciadamente fomenta la prostitución de menores que consumen hombres solitarios de todas las edades, nacionalidades y calañas. Hemos visto, como en ningún otro sitio, a muchos hombres viajando solos que nos han hecho revolvernos en estereotipos sin fundamento.

También se nos ha desmoronado el tópico de que viajar por estos países es para jóvenes. Hemos visto a más parejas mayores que jóvenes y de hecho la media de edad bien podría ascender hasta más allá de los 50 años. Parejas de la edad de nuestros padres recorriendo lugares recónditos, paseando por la jungla, o aquella pareja sobre los 70 años, subidos a una moto y cortando el polvo a toda velocidad.

Robiol.

El derecho a subsistir

La recesión económica todavía coletea feroz y nos arroja un resultado de más de 4 millones de personas sin empleo y otras muchas miles que sobreviven con un sueldo básico que apenas les da para cubrir sus gastos. En estas circunstancias, y cuando las ayudas y prestaciones son insuficientes o llegan irremediablemente a su fin, muchas familias podrían llevar a cabo una iniciativa empresarial por necesidad y crear fácilmente un pequeño negocio con el que subsistir sin depender de forma absoluta de la volátil y escasa oferta de trabajo de la gran multinacional. Las gentes podrían cultivar y pescar para vender su excedente en los mercados, elaborar artesanías o productos, utilizar su vehículo como medio de transporte público, hacer de su salón una sencilla peluquería o colocar unas mesas en su patio y servir comidas caseras.

Todo esto que parece tan sencillo, y que permitiría a muchas familias salir de una verdadera agonía económica, en la actualidad en España es imposible. ¿Por qué? Por qué todo en nuestro primer mundo está subyugado al concepto de la propiedad privada y a las múltiples normativas legales. Para montar un pequeño negocio, primero has de tener un patrimonio y garantías que te respalden, después obtener los permisos y licencias pertinentes, cumplir con sempiternos requisitos legales y superar una densa burocracia. Esta labor puede significar mucho tiempo, muchos recursos, mucho tesón, y por supuesto, una infinita paciencia. ¿Cuántas ideas hemos tenido muchos de nosotros y nunca se han materializado por el entramado legal? Así, es muy difícil que la iniciativa y el emprendimiento personal tomen nunca impulso, aún cuando es más necesario.

En estos meses viajando por diferentes países hemos visto con nuestros propios ojos una total libertad de los individuos para procurarse el sustento y crear su profesión sin más limitación que su propia inventiva y el esfuerzo del día a día. No hay un marco legal estricto, pero todos tienen su oportunidad en la calle o en el campo. Hemos visto a gentes pescando libremente en la orilla del río o del mar, cultivando sus verduras en un pedazo de tierra y llevándolas al mercado a vender, sirviendo bebidas o comida casera en la calle, usando su propia furgoneta para transportar u ofreciendo su casa para alojar a los viajeros de paso. Es el otro extremo de la economía. Es la economía caótica, informal que nace de la necesidad. Pero es una economía flexible que ofrece posibilidades a todos.

En cambio nosotros, ante una crisis y el pavor a perder un salario: ¿cómo nos planteamos siquiera un final de mes?, ¿qué comemos sin dinero?

¿No será que las Normativas Legales que hemos desarrollado para regular y proteger a la Economía global, cada vez más actúan como una traba, entorpeciendo y limitando nuestro derecho vital de procurarnos un medio de subsistir más básico y natural?

Rajol.

98 km

Todos dicen que es una verdadera locura atravesar Mondulkiri para llegar a Ratanakiri. Ambas regiones están comunicadas por tan sólo una senda estrecha de arena y polvo rojo por donde es imposible que acceda un vehículo de 4 ruedas. Pero hemos de continuar nuestro rumbo hacia el norte (Laos) y evitar ese camino es obligarnos a retroceder para dar un tremendo rodeo.

Así que llegamos hasta Ko Nyec en una pick up (con 12 personas más), que es el punto de partida e intentamos negociar con los aldeanos para intentar que alguien nos lleve
en moto hasta Ban Lung, a 98km de distancia. Al principio, todo eran reticencias y suspiros. Después nos piden 50$ por hacer el trayecto (50$: ¡¡nuestro presupuesto de 2 dias!!). En un taller mecánico unos jóvenes nos proponen 38$ después de regatear un buen rato. Finalmente, conocimos a Andrew, un suizo completamente cubierto de polvo que nos explicó que venía precisamente de allí y su “driver” iba a volver de vacío. Con ellos finalmente conseguimos el trato por 30$.

A las 6.00 a.m. estábamos ajustando las mochilas de mas de 35kg entre las rodillas de Bomun, y sentándonos atrás de su moto Scooter. Menuda locura. La imagen ya era épica, pero faltaba experimentar lo mejor: el camino. 98km de tierra finísima, cubierto de polvo, surcado de baches, raíces y piedras. Bomun manejaba la moto con verdadera soltura con los pies prácticamente siempre en el suelo reptando como un gran lagarto, haciendo equilibrios para no resbalar en la arena. Además, había de sufrir mis continuos cabezazos con el casco integral cada vez que nos metíamos en un bache (-Ups! Sorry!- -No probleeem...-) o mis garras apretadas a su chaqueta cada vez que aceleraba para salir de un mar de polvo. La moto de Robiol no hizo más que dar problemas, se calaba, cambios de bujías rotas, ruedas pinchadas. Toda una odisea en la que no hacíamos más que mirarnos de reojo sin pronunciar una palabra.

Pero al final lo conseguimos después de casi 6 horas de traqueteo (Cálculo necesario: 98km/6horas=16km/hora). Con un sprint final, hicimos nuestra penosa aparación en la ciudad de Ban Lung, cubiertos de una nube de polvo, masticando arena, la boca completamente seca, la cara negra y los ojos llorosos, preguntándonos si habían conseguido batir algun tipo de record con nosotros. Al bajar de la moto escuché crujir todos mis huesos.

- Pero los tengo todos en su sitio.- pensé-. Y fue todo un alivio.

Rajol.

Carreteras perdidas de Camboya

La crisis económica a vista de pájaro...

Seguidamente os transcribimos la introducción del programa 469 de La Rosa de los Vientos (www.rosavientospodcast.com) que se escuchó en la madrugada del 8 de febrero del 2010. Nos ha parecido un planteamiento interesante sobre cómo encarar la crisis.


