Gili Meno.

La isla de Meno está lo suficientemente cerca de la costa como para que uno no olvide que dejó atrás el mundo civilizado, y aun así nuestro mundo queda muy lejos. Este pequeño trozo de tierra, algo mayor que el planeta del Principito, ha sido nuestro retiro para empezar el nuevo año. Aquí, nos rodean los volcanes de Lombok y Bali, el mar en su estado más puro, los cocoteros y la sonrisa de los niños grandes y de los más pequeños.

Las mañanas empiezan desde las cuerdas vocales de los gallos, cuando el cielo está rojo y las nubes negras se mezclan con las últimas estrellas. El sol aparece por detrás de las enormes montañas y salta hasta el centro del cielo, donde se quedará la mayor parte del tiempo. Playas de arena blanca cosidas al océano por un cementerio de trozos de coral, de conchas y caracolas.

Y el espectáculo aun está por llegar. Con el primer pie sumergido en la orilla es imposible intuir lo que depara el aire líquido y azul que te invita a zambullirte sin más preámbulos. En estas aguas uno más que nadar vuela sobre alfombras de corales laberínticas por donde entran y salen pececillos y peces cada cual más fashion. Por ahí, bajo esa terraza que se extiende hacia el abismo del mar, se pasea un pez aguja amarillo con aires de condesa. Un grupo de robustos peces unicornio miran de reojo, desde la distancia, el tráfico marino, mientras una langosta desde su oquedad, se acicala sus largas antenas. Silencio, las aguas se congelan y contienen un suspiro. A lo lejos, detrás de los castillos de coral se ha mecido una sombra. Todos están listos para desaparecer, pero en seguida se relajan cuando ven que sólo se trata de una enorme tortuga risueña. Bucear sobre tanta vida, y tantos colores te vuelve pez y te hace olvidar de que lo que te impulsa a seguir buceando, no es una cola de sirena, sino tus dos piernas terrestres.

Al salir del agua, la sonrisa de felicidad se tuerce hacia una botella de plástico que intenta remontar la orilla. Más allá se ve otra, y entre la arena, lo que parece una caracola amarilla es en realidad un bote desechado de aceite de coche. Vuelves la vista al mar y solo ves agua cristalina, y más allá la selva de Lombok que sube por donde le permite el gran volcán. ¿Qué es ese sarpullido que me está saliendo?, me pregunta la isla. Es el ser humano, le respondo, que no sabe que te hace daño.

GIli Meno playa beach sea mar barca boat fishing pesca

En el puerto descansan un puñado de barcas aupadas sobre el mar con sus patines de bambú. Algunas son para pescar, otras para llevar a los turistas a bucear, y las últimas para el transporte de pasajero hasta las islas vecinas o el puerto de Bangsal. Es el medio para volver a al lugar que nos reclama, que tacha nuestra estancia en la pequeña isla como un acto de cursilería. El mundo que dejamos atrás y que nos separa de la naturaleza hasta llegar a despreciarla. El mundo que nos convence en invertir todas nuestras energías en un bien intangible, y en promesas que nunca llegan. Pero seguimos ahí, insatisfechos, entrando y saliendo de nuestros laberintos, de callejones sin salida, de deudas y de prisas. El mundo del bienestar, del consumo, de las aceras limpias, de la ausencia mágica de la basura que generamos. Un mundo de comodidades, de máximas por la eficiencia, y del modelo único de vida que pretende encasillarnos, estandarizando caracteres, sueños e ideas. Aquí, que sólo hay un mar precioso y un trozo de tierra con cuatro gallinas, me siento lleno y abrumado de nuestro mundo tan lleno de recipientes vacios.

BIENVENIDOS A INDONESIA

¡BALI… por fin! Después de 3 días con más de 30 horas acumuladas en 4 vuelos, aterrizamos en la paradisíaca isla. Pero sufríamos un jet lag tan fuerte y soporífero que apenas vimos la playa y caímos fulminados en el primer hostal elegido al azar. Así se explica que pasáramos nuestra Navidad durmiendo (lo siento familia, imposible siquiera caminar hasta el cibercafé más cercano). Nos costó dos días recuperar el cuerpo y la mente, pero a la que fuimos conscientes del resort de ensueño en el que nos habíamos despertado (¡todo Bali es un hotel de puro lujo!) y que nuestro presupuesto de un día se nos iba en unos noodles con gambas, pusimos proa hacia el archipiélago de Nusa Tenggara. Sepultamos en el fondo de la mochila nuestros forros polares y las botas de montaña, nos enfundamos el bañador y las chanclas, y tomamos un ferry hacia las Gili Islands.

