¿Dónde está el pescado?

Recorriendo el río Mekong desde Camboya a Laos, hemos visto en cada puerto las toneladas de pescado que se extraen diariamente de sus aguas.

Unos pescados gigantes que se sacuden todavía vivos en la arena y que se transportan en grandes cestas de mimbre cubiertos de hielo hasta las ciudades del interior. PES CA DOS de varios kilos y de largos bigotes, carnosos, deliciosos, que esperamos después encontrar en la mesa de cualquier restaurante. Toda esa admiración ingenua inicial cuando los observamos coleteando en la orilla se transforma en desilusión cuando nos colocan el plato delante de nuestros ojos y sólo vemos minúsculas tiras, ocultas bajo una montaña de arroz y verduras. Hoy, por ejemplo, nos hemos puesto nuestras mejores galas para ir a comer al Hotel del pueblo el mejor pescado… ¿por fin? Después de una larga y ansiosa espera, el pescado ha llegado: apenas 10 cm de pescado seco, refrito, sin gusto y pasado. Nos miramos con estupor.

¿Dónde está el pescado fresco gigante que vemos cargar cada mañana en el río?, ¿quién se lo come?, ¿quién lo disfruta? Lo mismo debe preguntarse el gato gris que ronronea desesperado debajo de mi mesa.

Rajol.

Laos en tiempos modernos...

Hemos atravesado esa gruesa línea que dibuja el Mekong entre Camboya y Laos, y nos hemos adentrado en este nuevo mundo, apenas unas decenas de kilómetros, para aterrizar en uno de los lugares más turísticos de Laos: las 4.000 islas. De todas ellas nos hemos dejado caer durante varios días en Don Khon, por ser dentro de la avanzada industria turística que se ha puesto en marcha, la isla más tranquila.

Al frente de Don Khon está Don Det, la isla perfecta dónde la ropa de marca, las gafas de sol de pasta blanca y los peinados a lo Beckam, se codean en su elemento. Bares, música, alcohol, “happy” experiencias… Un buen lugar para divertirse y salir de marcha, o para descansar y disfrutar de cascadas, de caminatas por la jungla, de zumos de frutas, de baños en el río y de pagodas multicolores e intrincadas.

Los locales van adaptando su oferta cada año a las nuevas excentricidades. Al mismo tiempo continúan con su propia vida, inmutables, y es que entre los bungalows viven los perros, los búfalos, las gallinas y los cerdos. Por las tardes, cuando cae el sol, los laosianos se acercan a sus huertos de verduras y hortalizas, fuertemente vallados con bambú para protegerlos de los animales, y con mimo aran una pequeña zanja o recogen algunas hojas secas. Los jóvenes trepan temerariamente a las altas palmeras para coger cocos, y los monjes budistas con su hábito azafrán, recorren los caminos de tierra para buscar su sustento a cambio de una bendición.

El viajero encuentra aquí una Ibiza más exótica, una Kuta (Indonesia) con playas de agua dulce, una Dharamsala (India) de gastronomía para todos los gustos. Hace sólo 7 años los que habían viajado por Laos explicaban las maravillas de un país que aun no nos había conocido. Dormías, comías y bebías como ellos. Ahora todo eso es sólo una anécdota del pasado, que se comenta entre hamburguesas, pizzas y batidos, mientras un pescador arriba su barca al Mekong.

Sinceramente, bravo por los laosianos, porque han dado con una mina de oro para conseguir divisas y salir de la pobreza material. Aunque por otro lado, el mundo está cambiando tan rápido que en pocos años estos países serán una especie de parques temáticos donde se podrá comer en todas partes lo mismo, y donde se podrán comprar sombreros mexicanos. El mundo no es más que lo que nosotros le pedimos: entretenimiento y consumismo.

Robiol.

Camboya en medio del tiempo...

El tiempo pasa rápido, tan rápido que ya hemos consumido más de la mitad del viaje. Cuando rebasas esta línea en su geometría psicológica empiezas a respirar que habrá un fin, un último avión que nos llevará a casa. Piensas si por entonces ya será el momento de volver, o si ya lo fue o si todavía no lo es. Piensas como arrancarás de nuevo después de acostumbrarte a hacer y deshacer el hogar que cabe en las mochilas. Cuentas los meses que faltan y salen aun muchos días, pero estos ya son menos que los viajados, y sientes que desde aquí hasta ese finito, los días se sucederán cada vez más rápido.