"Londres ha abierto sus puertas a La Escuela de la Vida. Se trata de un club que intenta fortalecer la necesidad de cultivar la mente por placer. Uno de sus primeros socios señala lo siguiente:


“Antes trabajaba y socializaba, pero no me paraba a pensar. Cuando me cansé de consumir productos y servicios empecé a consumir experiencias.”


No es una excepción. Hay cada vez más colectivos de este tipo. Podría pensarse que estas escuelas no hacen sino inaugurar una nueva forma de consumismo. Y en parte efectivamente es así, pero no por ello dejan de ser válidos determinados principios.


En anteriores décadas consumir, ser propietario, poseer, se había convertido en sinónimo de libertad. Y nada más lejos de la realidad, porque libertad es vivir sin ser dirigidos y consumir sin que nos señalen en qué dirección hacerlo, y mucho menos asegurarnos que eso es la felicidad.


Crisis como la que vivimos podrían ser una oportunidad para romper con esos principios, que no son más que los principios del consumismo como columna vertebral del sistema. La quimera a la que aspiran los que manejan los hilos del mundo para que la crisis finalice es precisamente que la columna vertebral siga en ese lugar. Se busca que tras el terremoto todo siga siendo igual. Por eso la recuperación de la crisis se valorará en función de la recuperación del consumo. De momento quizá no haya otro remedio, pero quizá ahora es el momento de abrir el debate y pensar que la crisis financiera puede enfrentarse también desde el optimismo por cambiar la base de la sociedad. El consumismo en que se basa este mundo nos consume sin darnos cuenta. Nos consume tanto que hemos llegado a pensar que sólo se sale de la crisis en función del nivel de satisfacción que genera lo que podemos parchear con dinero. El dicho popular recuerda que el consumismo es la mal crianza que nos deja la escuela de la economía. Una escuela que potencia el valor instantáneo de las cosas que define la categoría de las posesiones en función de la impulsividad en la compra. Una escuela en la que el valor de las cosas se mide según un código de barras y no al valor que tiene en nutrirnos mentalmente.


Darnos cuenta de eso podría ser un buen camino para corregir la fiebre de la chequera en la que nos hemos sumergido. Salir de la crisis igual no significa volver a esa fiebre y quizá mientras salimos de ella podemos comenzar a percibir que disfrutar de las experiencias, de la vida, de la conversación, del debate, de la lectura, del conocimiento, o de la radio es más satisfactorio que firmar nuestra última compra con una tarjeta de crédito."

la aldea sin tiempo: Pnong

La etnia minoritaria “pnong” se concentra en la región de Mondulkiri, cerca de la frontera con Vietnam. Tuvimos la oportunidad de convivir con Sntmun durante dos días en los que nos arrastró por la selva camboyana, crujiente y seca, para enseñarnos varias cascadas y dormir balanceándonos en una hamaca entre dos cañas gigantes de bambú. La noche fue muy fría y no pudimos dormir, así que nos levantamos hacer un fuego y Sntmun se unió a nosotros. Rápidamente nos trajo un aperitivo riquísimo en forma de rana. Las asamos al fuego y viendo como se hinchaban y crepitaban, pasaron los minutos y volvimos a entrar en calor. Al día siguiente volvimos rápidamente al poblado atravesando de nuevo la selva bordeando la senda que había abierto, días atrás, un elefante.

Sobre el mediodía llegamos a su aldea y nos invitó a comer en su casa, junto a su mujer e hijos. Recuerdo la humildad de su cabaña, hecha completamente de madera, la parte inferior convertida en un porche fresco, sombrío, donde se comía, se cocinaba, se recibía al invitado, se jugaba con los niños y se dormía, eso sí compartiendo el espacio con el picoteo de las gallinas, el gruñido de los cerdos y la mirada astuta de los perros. Descansamos en el porche y observamos la rutina de la familia: miradas serenas, movimientos suaves, la música exótica de sus palabras y el tiempo deslizándose lento y pesado por entre las rendijas de la casa. Si hubiese existido en ese mismo momento un reloj, se hubiese desvanecido en ese mismo instante, ya que el tiempo allí, no existe. Mientras disfrutábamos de esa extraña sensación, Sntmun preparó en una caña de bambú al fuego, una salsa deliciosa de berenjena y citronella y nos la sirvió con arroz. Comimos, bebimos licor y nos reímos como niños con unos cuantos trucos de magia.

Nos fuimos mirando atrás, sonriendo, y mientras nos alejábamos empezamos a sentir los segundos, volviendo a latir suave, tímidamente.

Rajol.

Life is a song... ya tenemos nuestra pequeña BSO.

Una mañana, un buen amigo compuso esta melodía a solas con su piano mientras recordaba algo escrito en nuestro blog. Es muy especial y por eso, a partir de ahora, será nuestra pequeña (gran) banda sonora.

La letra de nuestro viaje, por fín tiene su melodía.
Gracias...

Mundos de plástico.

Me quedo absorta mirando como unas mujeres entretejen con sus manos, hojas finas de bambú para hacer pequeños envases. Entrelazan una y otra hábilmente, y en pocos minutos tienen una frágil cajita entre sus manos. Es un trabajo laborioso e hipnótico. En estos envases naturales se cocerá después el arroz, se servirá la comida o acabarán de cajita de adorno natural para productos de cosmética. Pero esta tradición única y ancestral es hoy en día sólo una curiosa excepción, puesto que la cultura del plástico la ha desbancado rápida y eficientemente.

Botellas de agua de plástico, envases de comida de polipropileno, bolsas de aperitivos multicolores, bolsas de jabón o champú, botes de dulces, latas de cerveza siembran de sustancias químicas la orilla de los ríos, los bosques, los jardines de las casas. Es curioso, la basura anónima está esparcida allá donde mires, pero para ellos no existe. No la quieren ver. Nadie la recoge. Nadie recicla. Es cierto que siempre han existido los desechos, pero hace unos años eran de bambú y de hojas de plátano, todo absolutamente orgánico que la propia naturaleza se encargaba de transformar en algo útil para la tierra. Ahora estos plásticos químicos tardaran cientos de años en desaparecer. Pero todavía no lo saben. Con suerte la crecida del rio en unos meses lo apartará de su vista y de su orilla, pero ¿qué ocurre con sus vecinos del sur?, ¿y con sus peces?, ¿y su mar?

En nuestra cultura la implantación del plástico fue toda una revolución y también provocó en los primeros años un total descontrol. Pero aprendimos sobre la marcha y actualmente se implantan buenos sistemas de reciclaje paralelos a esta producción masiva e imparable.