My Mola Mola

Las Gili Islands son 3 minúsculos islotes de playas cristalinas. Gili AIR, es la más festiva y es donde se quedaron Pepe, Noemi, Marco y compañía. Gili MENO es la más tranquila, osease la nuestra. Es un pequeño paraíso de cocoteros, arrecifes de coral, arena blanca y aguas cristalinas. De hecho, aquí es donde nos quedaríamos a vivir para siempre. Pero tranquilos, de momento sólo pasaremos el Fin de Año.

Un dia en Los Angeles

Después de un mes y medio en la Bolivia de Evo, es suficiente con un día y medio en Los Ángeles del Merry Christmas. Después de 12 horas de vuelo, nos tomamos un forzado descanso en Los Angeles hasta el siguiente vuelo de conexión a Taipei (ver mapa!).

Los Ángeles es una ciudad kilométrica ¡160 millas!, de las que sólo recorrimos 3. Pero en ese reducido espacio vimos una pequeña muestra de lo que luego creo se multiplica y extrapola milla por milla hasta la saciedad. Paseamos entre papas noeles "ho ho ho", observamos incrédulos a un veterano de la guerra recogiendo periódicos del suelo, dejamos paso a enormes obesos bamboleantes, nos sentamos en el metrobús 125 con el típico latino pandillero, saludamos a varios morgan freemans y algún que otro eddie murphy rapero, esquivamos a niños en patín con una enorme hamburguesa en cada mano,… y así un largo y escalofriante etcétera compuesto por los más variopintos extras de una película hollywoodiense cualquiera.

Después paseamos por las playas de Sta. Monica, inmensas, largas, de los vigilantes de la playa. Pero en lugar de ver a éstos arrojándose a las olas con su flotador rojo, sólo vimos picotear la arena a un grupo de cormoranes y pelícanos. ¡Es invierno! Siento decepcionaros…

Recorrimos también algunas calles: ¡en Los Ángeles la gente no camina! Las avenidas de 4 carriles están infestadas de hileras interminables de lujosos todo-terreno Chevrolet. Y es curioso el aire que se respira. Lo masticarías. Tiene un aroma grasiento y dulzón, una mezcla deliciosa de kétchup, aceite y Donut que te embriaga y te arrastra irremediablemente a cualquier establecimiento de comida rápida. Cada cruce de calles es un centro comercial custodiado por un McDonalds o una gasolinera. Hamburguesas y petróleo dictan el entramado de la ciudad.

Así, todo el mundo conduce un auto. O un carrito de la compra. Estos últimos se ven brillantes deslizándose, abultados de regalos, de estantería en estantería, por los gigantes "stores". Pero también se ven otros mucho más oxidados que traquetean por las sucias calles, de basura en basura, arrastrados por indigentes que rebuscan, incansables, su oportunidad perdida.

32 en tránsito...

Mi cumpleaños empezó en la cola de un avión, con los ojos cansados y con destino Nueva York. Dejábamos atrás el Altiplano Andino para aterrizar en un paisaje de nieve que sólo veríamos desde las ventanillas del avión. En el aeropuerto de Newark, Rajol me ató unos cuantos globos a la mochila, y así paseábamos por la zona de tránsito. De vez en cuando, cuando alguien nos miraba, Rajol se envalentonaba en explicaciones a los extraños sobre mi cumpleaños, y la gente se dirigía hacia mí con un Happy Birthday. Entre tontería y tontería, confundimos la hora de embarque con la hora de salida del avión, y llegamos a la puerta 104 cuando ya casi habían cerrado el vuelo. Uff… Por los pelos… Durante el segundo vuelo con dirección a Los Ángeles aún era mi cumpleaños, y Rajol en su empeño por hacer un hueco a un día especial entre aviones y aeropuertos, consiguió que me trajesen un helado con frutas a mi asiento, sin velita porque las normas no lo permiten, con otro Happy Birthday que me sonrojó, y que trajo otros de los vecinos de asiento que me rodeaban. Ya en Los Ángeles y en el hotel, volvimos a dejar caer que cumplía años y nos respondieron con unas cervezas gratis para cenar y despedir mi cumpleaños. 32 añitos y aquí estamos, dando rienda suelta a una idea; seguir soñando como cuando éramos enanos y soñábamos tanto…

Robiol.

cumple en L.A.