Antes de partir hacia Sudamérica escribíamos también sobre el tiempo, pero lo hacíamos desde su lentitud para alcanzar un futuro lleno de expectativas. Los días por entonces avanzaban en un extraño equilibrio entre las rutinas que acabarían de forma súbita y los preparativos que daban forma al viaje. Al final llegó el día de partir. Fue de madrugada. Las farolas iluminaban con luz naranja carriles sin tráfico. Barcelona dormía el sueño previo al estallido de un nuevo día.

Somos dos, conviviendo todas las horas del día. Hay días buenos y no tan buenos, donde la convivencia pasa de ser una elección del instinto a ser un auténtico reto. Desde aquí lo cuestionamos todo, nos cuestionamos continuamente. Tenemos tiempo para reflexionar, para pensar sobre minucias irrelevantes, sobre política, sobre nosotros, sobre vosotros y sobre ellos. Estamos aprendiendo a conversar, a escuchar y a respetar las diferencias inherentes a cada cosa y a cada uno. Viajando entiendes que todo puede resolverse de muchas formas distintas, que no hay una única manera de actuar ni de vivir la vida. Nadie tiene la razón absoluta porque todo se basa en la experiencia de cada uno. Todo vale aunque nuestro mundo se empeñe en inculcarnos que sólo hay una forma de vida en la que prima el dinero, las propiedades y la “calidad de vida”, dentro de una legalidad que también pude ser cuestionada.

El tiempo ha seguido avanzando a pesar de aludirlo en el primer párrafo de este escrito. Su infinito nos hace cada vez más pequeños y a pesar de ello vivimos unos segundos por alguna razón, por un sentido que quizá no lleguemos ni a rozar con los dedos. Lástima. Camboya ha quedado atrás, nos ha dado mucho, y sin embargo no podemos cuantificarlo. El tiempo seguirá su curso ajeno a lo que hagamos con nuestra vida. Tic tac… alguien acaba de nacer… Tic tac… alguien ya se ha ido…

Robiol.

Tres pinceladas...

Camboya nos ha dado unas cuantas sacudidas, de esas que te dejan para pensar largo y tendido. De los museos sobre el régimen de Pol Pot entendimos que la historia de nuestros libros pivota sobre nuestro centro de gravedad, y conforme nos alejamos del punto de giro los hechos se desvanecen en breves explicaciones o en la ausencia total de ellas. Aquí hubo un genocidio en el que hombres y mujeres cometieron las mayores brutalidades contra la humanidad. Fue duro leer sobre hasta dónde llegaba nuestra ignorancia.

En este país hemos aprendido que ser conservador no riñe con ser tolerante. Los homosexuales y los travestis no son ningún colectivo marginal al que se le apunta con el dedo cuando pasean por la calle. Lo negativo de esta tolerancia sexual es que desgraciadamente fomenta la prostitución de menores que consumen hombres solitarios de todas las edades, nacionalidades y calañas. Hemos visto, como en ningún otro sitio, a muchos hombres viajando solos que nos han hecho revolvernos en estereotipos sin fundamento.

También se nos ha desmoronado el tópico de que viajar por estos países es para jóvenes. Hemos visto a más parejas mayores que jóvenes y de hecho la media de edad bien podría ascender hasta más allá de los 50 años. Parejas de la edad de nuestros padres recorriendo lugares recónditos, paseando por la jungla, o aquella pareja sobre los 70 años, subidos a una moto y cortando el polvo a toda velocidad.

Robiol.

El derecho a subsistir

La recesión económica todavía coletea feroz y nos arroja un resultado de más de 4 millones de personas sin empleo y otras muchas miles que sobreviven con un sueldo básico que apenas les da para cubrir sus gastos. En estas circunstancias, y cuando las ayudas y prestaciones son insuficientes o llegan irremediablemente a su fin, muchas familias podrían llevar a cabo una iniciativa empresarial por necesidad y crear fácilmente un pequeño negocio con el que subsistir sin depender de forma absoluta de la volátil y escasa oferta de trabajo de la gran multinacional. Las gentes podrían cultivar y pescar para vender su excedente en los mercados, elaborar artesanías o productos, utilizar su vehículo como medio de transporte público, hacer de su salón una sencilla peluquería o colocar unas mesas en su patio y servir comidas caseras.