Aquí, se ha originado una importación desorbitada e irremediable de productos envasados de mil envoltorios de plástico que no saben cómo gestionar. En los países de bajos recursos se ha exportado e impuesto una nueva conducta de consumo sin que paralelamente exista un plan efectivo de residuos, ni políticas de reciclaje, ni concienciación social ni mucho menos medioambiental. Esto está suponiendo una acumulación de basuras difícil de sostener. Y no saben cómo hacer frente a las montañas de plásticos que ahora se derrama en sus ciudades.

¿Por qué no educamos?, ¿por qué no ayudamos? Si nosotros estamos concienciados por fin, ¿por qué no informar a estos países que inundamos con nuestras exportaciones de plásticos, cómo hacer frente a estos residuos de una forma sostenible?

Las Dos Estaciones

Si Vivaldi hubiese nacido en un país tropical, no habría podido componer Las Cuatro Estaciones. La composición sólo habría tenido una brusca transición entre las dos únicas estaciones que reinan en países como Camboya. ¿Con que estación habría empezado la sinfonía? ¿Con el silencio cansado de los árboles aplastados contra el suelo resquebrajado, o con el estrépito de las lluvias torrenciales que inundan los arrozales?

Estamos en el tercer mes de la época seca y las temperaturas irán aumentando hasta el mes de abril. Hemos salido de las planicies del Mekong para subir a las montañas que lindan en el norte de Camboya con Vietnam. El paisaje se ha vuelto más ondulado, menos poblado, y con una flora más densa y seca. Los árboles parecen a punto de derretirse por el calor. Las copas son más ocres que verdes y la quema intensiva del sotobosque no ayuda en absoluto a mantener la humedad del suelo ¿Por qué arrasaran de esa manera con el fuego los árboles y los bosques de bambú? Hemos recorrido las carreteras de esta región perseguidos por una nube de polvo, y quilómetro tras quilómetro, el humo gris, la ceniza negra, los troncos caídos y las hojas secas han sido las paredes de un pasillo desolador. Tantos años para crear vida, y en unas pocas horas desaparece de la faz de la tierra. Son bastas extensiones sin ningún tipo de control que serán convertidas en plantaciones. Son tierras libres para la explotación, para aquel que quiera explotarlas. El camino que las atraviesa es una larga herida de arena, preludio de lo que serán estas tierras para los hijos del presente.

En la época seca Vivaldi habría utilizado muchos tambores y violines con acordes agudos que habrían agrietado la tierra. Los camboyanos, sin embargo, utilizan las guitarras eléctricas para animar sus fiestas. En estos meses áridos miles de jóvenes contraen matrimonio. Ya se ha recogido la última cosecha de arroz, y con los graneros llenos los padres del novio pueden pagar la dote. En las ciudades, sin miedo a que la lluvia agüe la fiesta, se ocupa una calle para hacer el festín. Se montan las mesas, el escenario, la cocina y la puerta adornada con flores para la recepción de los invitados. Las bodas duran 3 días para que los invitados tengan tiempo de conocerse.

Durante este mes sin nubes en el cielo hemos conocido sólo una de las dos caras de Camboya. Hemos visto como muchas pagodas mudan sus intrincados tejados, como se construyen sobre zancos nuevas casas, como el enorme Mekong baja desinflado, y como la tierra con su tez vieja se abre en mil pedazos. ¿Cómo será la Camboya al otro lado del año?

Robiol.

Cooperación Internacional

Timor Leste quedó atrás hace más de dos semanas y sin embargo, a raíz del desastre en Haití el tema de la cooperación internacional nos sigue resultando recurrente. De la labor que realizan las ONGs, las fundaciones y los organismos internacionales se han dicho muchas cosas buenas y otras tantas malas. Cuando el río suena es que agua lleva, y es fácil concluir que sabemos más de lo que nos venden que de lo que nos ocultan.


Hace 60 años el mundo se dividía entre las fuerzas capitalistas y las fuerzas comunistas. El poder del mundo se perseguía con el único fin de abolir uno de los dos sistemas. Hoy podemos zanjar que ganó el capitalismo y que el nuevo enemigo de la libertad, la seguridad y el bienestar, que disfruta sólo una minoría del mundo, es el terrorismo. A lo largo del tiempo siempre ha habido unos pocos que han movido los hilos de la historia a costa de engaños, genocidios, robos y un desprecio inhumano.


Pero, ¿Qué tiene que ver esto con la cooperación internacional? Después de estar en Timor y ver como Naciones Unidas había “ocupado” el país por el bien de los timorenses, de ver a los soldados americanos tomándose un café con sus uniformes y sus sofisticadas armas colgadas del hombro como si tal cosa, de saber que Timor Leste es rico en gas y petróleo, y de leer que la isla es limítrofe a un estratégico canal bajo el mar para el paso de submarinos nucleares, etc... ¿No sería lógico pensar que Naciones Unidas = EEUU tiene algo más que un interés solidario hacia Timor?


Hace 2 años un tifón asoló Cuba. EEUU, entre otros países ofreció ayuda a Cuba, pero Cuba se negó. Desde la prensa nos hacían ver el gobierno cubano como arrogante e incoherente por rechazar una ayuda que parecía tan necesaria. La realidad es que al año siguiente del desastre todo el mundo había recuperado su casa. Lo que Cuba no quería era lo que ahora está viviendo Haití.


La Cooperación Internacional que mueve a tantas personas comprometidas bien podría ser una cortina de humo para una nueva forma de colonización. El Banco Mundial ya ha adelantado una sustanciosa ayuda a Haití que hipotecará el futuro del país y condicionará su economía local para servir al mercado de Occidente. La ayuda se paga. Curiosamente EEUU (que ahora está más cerca de Cuba y ha tomado el control del gobierno local) y Francia (que fue el colonizador de Haití) han sido los más interesados en enviar efectivos del ejército a la isla. La ocupación militar está justificada porque abanderan la Ayuda Humanitaria.


La Cooperación Internacional es muy bonita en los libros. En la práctica no dudo que ayude a muchas personas y salve miles de vidas. Pero es también una apisonadora que allana el camino para que Occidente pueda volver a sus antiguas colonias, tendiendo una mano venenosa para dirigir el país, o explotar sus recursos naturales, o simplemente porque les acorta el camino hacia otros países que están en su lista de objetivos.


Robiol.

El latido del Tonle Sap

El Lago Tonle Sap es el Corazón de Camboya. Se podría decir que late según la presión arterial del Mekong, nutriendo de vida a todo el país.