Gripe RA

Llamada inicialmente Gripe Rajol hasta que las ventas de rajols cayeron en picado. Se trata de una mutación de la gripe común que ataca a aquellas personas que están de viaje. Los síntomas que se han podido registrar hasta ahora, porque habrá más, son: torceduras de tobillo, estragos intestinales, infecciones subcutáneas por picaduras de araña y deshidratación.

Para evitar el contagio no hay hasta el momento recomendaciones registradas. Si cree estar contagiado, rogamos se dirija al hospital más cercano y evite tomarse la molestia de contactar con su seguro de viaje, porque este no le tomará en serio, y en consecuencia le dará un paracetamol para el dolor.

La gripe Ra no es mortal, pero pica mucho y obliga a ingerir grandes cantidades de antibiótico, antiespasmódicos, arroz blanco, patata cocida y pollo salcochado.

Robiol.

Susto

Por fin nos avisaron de que el taxi esperaba en la puerta del hostal. Subimos el equipaje y el conductor puso rumbo al aeropuerto de La Paz. El coche ascendía hacia El Alto, y sentíamos en la lejanía de las luces que quedaban atrás, como Sudamérica se desvanecía y deformaba en una amalgama de recuerdos. Nos dejamos llevar por el silencio del motor superando la pendiente de la noche, que rayaba los cristales a gran velocidad. El taxi llegó por fin al linde de la urbe, torció a la derecha y se adentró en el aeropuerto a través de una superficie despejada y vacía, donde se veía algún avión mal iluminado en medio de la noche.

Volábamos con LAN. Nuestro vuelo no aparecía en las pantallas de salidas. Nos dirigimos a información, aun ajenos a lo que se nos avecinaba, y allí descubrimos que nuestro vuelo no operaba desde hacía 6 meses. Las oficinas de LAN estaban cerradas y nadie cogió ninguno de los muchos teléfonos a los que llamamos ¿qué podíamos hacer? Teníamos que estar en Lima en menos de 48 horas, y la noche de ese día ya la teníamos perdida. No nos daba tiempo de hacer el recorrido en autobús. Por internet comprobamos con estupor que todos los vuelos estaban llenos en los siguientes dos días. Era fin de semana, y la Navidad acaparaba todos los asientos a Lima, Nueva York, Los Ángeles, y demás combinaciones que podían irnos bien.

Regresamos a Sudamérica con el sentimiento de volver a un lugar que ya habíamos desterrado del futuro a corto plazo, y que por ente no nos pertenecía. Desandar el hilo de luces que nos llevó nuevamente hasta el centro fue opresivo. Nos engullía el silencio de la incertidumbre y la impotencia. Hasta la mañana siguiente no podíamos hacer nada.

Nos despertamos con el peso de los acontecimientos pellizcándonos las sienes. Los nervios nos habían devorado el estómago, pero para hacer tiempo hasta que abriesen la oficina de nuestra salvación, engullimos un desayuno. Diez minutos antes de que las oficinas de LAN abriesen, ya estábamos en frente de la puerta. A partir de ahí todo empezó a relajarse. No fue difícil que nos diesen la razón por no habernos informado del cambio. Al parecer nuestro vuelo había sido adelantado 7 horas, y lo habíamos perdido. Nos hicieron un hueco en el vuelo de la tarde de ese mismo día, y conseguimos llegar a Lima 24 horas antes del vuelo a Indonesia. Suerte que habíamos previsto un buen margen entre vuelos, de lo contrario no nos hubiésemos podido permitir otro billete hasta Asia. Pasamos una noche horrible, dormimos con una neurona puesta en cada solución que se nos iba ocurriendo, y al final solo necesitamos dar con la persona adecuada para solucionar el contratiempo. Pudimos habernos ahorrado muchos nervios, pero somos humanos.

Robiol.

Las otras impresiones: Bolivia

Viajando por Ecuador y Perú sólo oíamos cosas buenas de Bolivia. De Perú hemos oído cosas malas desde el norte y desde el sur. Y nuestra experiencia, que se reduce a un universo sumamente pequeño en el espacio y el tiempo, ha sido que los peruanos son encantadores, a pesar de las constantes críticas de sus vecinos bolivianos y ecuatorianos. De los ecuatorianos también guardamos un cariñoso recuerdo.