Todo esto que parece tan sencillo, y que permitiría a muchas familias salir de una verdadera agonía económica, en la actualidad en España es imposible. ¿Por qué? Por qué todo en nuestro primer mundo está subyugado al concepto de la propiedad privada y a las múltiples normativas legales. Para montar un pequeño negocio, primero has de tener un patrimonio y garantías que te respalden, después obtener los permisos y licencias pertinentes, cumplir con sempiternos requisitos legales y superar una densa burocracia. Esta labor puede significar mucho tiempo, muchos recursos, mucho tesón, y por supuesto, una infinita paciencia. ¿Cuántas ideas hemos tenido muchos de nosotros y nunca se han materializado por el entramado legal? Así, es muy difícil que la iniciativa y el emprendimiento personal tomen nunca impulso, aún cuando es más necesario.

En estos meses viajando por diferentes países hemos visto con nuestros propios ojos una total libertad de los individuos para procurarse el sustento y crear su profesión sin más limitación que su propia inventiva y el esfuerzo del día a día. No hay un marco legal estricto, pero todos tienen su oportunidad en la calle o en el campo. Hemos visto a gentes pescando libremente en la orilla del río o del mar, cultivando sus verduras en un pedazo de tierra y llevándolas al mercado a vender, sirviendo bebidas o comida casera en la calle, usando su propia furgoneta para transportar u ofreciendo su casa para alojar a los viajeros de paso. Es el otro extremo de la economía. Es la economía caótica, informal que nace de la necesidad. Pero es una economía flexible que ofrece posibilidades a todos.

En cambio nosotros, ante una crisis y el pavor a perder un salario: ¿cómo nos planteamos siquiera un final de mes?, ¿qué comemos sin dinero?

¿No será que las Normativas Legales que hemos desarrollado para regular y proteger a la Economía global, cada vez más actúan como una traba, entorpeciendo y limitando nuestro derecho vital de procurarnos un medio de subsistir más básico y natural?

Rajol.

98 km

Todos dicen que es una verdadera locura atravesar Mondulkiri para llegar a Ratanakiri. Ambas regiones están comunicadas por tan sólo una senda estrecha de arena y polvo rojo por donde es imposible que acceda un vehículo de 4 ruedas. Pero hemos de continuar nuestro rumbo hacia el norte (Laos) y evitar ese camino es obligarnos a retroceder para dar un tremendo rodeo.

Así que llegamos hasta Ko Nyec en una pick up (con 12 personas más), que es el punto de partida e intentamos negociar con los aldeanos para intentar que alguien nos lleve
en moto hasta Ban Lung, a 98km de distancia. Al principio, todo eran reticencias y suspiros. Después nos piden 50$ por hacer el trayecto (50$: ¡¡nuestro presupuesto de 2 dias!!). En un taller mecánico unos jóvenes nos proponen 38$ después de regatear un buen rato. Finalmente, conocimos a Andrew, un suizo completamente cubierto de polvo que nos explicó que venía precisamente de allí y su “driver” iba a volver de vacío. Con ellos finalmente conseguimos el trato por 30$.

A las 6.00 a.m. estábamos ajustando las mochilas de mas de 35kg entre las rodillas de Bomun, y sentándonos atrás de su moto Scooter. Menuda locura. La imagen ya era épica, pero faltaba experimentar lo mejor: el camino. 98km de tierra finísima, cubierto de polvo, surcado de baches, raíces y piedras. Bomun manejaba la moto con verdadera soltura con los pies prácticamente siempre en el suelo reptando como un gran lagarto, haciendo equilibrios para no resbalar en la arena. Además, había de sufrir mis continuos cabezazos con el casco integral cada vez que nos metíamos en un bache (-Ups! Sorry!- -No probleeem...-) o mis garras apretadas a su chaqueta cada vez que aceleraba para salir de un mar de polvo. La moto de Robiol no hizo más que dar problemas, se calaba, cambios de bujías rotas, ruedas pinchadas. Toda una odisea en la que no hacíamos más que mirarnos de reojo sin pronunciar una palabra.