Esto es debido a que, en época de lluvias, el Mekong baja imponente -alimentado por las nieves fundidas y los intensos monzones del norte-, y en su confluencia con el Rio Tonle Sap, su inmensa fuerza y presión provoca que éste invierta el sentido de sus aguas y las dirija en dirección ascendente, desembocando en el Lago y provocando que éste se hinche y se desborde inundando más de 12.000km², aportando una extraordinaria riqueza y un diverso ecosistema. En la época seca, ocurre el fenómeno contrario, el Mekong baja su presión arterial y es entonces el Lago el que nutre al Rio, vaciándose, contrayéndose y encogiendo su tamaño hasta tan sólo 2.500km².

De esta forma, cada año, el Lago se expande y se contrae en un único y descomunal latido y convierte a Camboya en el único país del mundo que posee un corazón, que además de gigante, es líquido.

Rajol.

Las Arcas de Noe del Mekong

La provincia de Kompong Chan tiene una pequeña isla, llamada Koh Paen, que se aferra a las profundidades fangosas del gran Mekong. En época de lluvias queda aislada y sólo es posible acceder a ella en Ferry. En la época seca en cambio, sus pobladores se afanan cada año en construir un largo y resquebrajado puente hecho de cañas de bambú. Es toda una ceremonia en la que todos participan y compiten. Este puente es una mano tendida a la persistencia.

Tras pasar el puente haciendo equilibrios, sintiendo las ruedas de la moto crepitar, nos encaminamos a unas pequeñas cabañas de caña dispersas en la orilla. De apariencia destartalada y frágil, esperan, resignadas a dejarse engullir por las primeras lluvias y el avance de la imponente lengua del Mekong en los próximos meses. Las gentes nos saludan desde su extrema pobreza, y sus gritos alegres se mezclan con el tintineo persistente de un martillo golpeando la madera. Tras una de las choza, descubrimos a un hombre joven que se esfuerza por tener su barcaza a tiempo. Todavía tiene que reemplazar algunas maderas rotas, reforzarlas con grandes clavos e impermeabilizar la proa. El tiempo avanza y la cuenta atrás no deja lugar al descanso, debe tener preparada su arca para sobrevivir a la crecida del rio. Cada año, con la llegada de las lluvias, el Mekong arrasará la orillas y con ella su pequeña choza, y es entonces cuando él subirá a la gran barca a su mujer, sus 3 hijos, sus gallinas y su perro, para cambiar el suelo firme por el añorado vaivén del río.


Diferencias.

Llevábamos varias horas conduciendo por una de las márgenes del Mekong, bajo un sol que se mezclaba con el polvo del camino y nos avivaba la sed en el cuerpo. Unos metros más adelante divisamos una sombrilla que le hacía sombra a uno de esos cajones de plástico naranja, que con certeza contenía dos bloques de hielo para enfriar las bebidas. Paramos la moto mientras desde la sombra se agitaba una mano que nos invitaba a sentarnos.

La mano pertenecía a una mujer que no hablaba inglés y que se excusaba en su idioma con mil sonidos ininteligibles. Entró en la casa y regresó con dos chicas adolescentes que se esforzaron con lo que habían aprendido en el colegio para comunicarse con nosotros. Rajol no se amedrentó con las dificultades y se enfrascó en explicarles de dónde veníamos y la pagoda que queríamos visitar. El público iba aumentando alrededor de Rajol, de niños tímidos que alternaban las sonrisas con caras de estupor. Me quedé absorto contemplando cómo dos culturas se esforzaban por conocerse, y en ese hilo que se tejía entre ambas parte se me fue el pensamiento hacia dentro, y recordé las palabras de un turista que habíamos conocido días atrás:

- Los camboyanos son tontos. Les dices tres veces lo que quieres tomar, y luego te traen otra cosa.

El turista, quizá no lograría a entender nunca que si hablase la lengua local, los camboyanos no tendrían dificultad alguna en entenderle. No son tontos, simplemente no conocen la lengua en la que les hablamos.

Alcé la vista. Los niños se habían acercado más a Rajol. Las dos adolescentes parecían recordar cada vez más frases en inglés y ahora eran ellas las que interrogaban a Rajol. Bajé la vista, miré la botella de agua que me mojaba las manos, le di un sorbo y me dejé llevar una vez más mientras el líquido frío me recorría la boca del estómago. Volví a aterrizar en otro recuerdo del pasado cercano. Estábamos en la orilla de un río y Rajol le preguntaba a un hombre si era pescador alzando los brazos como si sostuviese una caña de pescar. El hombre meneó la cabeza y Rajol casi al segundo se dio cuenta que en el Mekong la gente pesca con redes y no con caña, y por eso el hombre excusaba su ignorancia con gran humildad. Rajol repitió el gesto de los brazos, esta vez como si lanzase una red al agua. Ahora sí, el hombre asintió y nos premió con una sonrisa amplia que me dejo desconcertado con la cámara apuntando hacia el suelo.

No sé a dónde me querían llevar esta sucesión de recuerdos, pero sentía como un remolino por dentro que buscaba alcanzar algo. Miré a Rajol, y vi en ella a una mujer, con un cuerpo diferente al mío y esa diferencia, tan obvia, me sorprendió que fuese tan evidente. Sólo sé lo que veo, y lo que veo lo interpreto y lo proceso con mi cuerpo, con mi cerebro, pero somos tan diferentes y somos cuerpos tan ajenos que es sorprendente que podamos coincidir en este instante de tiempo y compartir este momento. Y soy testigo en este viaje de unas diferencias culturales que chocan con suavidad, porque se buscan y hay voluntad por entenderse. Cuantas diferencias entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres, entre jóvenes y mayores, entre profesionales, entre religiosos, clientes, consumidores y pacientes. Para ser tan diferentes dentro y fuera de nuestras fronteras, o sin ir más lejos, las mil diferencias que chocan en nuestro hogar, nos llevamos bastante bien ¿verdad?

En esta silla, bajo el cariño de una sombra, el polvo del camino se levanta con el paso de los vehículos de dos ruedas. Este paisaje tan diferente, tan lleno de detalles fascinantes, me infunde esperanza y optimismo para seguir el viaje sin temor a tantas diferencias y sin olvidar las consecuencias de no querer entender ¿Seguimos?

Robiol.

F o T o S CAMBOYA...




Estigmas en pijama.