Cada día nos intentábamos convencer de que las cosas eran diferentes, y cada día le dábamos a Bolivia una nueva oportunidad. El problema: la gente. Nunca hasta ahora, en ningún otro país, nos habíamos tragado tantos males sabores de boca. Contando con una mano la gente buena que nos encontramos en este país, el resto, quizá debido a la mala suerte, para no ser injustos y caer en la generalización, nos han tratado mal, donde el engaño y la mentira han sido una constante. Cada día ha sido un ejercicio mental para desenmascarar a los malos, y ya de ante mano no podíamos evitar pensar que todos nos querían engañar. Ocurre que al toparnos con personas de buenas intenciones, de virtudes que en casa calificaríamos más bien como normales, teníamos que llegar a disculparnos ante ellos por nuestra suspicacia y desconfianza. Llegaba un momento en que resultaba cansino y nada divertido. Regateaban con mala cara y se enfadaban si proponías el precio justo. Cuando pedías información a todo lo que preguntabas te decían que sí, para luego descubrir que el autobús con baño, asiento semi-cama y tres paradas para estirar las piernas, era en realidad, un autobús de los que se exhibían en los museos, con asientos simplemente reclinables, sin baño, con la rueda debajo que te despedía hacia el techo en cada socabrón, y con parada sólo en aquellos sitios donde se bajaban los pasajeros. ¿Discutir? ¿Reclamar? Sólo servía para pasar un mal rato y poner en peligrosa tensión las venas del cuello. Nos ha costado entender que en estos diálogos de besugos, en los que te puedes llegar a convertir increíblemente en el mentiroso y embaucador, es mejor pasarlo por alto y dejar de blandir la bandera de defensa de “tus derechos”. ¿Qué derechos? Y es que alguno se ha salido por la tangente aduciendo que siempre somos los españoles los que nos quejamos y que esto es Bolivia y aquí no tenemos ni voz ni voto. Qué gran verdad, y que triste solo poder disfrutar de este país cuando estábamos perdidos por las montañas lejos de los bolivianos.

Seguro que la predisposición que hemos adquirido ante los bolivianos tiene mucho que ver con nuestras conclusiones. Pero tampoco nos parece justo que en este blog sólo hablemos de las maravillas que cruzan nuestros ojos, y así, había que citar como una experiencia más nuestra desidia.

Si alguien nos pregunta que nos pareció Bolivia. Lo tenemos claro: es un país precioso, pero los indígenas son muy cerrados, no sienten ninguna curiosidad por ti, y no tienen el más mínimo interés en compartir nada contigo. Así, el viaje es más una experiencia geográfica y gastronómica, y para nada un intercambio cultural. Ya al final del camino, descubrimos que su trato con nosotros nada tenía que ver con el color de nuestra piel, o el origen que delataba nuestro acento. Entre ellos se tratan igual de mal que con nosotros. Y es que no es lo mismo ver Bolivia, que vivirla, y en el mes y medio que hemos pasado en este país creemos haber tenido una experiencia bastante representativa.

Y para no acabar este párrafo de forma tan pesimista, añadir que en La Paz, un amigo boliviano nos trató siempre de maravilla, y en Potosí nos sentimos como en casa. En el departamento de Santa Cruz y en la ciudad de Cochabamba nos encontramos con unos bolivianos completamente distintos: abiertos, alegres y cercanos. Gracias, por habernos sacado del oscuro túnel de la estupefacción. Y mil disculpas a todos aquellos bolivianos que nos perdimos conocer y que seguramente nos habrían llenado con el mito de su hospitalidad.

Robiol.

Las dos Bolivias

Bolivia está partida en dos geográficamente, el oriente de ricas tierras bajas tropicales y el occidente del altiplano frio y empobrecido.

También hay dos Bolivias en cuanto a gentes que las ocupan. Por un lado, los campas hasta ahora siempre habían tenido el poder. Ocupan las zonas tropicales más ricas en cuanto a pastos, agricultura y economía. Son de tez blanca, de influencia brasileña y occidental, sonrientes y extrovertidos. Po otro lado, los kollas representando a los indígenas o gente del altiplano conformados por más de 50 culturas. Son chiquitos y morenos, visten de forma tradicional, sometidos desde siglos por la historia y la pobreza, privados siempre del poder, son desconfiados, parcos en palabras, incluso huidizos. Los kollas nunca han podido mostrar su verdadera realidad. Pero ahora esto ha cambiado: Evo les ha restablecido su identidad. Les ha devuelto sus vestidos, sus lenguas, su historia. Y se quieren sentir de nuevo orgullosos, fuertes y con voz. Quieren existir y sentir que existen, y todo el desprecio acumulado que han recibido de antaño, lo devuelven hoy multiplicado con saña hacia el blanco que se intenta acercar a ellos. El espejo del racismo refleja ahora su más viva imagen. Evo ha sido reelegido, aquí todos dicen que no tiene programa, que Evo y el MAS (Movimiento Al Socialismo) sólo es una reacción social, amparada mayoritariamente por un grupo más que abultado de asociaciones locales indígenas. Evo, un antiguo cocalero, creía hace 5 años que no iba a ganar jamás unas elecciones nacionales, en cambio, ahí lo tienen recién reelegido, paseándose con humildad pero con desatado vigor adornado con guirnaldas de coca, fruta, y verduras, enalteciendo al pueblo. Lo siguen una inmensa masa de mujeres vestidas con bombín, o sombreros de paja sobre sus largas trenzas, polleras de colores intensos y enaguas cortas, también cocaleros sombríos de tez curtida. Hoy la nueva élite política representa a la inmensa mayoría del país, el pueblo indígena, que nunca triunfó en las interminables y siempre fracasadas rebeliones antiguas. Hoy mediante el voto democrático, son los verdaderos ganadores y van a conducir el país tal como ellos decidan, según su Pachamama, al margen del sistema capitalista que nos embarga a todos.