Pero al final lo conseguimos después de casi 6 horas de traqueteo (Cálculo necesario: 98km/6horas=16km/hora). Con un sprint final, hicimos nuestra penosa aparación en la ciudad de Ban Lung, cubiertos de una nube de polvo, masticando arena, la boca completamente seca, la cara negra y los ojos llorosos, preguntándonos si habían conseguido batir algun tipo de record con nosotros. Al bajar de la moto escuché crujir todos mis huesos.

- Pero los tengo todos en su sitio.- pensé-. Y fue todo un alivio.

Rajol.

Carreteras perdidas de Camboya

La crisis económica a vista de pájaro...

Seguidamente os transcribimos la introducción del programa 469 de La Rosa de los Vientos (www.rosavientospodcast.com) que se escuchó en la madrugada del 8 de febrero del 2010. Nos ha parecido un planteamiento interesante sobre cómo encarar la crisis.


"Londres ha abierto sus puertas a La Escuela de la Vida. Se trata de un club que intenta fortalecer la necesidad de cultivar la mente por placer. Uno de sus primeros socios señala lo siguiente:


“Antes trabajaba y socializaba, pero no me paraba a pensar. Cuando me cansé de consumir productos y servicios empecé a consumir experiencias.”


No es una excepción. Hay cada vez más colectivos de este tipo. Podría pensarse que estas escuelas no hacen sino inaugurar una nueva forma de consumismo. Y en parte efectivamente es así, pero no por ello dejan de ser válidos determinados principios.


En anteriores décadas consumir, ser propietario, poseer, se había convertido en sinónimo de libertad. Y nada más lejos de la realidad, porque libertad es vivir sin ser dirigidos y consumir sin que nos señalen en qué dirección hacerlo, y mucho menos asegurarnos que eso es la felicidad.


Crisis como la que vivimos podrían ser una oportunidad para romper con esos principios, que no son más que los principios del consumismo como columna vertebral del sistema. La quimera a la que aspiran los que manejan los hilos del mundo para que la crisis finalice es precisamente que la columna vertebral siga en ese lugar. Se busca que tras el terremoto todo siga siendo igual. Por eso la recuperación de la crisis se valorará en función de la recuperación del consumo. De momento quizá no haya otro remedio, pero quizá ahora es el momento de abrir el debate y pensar que la crisis financiera puede enfrentarse también desde el optimismo por cambiar la base de la sociedad. El consumismo en que se basa este mundo nos consume sin darnos cuenta. Nos consume tanto que hemos llegado a pensar que sólo se sale de la crisis en función del nivel de satisfacción que genera lo que podemos parchear con dinero. El dicho popular recuerda que el consumismo es la mal crianza que nos deja la escuela de la economía. Una escuela que potencia el valor instantáneo de las cosas que define la categoría de las posesiones en función de la impulsividad en la compra. Una escuela en la que el valor de las cosas se mide según un código de barras y no al valor que tiene en nutrirnos mentalmente.


Darnos cuenta de eso podría ser un buen camino para corregir la fiebre de la chequera en la que nos hemos sumergido. Salir de la crisis igual no significa volver a esa fiebre y quizá mientras salimos de ella podemos comenzar a percibir que disfrutar de las experiencias, de la vida, de la conversación, del debate, de la lectura, del conocimiento, o de la radio es más satisfactorio que firmar nuestra última compra con una tarjeta de crédito."

la aldea sin tiempo: Pnong

La etnia minoritaria “pnong” se concentra en la región de Mondulkiri, cerca de la frontera con Vietnam. Tuvimos la oportunidad de convivir con Sntmun durante dos días en los que nos arrastró por la selva camboyana, crujiente y seca, para enseñarnos varias cascadas y dormir balanceándonos en una hamaca entre dos cañas gigantes de bambú. La noche fue muy fría y no pudimos dormir, así que nos levantamos hacer un fuego y Sntmun se unió a nosotros. Rápidamente nos trajo un aperitivo riquísimo en forma de rana. Las asamos al fuego y viendo como se hinchaban y crepitaban, pasaron los minutos y volvimos a entrar en calor. Al día siguiente volvimos rápidamente al poblado atravesando de nuevo la selva bordeando la senda que había abierto, días atrás, un elefante.