Cuando recorres las calles de Phnom Penh hay muchas cosas que te llaman la atención. Pero tras los olores agrios e intensos, las casas destartaladas y los sombríos mercados exóticos, siempre encuentras los ojos penetrantes de una mujer vestida con pijama. Las ves comprando indiferentes, paseando, esperando el paso de un tuc tuc, con sus pijamas de cuadros, de rallas, de ositos. Es algo habitual, pensé. Pero a veces el comportamiento inusual de tantas personas, encierra algo oscuro. La respuesta estaba escrita en el verso de un amargo poema que leímos en el Museo del Genocidio (http://www.tuolsleng.com/).

Los pijamas del pasado siguen paseándose por las calles. Entre 1975-79, Camboya sufrió el más terrorífico exterminio de su historia perpetrado por Pol Pot. El líder del Khmer Rojo quiso instaurar una utopía agraria a través de un ultra comunismo devastador que acabó con cualquier vestigio de progreso: destruyó escuelas, quemó ministerios y demolió bancos, amontonó montañas inertes de autos, abolió el sistema monetario, suprimió la prensa, el arte, la música, la religión. Separó familias y colgó un número anónimo al cuello de cada superviviente, los vistió con los mismos pijamas negros y los arrastró al campo a sembrar arroz. Torturó salvajemente, masacró y arrojó a los pantanos a cualquier pensamiento crítico que pudiera significar una amenaza, es decir, cientos de miles de intelectuales, médicos, políticos, profesores, monjes... Este fanatismo hundió en las tinieblas a un país conmocionado durante 3 largos años, 8 meses y 20 días. Más de 1,7millones de personas perecieron.

Lo que hace algunos años fue una noticia anecdótica de prensa sobre un anónimo genocidio en un destino exótico, ha resultado ser, in situ, una fatal pesadilla.

El horror acabó hace tan sólo 30 años. El país ha emergido rápidamente entre las nuevas tecnologías, las marcas y la ley del libre mercado. La gente joven representa una nueva generación dispuesta a abrir camino al progreso de un país demacrado por la tragedia.
Y la sonrisa es su mejor tarjeta de presentación.

Rajol.

Carrera de obstáculos en Phnom Penh.

Alquilar una moto por 5$/24 horas es relativamente fácil en Phnom Penh, lo difícil es llegar vivo a última hora de la noche.

La polución asfixia tus pulmones, y las locas carreras de semáforo a semáforo perseguidos por decenas de Hondas pegadas a tu rueda de atrás te ponen la adrenalina a mil. Tras la cuenta atrás de cada semáforo, se esconden 3 o 4 policías que, porra en mano, te señalan desde lejos para apartarte temporalmente del Grand Prix. Al 3er semáforo nosotros ya habíamos hecho el primer “game over”. Robiol, entusiasmado, se saltó un semáforo en rojo, y nos señalaron la cuneta. Al pedirnos la documentación, nos dimos cuenta que no llevábamos Pasaportes ni Permisos de Conducir, o sea el pleno. Sólo nos faltaba un control de alcoholemia positivo. Aún así, una multa que podía haber sido de 300€ en España, resultó ser de 15$, pero aún así nos hicimos los ofendidos, y regateando descaradamente conseguimos rebajarla a 5$. Esto en España hubieran sido 500€ más por intento de soborno, pero aquí es una divertida forma de que te dejen marchar.

Y así continuamos nuestra aventura esquivando a las raídas tuc tuc, los viejos ciclos pedaleantes y adelantando a camionetas cargadas de chatarra, eso sí, sin dejar de sonreir a nuestros más acérrimos competidores. Un par de derrapes peligrosos, unos cuantos frenazos manuales de chancleta, último acelerón y… ¡Misión cumplida! Atravesamos la línea de meta sin un solo rasguño.

¡Medalla de plata en su deporte nacional!

Rajol.

Los monologos de Didier.

En seguida os dejamos con Didier, pero antes sólo unas palabras para ponernos en situación. Son las 8 de la mañana y estamos desayunando en un pequeño bar de la calle 93 de Phnom Penh. Dos tés con leche y dos bocadillos de tortilla con verduras. Nos ponemos a leer y de repente:

- Españoles?

Aparece una voz detrás de una cortina de humo

- Me encanta el español. Mi abuela es española, y los veranos siempre en España con mi abuela. Por eso yo hablo español.

Le da otra calada al cigarrillo…

- Sí, sí, vivo aquí, desde hace 3 meses. Soy de Bélgica y allí, uff… muchas cosas, mi exnovia, mi trabajo… Pero ahora estoy aquí, y ves? ves? Estás manchas de pintura en mis pantalones no son porqué sí. Estoy montando mi propio restaurante. Poco a poco con mi novia que es de aquí.

El cigarrillo vuelve a su boca y sus palabras se escriben en el aire entre gestos airados…

- Está quedando muy bien. Por dentro es de color naranja, para crear buen karma y hacer que la gente quiera entrar. Se llama Hippy Dayz. He puesto una “Z” en vez de un “S”, para que la gente sepa que en mi bar se puede fumar Bang. Bang? Ya sabes, marihuana. La Z es como dizzy (mareado), para que la gente sepa que en mi bar no hay problema.

La colilla del cigarrillo se estrella en el cenicero y en seguida prende otro…

- La calle 93 está protegida. Esto no es Tailandia, donde te puedes meter en problemas. Aquí en la calle 93, los locales pagan 10$ al mes para protección. Y por Camboya puedes viajar con un kilo de marihuana sin problemas, verdad amigo?

El propietario del bar le mira sin entender, y finalmente contesta sonriendo:

- Big problem marihuana…

- Tu que vas a saber si nunca sales se aquí. Camboya mucho cuidado con las armas. Aquí todos llevan armas. El otro día un Tuc Tuc chocó contra el coche de un abogado, por la noche. Del Tuc Tuc dos hombres salieron con pistolas, pero el abogado tenía una jodida G800, no sabes? Joder tío esas armas sólo las llevan los agentes de la CIA, y pasan los controles del aeropuerto. Aquí se maneja mucha pasta.

- En la calle 93 se puede fumar marihuana… Perdón…

Didier se levanta de la silla, y para al monje budista que pasa por la calle. Se quita la gorra, se saca un billete de 10.000 rieles y lo introduce en el jarrón de ofrendas del monje. Se agacha ante sus pies y este le bendice con un cántico. Acaba el acto, el monje se va y Didier vuelve a su silla y le da un sorbo al café y una calada al cigarrillo que descansaba en el cenicero. Como si nada hubiese ocurrido, continúa:

- Está el Happy Happy, el Lucky Lucky… allí hay buena marihuana, y no hay problema. La policía sólo cobra 40$ al mes, y el dinero les va muy bien. Mi novia gana 100$ estampando camisetas y hay que dar dinero a los policías. Aquí todos amigos. Pero no se te ocurra fumarte un porro por la ciudad porque entonces tienes problemas.

El cigarrillo vuelve a posarse en su labio inferior, segundos en los que reina un silencio artificial…

- Aquí pasan cosas que me dan mucho miedo. Por la noche si alguien se mete con tu novia y le matas, puedes tener problemas porque no hay testigos. Esto es como el Far West tío. Si matas a alguien durante el día para defenderte, entonces no hay problemas porque hay testigos. A lo mejor tienes que pagar 2.000$ para que la policía no te moleste mucho. En Tailandia todos llevan pistolas enorme, pero aquí no.

Rajol me lo dice todo con la mirada, y yo asiento como para confirmar que este personaje vive una Camboya que nos queda muy lejana…

- El otro día pasé mucho miedo, porque había unos policías borrachos que sacaron sus pistolas y las movían por el aire. Y las pistolas no tenían el seguro puesto, porque yo lo ví que no lo tenían puesto. Luego del otro lado de la calle apareció uno con un machete y recorrió la calle rasgando el suelo con la punta, y todos se apartaron.

- Hablo mucho, lo siento, es que me gusta el español. El francés no me gusta, y cuando me hablan en francés yo contesto en inglés. El español y los veranos con mi abuela, me gusta…

Colocamos los puntos de libro en la misma página donde habíamos empezado a leer. Didierr seguía hablando, mientras nosotros ya llevábamos varios intentos de evasión. Pagamos al propietario que seguía sonriendo, y regresamos a Camboya, a la de los niños vendiendo libros y a la de los conductores de tuc tuc gritando a los turistas desde el otro lado de la ciudad.

Robiol.

Phnom Penh

Todas las mañanas, al despertar con el primer guiño de luz, Pho aun puede oír los cacareos de los gallos de su infancia, sobre el silencio de una ciudad que se asomaba puntual al filo de un nuevo día. La costumbre de muchos días guía sus pies desnudos a través de la oscuridad, pisando allí donde la madera cruje sin grandes estridencias. Su mujer, su madre, su abuelo, sus 5 hijos y un primo que está de visita, siguen durmiendo. Consigue sortearlos sin gran dificultad y desaparece por la cortina que separa el dormitorio comunitario de la sala donde se hace todo lo demás. La parte trasera de la casa se asoma al lago Boeng Kak, una masa de agua verde en medio de la ciudad, donde los mosquitos se multiplican por millones y los peces se confunden entre la basura, los excrementos y sus propios muertos. Pho se encarama al borde de un tablón y se asea. Al lado del altar está su uniforme de guardia de seguridad, que desengancha de la percha para vestirse. Antes de salir coloca dos barritas de incienso ante el pequeño buda y se arrodilla ante él para hacer sus plegarias.

Sale de casa y atraviesa una calle oscura con montoncitos de basura cuidadosamente apilados. El billar dónde pasa las tardes apostando con los amigos está sin público y el suelo aún está pintarrajeado con cruces rojas y blancas de partidas de 4 en raya que hacen los conductores de Tuc Tucs para matar el tiempo sin clientela.

Los pequeños comercios de su barrio aun no han abierto, pero la moto con su cafetería como sidecar ya tiene los fogones calientes y el vendedor se nubla tras la cortina de vapor.

A dos esquinas de su casa sus pasos le llevan a Moulevard St, una calle de seis carriles cargada de motos, tuc tucs, coches y bicicletas. La recorre mirando hacia atrás, buscando el improbable hueco en el tráfico por donde se pueda colar para cruzar al otro lado. Alza la vista y sus ojos se dilatan para poder digerir el primer rascacielos. Siente de repente una gran angustia, un recelo que no sabe si viene de ese mundo de gigantes o de su mundo de polillas nocturnas y tablones de madera. Se estira la camisa del uniforme gastado para infundirse seguridad y derecho para acceder al mundo de cristal donde trabaja.

Atraviesa una avenida de bancos que se suceden a ambos lados, dividida por frondosos árboles que refrescan el aire del sol del medio día. En el mercado central ve como las mujeres preparan el pescado que sus maridos han traído del Mekong y siente en el vaivén de la gente que ha vuelto a su mundo. Pero sólo a una manzana vuelve a sentir el destierro mientras se acerca a la entrada del centro comercial donde pasa las jornadas de trabajo que le permiten juntar unos pocos dólares a final de mes.

Ya en el interior de la pecera saluda a los compañeros que han hecho el turno de noche. El aire acondicionado le susurra placeras al oído que le llevan a las fantasías de todos los días. Trabaja en la tercera planta, al pie de las escaleras mecánicas. Pocas veces hay altercados y si los hay todo se resuelve discretamente para no perturbar a los clientes. A veces se le acerca algún turista despistado que le hace sonrojar cuando le habla en inglés. El turista se acaba yendo con una sonrisa que acaba en mueca, y él se queda absorto con el parloteo de la radio y las agujas del reloj.

Myasis.

La protagonista de esta historia es una gorda mosca perspicaz que sobrevuela la selva del Amazonas boliviano. Su abdomen es de un verde metálico y sus alitas zumban buscando al aliado perfecto. Por fin lo encuentra, allá, a pocos metros, posado en el nudo de una vivasi que abraza hasta asfixiar el tronco de una palmera. Es un mosquito joven, despistado, que todavía descansa adormecido por el sofocante calor del mediodía. Se posa sobre él rápidamente y le deposita su huevo y, con él, toda su confianza. El mosquito, horas más tarde, cuando siente la brisa fresca del atardecer, se desentumece las patas, despliega sus alas y se dispone a buscar su cena consistente en unas deliciosas gotitas de sangre dulce. Nota un poco más de peso al levantar el vuelo, pero no le preocupa. Está hambriento. Atraviesa el riachuelo, sobrevuela los helechos, y se lanza a buscar su presa. Debe buscar el sendero hecho por el hombre. Ha aprendido a ser paciente, así que se distrae dibujando unos loopings perfectos en el aire. Pasan algunos minutos, y de pronto nota un intenso aroma… ¡qué olor más exótico y dulce!. Allá a lo lejos distingue dos figuras caminando hacia él. Es su oportunidad. Sabe que debe ser rápido. Se maldice cuando divisa que llevan pantalón largo y botas, ¡con lo rica y abundante que es la de los tobillos! También llevan manga larga... ummm. Deja que pasen, estudiando una nueva estrategia de ataque. En cuanto los observa por detrás fija su objetivo. El cuello. Y hay uno que le atrae especialmente… Atusa sus alas y se lanza empicado sobre él. Aterriza, clava, chupa cuanto desea y deposita el preciado encargo de su comadre mosca. Se relame y se va. –Perfecto.- se felicita -¡no se ha dado ni cuenta!-. Sobrevuela satisfecho el camino de regreso y desaparece feliz entre las sombras del atardecer.