Sobre el mediodía llegamos a su aldea y nos invitó a comer en su casa, junto a su mujer e hijos. Recuerdo la humildad de su cabaña, hecha completamente de madera, la parte inferior convertida en un porche fresco, sombrío, donde se comía, se cocinaba, se recibía al invitado, se jugaba con los niños y se dormía, eso sí compartiendo el espacio con el picoteo de las gallinas, el gruñido de los cerdos y la mirada astuta de los perros. Descansamos en el porche y observamos la rutina de la familia: miradas serenas, movimientos suaves, la música exótica de sus palabras y el tiempo deslizándose lento y pesado por entre las rendijas de la casa. Si hubiese existido en ese mismo momento un reloj, se hubiese desvanecido en ese mismo instante, ya que el tiempo allí, no existe. Mientras disfrutábamos de esa extraña sensación, Sntmun preparó en una caña de bambú al fuego, una salsa deliciosa de berenjena y citronella y nos la sirvió con arroz. Comimos, bebimos licor y nos reímos como niños con unos cuantos trucos de magia.

Nos fuimos mirando atrás, sonriendo, y mientras nos alejábamos empezamos a sentir los segundos, volviendo a latir suave, tímidamente.

Rajol.

Life is a song... ya tenemos nuestra pequeña BSO.

Una mañana, un buen amigo compuso esta melodía a solas con su piano mientras recordaba algo escrito en nuestro blog. Es muy especial y por eso, a partir de ahora, será nuestra pequeña (gran) banda sonora.

La letra de nuestro viaje, por fín tiene su melodía.
Gracias...

Mundos de plástico.

Me quedo absorta mirando como unas mujeres entretejen con sus manos, hojas finas de bambú para hacer pequeños envases. Entrelazan una y otra hábilmente, y en pocos minutos tienen una frágil cajita entre sus manos. Es un trabajo laborioso e hipnótico. En estos envases naturales se cocerá después el arroz, se servirá la comida o acabarán de cajita de adorno natural para productos de cosmética. Pero esta tradición única y ancestral es hoy en día sólo una curiosa excepción, puesto que la cultura del plástico la ha desbancado rápida y eficientemente.

Botellas de agua de plástico, envases de comida de polipropileno, bolsas de aperitivos multicolores, bolsas de jabón o champú, botes de dulces, latas de cerveza siembran de sustancias químicas la orilla de los ríos, los bosques, los jardines de las casas. Es curioso, la basura anónima está esparcida allá donde mires, pero para ellos no existe. No la quieren ver. Nadie la recoge. Nadie recicla. Es cierto que siempre han existido los desechos, pero hace unos años eran de bambú y de hojas de plátano, todo absolutamente orgánico que la propia naturaleza se encargaba de transformar en algo útil para la tierra. Ahora estos plásticos químicos tardaran cientos de años en desaparecer. Pero todavía no lo saben. Con suerte la crecida del rio en unos meses lo apartará de su vista y de su orilla, pero ¿qué ocurre con sus vecinos del sur?, ¿y con sus peces?, ¿y su mar?

En nuestra cultura la implantación del plástico fue toda una revolución y también provocó en los primeros años un total descontrol. Pero aprendimos sobre la marcha y actualmente se implantan buenos sistemas de reciclaje paralelos a esta producción masiva e imparable.

Aquí, se ha originado una importación desorbitada e irremediable de productos envasados de mil envoltorios de plástico que no saben cómo gestionar. En los países de bajos recursos se ha exportado e impuesto una nueva conducta de consumo sin que paralelamente exista un plan efectivo de residuos, ni políticas de reciclaje, ni concienciación social ni mucho menos medioambiental. Esto está suponiendo una acumulación de basuras difícil de sostener. Y no saben cómo hacer frente a las montañas de plásticos que ahora se derrama en sus ciudades.