El huevo ha quedado bien introducido bajo la piel. Durante varias semanas irá creciendo la larva dentro de su tierna crisálida alimentándose protegida por su nuevo porteador. Incluso ha hecho un pequeño orificio por donde puede salir al exterior a respirar. Crece rápido. Cada vez que emerge ve espectaculares paisajes que no reconoce, y se siente extraña y un tanto melancólica. Sin saberlo, ha volado a Indonesia y a Timor. Con miedo, se retuerce especialmente por las noches para no ser descubierta, pero con sumo cuidado, para molestar lo mínimo posible: cuestión de supervivencia. Sobre ella, durante estos días cae abundante alcohol, cortisona, y se estremece con el fuerte sabor del antibiótico. Y resiste. Pero el yodo es mortal, y tantas gotas diarias la acaban asfixiando y no lo supera. Muere a las 4 semanas sin haber podido completar su ciclo de 7. En Timor Leste, a más de 15.000 km de distancia de su hogar, alguien extrae su diminuto cuerpo con unas pinzas, y posa inerte sobre una gasa, bajo los fogonazos del flash de la cámara de Robiol.

Su madre, allá en Bolivia, sigue sobrevolando la selva con un zumbido desesperado con la esperanza de ver a su pequeña en cualquier momento. Mira con desconfianza al joven mosquito y lo increpa furiosa. Y éste, confuso, se resiste a contarle que aquel cuello dónde abandonó el huevo de su pequeña, lo dejó de ver hace mucho, mucho tiempo.

Sudeste Asiático


Ver Sudeste Asiático en un mapa más grande

Timor Leste

Este pequeño país de 7 años de edad, comparte la isla más al este del archipiélago indonesio. La historia más conocida de este territorio está escrita en tinta roja por los portugueses, los holandeses, los japoneses, los indonesios y los propios timorenses.


Cuando el joven Kofi Annan fue elegido presidente de Naciones Unidas, anunció que la primera prioridad en su agenda sería el conflicto de Timor con Indonesia. En 1999 aterrizaban las fuerzas de paz, en el 2002 Timor Leste conseguía la independencia, y en el 2004 Lonely Planet sacaba su primera guía de viaje para este país. Había mucha por hacer, por reconstruir y por reconciliar, pero parecía que lo peor había pasado. La invasión de Indonesia que comenzó en 1975, se alargó durante 24 años en los cuales 100.000 personas perdieron la vida a causa del hambre, la enfermedad y la violencia.

En el 2006, casi anteayer, la susceptibilidad por parte de un contingente de 600 soldados que se sentían discriminados ante sus compañeros del ejército por su origen geográfico en Timor Leste, puso a la sociedad timorense, una vez más en vilo, provocando 36 muertos y 155.000 desplazados de una población de 1,1 millones.


Actualmente en Dili, la capital de Timor Leste, se han establecido las principales agencias de cooperación internacional, ONGs y Fundaciones, con el propósito de encauzar a esta joven nación, para que recupere el sosiego, la autosuficiencia y el criterio de gobierno. Su enjambre de calles es un desfile constante de relucientes 4x4 de Naciones Unidas. Ahora que estamos en época de lluvias, la precariedad en la ubicación de las viviendas hace que muchos pierdan sus hogares a consecuencia de las violentas inundaciones. El gobierno es novato y todo ha sido una puesta en marcha muy virgen, que se mueve hacia delante con la voluntad de sus ciudadanos y de las organizaciones que les prestan apoyo.


La cooperación internacional es también novedosa y en cada país se tiene que enfrentar a una cultura y a un contexto histórico-social que replantea sus pilares de acción y conocimiento. Hasta no hace mucho pensaba que la cooperación internacional era una gran idea que se traducía en el terreno en un mal mayor. Pero después de esta visita por Timor, y de ver a través de los ojos de un cooperante comprometido, he entendido que aun es muy pronto para sopesar los resultados globales de la solidaridad internacional. Las situaciones en cada país afinan el criterio de acción de las organizaciones, la elección de las personas adecuadas para cada trabajo, y el trato con los locales, inherentemente prepotente de nuestra abanderada cultura occidental.


Cómo muy bien dice mi querido amigo Gonzalo, que está haciendo una gran labor en este país, lo fácil es criticar y lo difícil es proponer soluciones. Además tendemos a hacer la crítica sin entender la sucesión cronológica de los hechos que han imprimido en la sociedad timorense un lastre que todavía tiene que soltar para poder volver a mirar hacia delante. Ese lastre que muchas veces se traduce en corrupción, ineficiencia, falta de compromiso político y falta de educación, es la realidad lógica de todos aquellos países que han pasado por una dictadura, una guerra o una colonización. Si no entendemos el nexo histórico que unen las causas y los efectos, y las diferencias culturales que generan formas de pensamiento y filosofía de vida diferentes, difícilmente podremos entender lo que con tanta valentía criticamos.


Robiol.

F o T o S . . . Timor Leste






El reloj de arena de la isla de Lombok,




Lombok es la isla alternativa a Bali.


Subidos a unas motos 125cc recorrimos sus carreteras, dejando atrás nuestro campo base: el ruidoso Senggigi y sus playas paradisíacas. Durante cinco días reseguimos la grisácea costa nororiental de arenas negras y pescadores de orilla, y regresamos atravesando la pequeña isla por el interior, reflejándonos en los mil espejos de agua que inundan sus campos de arroz.

Los pocos pueblitos que encontramos crecen a lo largo de las cunetas, como las flores, y todo son grititos y manos agitándose dándonos una cálida bienvenida.

Lombok es verde espiga y añil mar. Y sus gentes son un puñado de sonrisas. Viven en pequeñas casas, rodeadas del cacareo de sus gallinas, con su pedacito de tierra sembrado de verduras, y su bote de pesca para salir a la mar. Los niños, después de la escuela, juegan columpiándose a los árboles intentando hacer caer sus frutas, mientras las mujeres se reúnen en los warugas* para pelar mandiocas, coser o charlar. Los hombres preparan sus redes o sus aperos de labranza, con sus Gudang Garam** humeantes colgados de su labio inferior, taciturnos, esperando la lluvia, una voz amiga, o simplemente cómo llega la noche. A veces se escucha como alguien tararea una dulce canción, interrumpida por la explosión de una carcajada o el llanto de un bebé.

Todos comen de su tierra, de sus árboles, de sus gallinas y del pescado de su mar. Todo es de todos. Las frutas, el arroz, y los peces abundan. Y es fácil ver como todo se comparte. Sus casas han sido levantadas con la ayuda de cien manos del pueblo y el tesón de los años, y la tierra que la rodea no tiene escritura, ni vallas que la limiten. Algunos, incluso han creado un pequeño negocio pegado a sus casas como un sencillo restaurante o una tienda de acopio, pero pasan casi desapercibidos, sin estridencias ni reclamos, como si se tratase tan sólo de una distracción familiar. En las aldeas de Lombok nadie tiene un trabajo remunerado, nadie ficha, y nadie tiene objetivos. No hay horarios. Ni miedo a ser despedido. Nadie tiene hipoteca, ni póliza de seguros. Por no tener, no tienen ni cambio de 50.000R. El dinero sólo lo trae el turista.

Es curioso cómo en cambio nosotros nos hemos dejado enmarañar por el próspero desarrollo económico. Nos sentimos afortunados por tener un trabajo alienador que nos consume durante 10 horas al día y que necesitamos para poder pagar con puntualidad la hipoteca a 30 años de nuestro 4º 3º situado en un maravilloso cinturón industrial, muy próximo a la capital. También necesitamos ese trabajo para esperar en la cola del súper, los viernes a última hora, y pagar con Visa esas insípidas naranjas que importamos ahora de Marruecos. Llegamos exhaustos a los fines de semana, salimos, nos emborrachamos, y soñamos con un gran estreno cinematográfico o gritamos con el partidazo de liga, protagonizado por actores y futbolistas multimillonarios, que nada tienen que ver con nosotros. Con suerte, también disfrutaremos, de 28 días de vacaciones al año para poder coger un avión y escapar, y perdernos en cualquier rincón del planeta, e imaginar, por sólo un momento, que otra forma de vida es posible.

… ¿Pero, cómo será el futuro de la nueva generación de Lombok? Pienso en esa multitud de jóvenes indonesos, que nos adelantaban en sus flamantes HONDAS vestidos a la última, y que miraban de reojo nuestras mochilas, mientras comprobaban por enésima vez su cuenta del FACEBOOK en un móvil NOKIA de última generación.

Rajol.

Give me a pen (dame un bolígrafo)…

Muchos de los países empobrecidos están desarrollando una importante industria de turismo, y para hacer las cosas bien, forman a los trabajadores del sector para dar un buen trato y servicio. Los turistas en cambio, no recibimos ningún tipo de formación para garantizar un turismo responsable. Viajamos por los países con las mejores intenciones, pero a veces éstas pueden ser más malas que beneficiosas.

La forma de perjudicar a un país puede manifestarse de muchas formas. En nuestra pequeña experiencia por el mundo hemos identificado algunas actitudes negativas que queremos compartir con vosotros.

La primera, es la de dar cosas gratuitamente como ropa, artículos electrónicos, gafas de sol, mochilas, etc. De las personas que conocemos viajando, normalmente, nos relacionamos con las menos pobres, aquellas que tienen un negocio. Durante nuestro contacto comparamos su vida material con la nuestra y sentimos que podemos hacer algo al respecto compartiendo lo que tenemos. Al dar nuestras cosas a estas personas, creamos más diferencias sociales entre ellos. Además se crea el precedente del dar porque sí, porque soy turista y él es pobre bajo nuestro criterio de cálculo cultural y capitalista. El local se crea la idea deformada de que somos ricos y su asociación de ideas le llevará a pedir a los que vengan en el futuro. Se corromperá su hospitalidad y generosidad inherentes a su cultura y serán incapaces de dar sin recibir algo a cambio. Dar es un gesto muy bonito, pero debe ser un acto reflexivo, con un sentido de gratitud y no de pago.

El segundo perjuicio que hemos detectado en el paso de los turistas por tierras exóticas es como éstos pueden afectar a la economía local. Normalmente los países empobrecidos son muy baratos y los euros y dólares dan una capacidad adquisitiva muchas veces superior al país de dónde venimos. Ello lleva muchas veces a que el turista pague más, voluntariamente y con la mejor intención. La fruta fresca, que en muchos países de Europa es carísima, se encuentra en estos destinos turísticos, muy barata. Los turistas pagan un poquito más, porque el cambio de sus billetes grandes que expende el cajero automático les resulta insignificante. Pero con esta pauta provocan que los precios suban. Las subidas siguen siendo despreciables para la economía del turista, pero para el local resultan insoportables, provocando que dejen de consumir los productos apreciados por los turistas. Es importante cerciorarse bien de los precios y pagar lo justo para no provocar estas distorsiones en los mercados locales.

El último caso que nos hemos encontrado es el daño que se puede hacer a los niños con un turismo irresponsable. Dar limosnas a los niños, porque son pequeños y nos dan mucha pena, puede ocasionar que estos no sólo dejen de ir a la escuela, sino que se dupliquen. Darles bolígrafos hará como ya hace, que al pasar por delante de una escuela un escuadrón de niños se lance hacia ti con el estridente “give me pen” a grito pelado. No hay que dar dinero a los niños. Si queremos contribuir con su educación y tenemos material escolar, lo mejor es donarlo a una escuela o a una ONG local, para que lo distribuya equitativamente.

Indosesian Children


Después de unas bonitas vacaciones por uno de esos maravillosos países, volvemos a casa con el baúl de los recuerdos hasta arriba. Anécdotas, curiosidades gastronómicas, fotos, postales, souvenirs y páginas en el diario para compartir y animar a otros a que visiten tal país. Pero de lo que quedó atrás en nuestro paso, nada sabemos. Quizá aquellas monedas que dimos a un niño hicieron que sus padres lo sacasen de la escuela para que mendigase por las zonas turísticas. La generosidad gratuita que tuvimos con una familia hizo que desapareciese su capacidad de ingenio para mejorar sus condiciones de vida y ahora se centran en el camino fácil de pedirle al turista. Y aquellas monedas que no quisimos de cambio hicieron que los plátanos ahora tengan unos precios desorbitados para los que allí viven. Si no hacemos estas cosas en nuestro país ¿Por qué las hacemos cuando vamos fuera? Si no estamos seguros del impacto que pueden provocar nuestras acciones, mejor no hacer nada.

Robiol.