¿Por qué no educamos?, ¿por qué no ayudamos? Si nosotros estamos concienciados por fin, ¿por qué no informar a estos países que inundamos con nuestras exportaciones de plásticos, cómo hacer frente a estos residuos de una forma sostenible?

Las Dos Estaciones

Si Vivaldi hubiese nacido en un país tropical, no habría podido componer Las Cuatro Estaciones. La composición sólo habría tenido una brusca transición entre las dos únicas estaciones que reinan en países como Camboya. ¿Con que estación habría empezado la sinfonía? ¿Con el silencio cansado de los árboles aplastados contra el suelo resquebrajado, o con el estrépito de las lluvias torrenciales que inundan los arrozales?

Estamos en el tercer mes de la época seca y las temperaturas irán aumentando hasta el mes de abril. Hemos salido de las planicies del Mekong para subir a las montañas que lindan en el norte de Camboya con Vietnam. El paisaje se ha vuelto más ondulado, menos poblado, y con una flora más densa y seca. Los árboles parecen a punto de derretirse por el calor. Las copas son más ocres que verdes y la quema intensiva del sotobosque no ayuda en absoluto a mantener la humedad del suelo ¿Por qué arrasaran de esa manera con el fuego los árboles y los bosques de bambú? Hemos recorrido las carreteras de esta región perseguidos por una nube de polvo, y quilómetro tras quilómetro, el humo gris, la ceniza negra, los troncos caídos y las hojas secas han sido las paredes de un pasillo desolador. Tantos años para crear vida, y en unas pocas horas desaparece de la faz de la tierra. Son bastas extensiones sin ningún tipo de control que serán convertidas en plantaciones. Son tierras libres para la explotación, para aquel que quiera explotarlas. El camino que las atraviesa es una larga herida de arena, preludio de lo que serán estas tierras para los hijos del presente.

En la época seca Vivaldi habría utilizado muchos tambores y violines con acordes agudos que habrían agrietado la tierra. Los camboyanos, sin embargo, utilizan las guitarras eléctricas para animar sus fiestas. En estos meses áridos miles de jóvenes contraen matrimonio. Ya se ha recogido la última cosecha de arroz, y con los graneros llenos los padres del novio pueden pagar la dote. En las ciudades, sin miedo a que la lluvia agüe la fiesta, se ocupa una calle para hacer el festín. Se montan las mesas, el escenario, la cocina y la puerta adornada con flores para la recepción de los invitados. Las bodas duran 3 días para que los invitados tengan tiempo de conocerse.

Durante este mes sin nubes en el cielo hemos conocido sólo una de las dos caras de Camboya. Hemos visto como muchas pagodas mudan sus intrincados tejados, como se construyen sobre zancos nuevas casas, como el enorme Mekong baja desinflado, y como la tierra con su tez vieja se abre en mil pedazos. ¿Cómo será la Camboya al otro lado del año?

Robiol.

Cooperación Internacional

Timor Leste quedó atrás hace más de dos semanas y sin embargo, a raíz del desastre en Haití el tema de la cooperación internacional nos sigue resultando recurrente. De la labor que realizan las ONGs, las fundaciones y los organismos internacionales se han dicho muchas cosas buenas y otras tantas malas. Cuando el río suena es que agua lleva, y es fácil concluir que sabemos más de lo que nos venden que de lo que nos ocultan.


Hace 60 años el mundo se dividía entre las fuerzas capitalistas y las fuerzas comunistas. El poder del mundo se perseguía con el único fin de abolir uno de los dos sistemas. Hoy podemos zanjar que ganó el capitalismo y que el nuevo enemigo de la libertad, la seguridad y el bienestar, que disfruta sólo una minoría del mundo, es el terrorismo. A lo largo del tiempo siempre ha habido unos pocos que han movido los hilos de la historia a costa de engaños, genocidios, robos y un desprecio inhumano.


Pero, ¿Qué tiene que ver esto con la cooperación internacional? Después de estar en Timor y ver como Naciones Unidas había “ocupado” el país por el bien de los timorenses, de ver a los soldados americanos tomándose un café con sus uniformes y sus sofisticadas armas colgadas del hombro como si tal cosa, de saber que Timor Leste es rico en gas y petróleo, y de leer que la isla es limítrofe a un estratégico canal bajo el mar para el paso de submarinos nucleares, etc... ¿No sería lógico pensar que Naciones Unidas = EEUU tiene algo más que un interés solidario hacia Timor?


Hace 2 años un tifón asoló Cuba. EEUU, entre otros países ofreció ayuda a Cuba, pero Cuba se negó. Desde la prensa nos hacían ver el gobierno cubano como arrogante e incoherente por rechazar una ayuda que parecía tan necesaria. La realidad es que al año siguiente del desastre todo el mundo había recuperado su casa. Lo que Cuba no quería era lo que ahora está viviendo Haití.


La Cooperación Internacional que mueve a tantas personas comprometidas bien podría ser una cortina de humo para una nueva forma de colonización. El Banco Mundial ya ha adelantado una sustanciosa ayuda a Haití que hipotecará el futuro del país y condicionará su economía local para servir al mercado de Occidente. La ayuda se paga. Curiosamente EEUU (que ahora está más cerca de Cuba y ha tomado el control del gobierno local) y Francia (que fue el colonizador de Haití) han sido los más interesados en enviar efectivos del ejército a la isla. La ocupación militar está justificada porque abanderan la Ayuda Humanitaria.


La Cooperación Internacional es muy bonita en los libros. En la práctica no dudo que ayude a muchas personas y salve miles de vidas. Pero es también una apisonadora que allana el camino para que Occidente pueda volver a sus antiguas colonias, tendiendo una mano venenosa para dirigir el país, o explotar sus recursos naturales, o simplemente porque les acorta el camino hacia otros países que están en su lista de objetivos.


Robiol.

El latido del Tonle Sap

El Lago Tonle Sap es el Corazón de Camboya. Se podría decir que late según la presión arterial del Mekong, nutriendo de vida a todo el país.

Esto es debido a que, en época de lluvias, el Mekong baja imponente -alimentado por las nieves fundidas y los intensos monzones del norte-, y en su confluencia con el Rio Tonle Sap, su inmensa fuerza y presión provoca que éste invierta el sentido de sus aguas y las dirija en dirección ascendente, desembocando en el Lago y provocando que éste se hinche y se desborde inundando más de 12.000km², aportando una extraordinaria riqueza y un diverso ecosistema. En la época seca, ocurre el fenómeno contrario, el Mekong baja su presión arterial y es entonces el Lago el que nutre al Rio, vaciándose, contrayéndose y encogiendo su tamaño hasta tan sólo 2.500km².

De esta forma, cada año, el Lago se expande y se contrae en un único y descomunal latido y convierte a Camboya en el único país del mundo que posee un corazón, que además de gigante, es líquido.

Rajol.

Las Arcas de Noe del Mekong

La provincia de Kompong Chan tiene una pequeña isla, llamada Koh Paen, que se aferra a las profundidades fangosas del gran Mekong. En época de lluvias queda aislada y sólo es posible acceder a ella en Ferry. En la época seca en cambio, sus pobladores se afanan cada año en construir un largo y resquebrajado puente hecho de cañas de bambú. Es toda una ceremonia en la que todos participan y compiten. Este puente es una mano tendida a la persistencia.

Tras pasar el puente haciendo equilibrios, sintiendo las ruedas de la moto crepitar, nos encaminamos a unas pequeñas cabañas de caña dispersas en la orilla. De apariencia destartalada y frágil, esperan, resignadas a dejarse engullir por las primeras lluvias y el avance de la imponente lengua del Mekong en los próximos meses. Las gentes nos saludan desde su extrema pobreza, y sus gritos alegres se mezclan con el tintineo persistente de un martillo golpeando la madera. Tras una de las choza, descubrimos a un hombre joven que se esfuerza por tener su barcaza a tiempo. Todavía tiene que reemplazar algunas maderas rotas, reforzarlas con grandes clavos e impermeabilizar la proa. El tiempo avanza y la cuenta atrás no deja lugar al descanso, debe tener preparada su arca para sobrevivir a la crecida del rio. Cada año, con la llegada de las lluvias, el Mekong arrasará la orillas y con ella su pequeña choza, y es entonces cuando él subirá a la gran barca a su mujer, sus 3 hijos, sus gallinas y su perro, para cambiar el suelo firme por el añorado vaivén del río.


Diferencias.

Llevábamos varias horas conduciendo por una de las márgenes del Mekong, bajo un sol que se mezclaba con el polvo del camino y nos avivaba la sed en el cuerpo. Unos metros más adelante divisamos una sombrilla que le hacía sombra a uno de esos cajones de plástico naranja, que con certeza contenía dos bloques de hielo para enfriar las bebidas. Paramos la moto mientras desde la sombra se agitaba una mano que nos invitaba a sentarnos.

La mano pertenecía a una mujer que no hablaba inglés y que se excusaba en su idioma con mil sonidos ininteligibles. Entró en la casa y regresó con dos chicas adolescentes que se esforzaron con lo que habían aprendido en el colegio para comunicarse con nosotros. Rajol no se amedrentó con las dificultades y se enfrascó en explicarles de dónde veníamos y la pagoda que queríamos visitar. El público iba aumentando alrededor de Rajol, de niños tímidos que alternaban las sonrisas con caras de estupor. Me quedé absorto contemplando cómo dos culturas se esforzaban por conocerse, y en ese hilo que se tejía entre ambas parte se me fue el pensamiento hacia dentro, y recordé las palabras de un turista que habíamos conocido días atrás:

- Los camboyanos son tontos. Les dices tres veces lo que quieres tomar, y luego te traen otra cosa.

El turista, quizá no lograría a entender nunca que si hablase la lengua local, los camboyanos no tendrían dificultad alguna en entenderle. No son tontos, simplemente no conocen la lengua en la que les hablamos.

Alcé la vista. Los niños se habían acercado más a Rajol. Las dos adolescentes parecían recordar cada vez más frases en inglés y ahora eran ellas las que interrogaban a Rajol. Bajé la vista, miré la botella de agua que me mojaba las manos, le di un sorbo y me dejé llevar una vez más mientras el líquido frío me recorría la boca del estómago. Volví a aterrizar en otro recuerdo del pasado cercano. Estábamos en la orilla de un río y Rajol le preguntaba a un hombre si era pescador alzando los brazos como si sostuviese una caña de pescar. El hombre meneó la cabeza y Rajol casi al segundo se dio cuenta que en el Mekong la gente pesca con redes y no con caña, y por eso el hombre excusaba su ignorancia con gran humildad. Rajol repitió el gesto de los brazos, esta vez como si lanzase una red al agua. Ahora sí, el hombre asintió y nos premió con una sonrisa amplia que me dejo desconcertado con la cámara apuntando hacia el suelo.

No sé a dónde me querían llevar esta sucesión de recuerdos, pero sentía como un remolino por dentro que buscaba alcanzar algo. Miré a Rajol, y vi en ella a una mujer, con un cuerpo diferente al mío y esa diferencia, tan obvia, me sorprendió que fuese tan evidente. Sólo sé lo que veo, y lo que veo lo interpreto y lo proceso con mi cuerpo, con mi cerebro, pero somos tan diferentes y somos cuerpos tan ajenos que es sorprendente que podamos coincidir en este instante de tiempo y compartir este momento. Y soy testigo en este viaje de unas diferencias culturales que chocan con suavidad, porque se buscan y hay voluntad por entenderse. Cuantas diferencias entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres, entre jóvenes y mayores, entre profesionales, entre religiosos, clientes, consumidores y pacientes. Para ser tan diferentes dentro y fuera de nuestras fronteras, o sin ir más lejos, las mil diferencias que chocan en nuestro hogar, nos llevamos bastante bien ¿verdad?

En esta silla, bajo el cariño de una sombra, el polvo del camino se levanta con el paso de los vehículos de dos ruedas. Este paisaje tan diferente, tan lleno de detalles fascinantes, me infunde esperanza y optimismo para seguir el viaje sin temor a tantas diferencias y sin olvidar las consecuencias de no querer entender ¿Seguimos?

Robiol.