De muy cerca, la élite blanca conservadora campa, vigila con cierto temor y recelo este movimiento social que amenaza su estatus. Se saben minoritarios, pero actúan con la impunidad de sentirse propietarios de todo aquello que genera la mayor parte de ingresos y riqueza de Bolivia: recursos naturales, gas, agricultura, banca, etc.

Recorrer Bolivia durante las Elecciones presidenciales es sentir el odio y el orgullo kolla del frio altiplano, y oír los susurros conspiratorios campas que soplan del cálido trópico.

. . . b U e n A s F i E s T a S . . .

Felicitación Navidad con texto

..¡Un malabarista en Buena Vista!

Salimos del hostal Nadia. En la plaza corretean unos niños. Se respira un aroma dulzón a lluvia tierna en la tierra. Encaminamos nuestros pasos hacia uno de los banquitos de la plaza.

Allá dos frágiles figuras se mueven despacio, al acercarnos los vemos colocar con extremo cuidado sus collares artesanales hechos de semillas. Sí, son ellos. Nos saludamos con cariño y conversamos con palabras sencillas. Su suave acento francés se desliza por sus dedos mientras acaricia unas pelotas de malabarista. Animamos a Robiol para que haga unos juegos. Las pelotas, cambian de manos, y tímidamente despiertan. A los pocos segundos, voltean llenando de color el aire. ¡Átomos verdes, rojos, amarillos suspendidos en el aire..! Poco a poco los niños dejan sus juegos y se acercan a curiosear. Se sientan alrededor. Una nariz roja de payaso da un toque de simpatía a la noria mágica dibujada por las manos de Robiol. Risas contenidas. Manitas que se retuercen. Explosión de aplausos. ¡Ups! OOhhh… ¡Una pelota cae! Después, otra más.. Pero vuelven rápidas al juego circular, no se quieren perder la diversión. Al cabo de unos minutos, el ritmo se vuelve lento y las pelotas parecen llamar a su verdadero maestro. Cambian de nuevo de mano. El artista francés improvisa, toma tres pelotas, luego cuatro, ¡después cinco! Sus pies dibujan figuras imposibles en el suelo, baila con los ojos fijos en sus pelotas de colores que flotan en el aire como estrellas. El espectáculo brilla. Aplausos infantiles, grititos agudos de sorpresa.

Al final, los niños corren tímidamente hacia la frágil figura para entregarle unas monedas. Son pocas, y de poco valor, pero eso no importa. El maestro las mira complacido y las cuenta. Después elige una de ellas y se la entrega a Robiol. Robiol la mira. La admira. Robiol conmovido.

Rajol.

Bolivia: Elecciones Generales 2009

María ha corrido el rodillo metálico del cyber-café donde trabaja. Sí, los domingos tampoco libra. Al poco de darle al interruptor de la corriente, los primeros clientes de la mañana han aparecido puntuales y fieles al juego que no terminaron el fin de semana pasado. Los más pequeños se aúpan en las banquetas para llegar al monitor, y como sus manos pequeñitas no dan para alcanzar todas las combinaciones letales del teclado, entre dos o tres se reparten las armas del héroe del juego, y sus movimientos por callejones repletos de zombis y monstruos que hay que aniquilar. Gritan, se exaltan, se delatan sus descubrimientos y se sorprenden con las armas que, a medida que avanzan, son más grandes, destructivas y luminosas.

A la media hora los niños desaparecen y empiezan a entrar los mayores. María les pregunta a cada uno si ya han votado. Sí, dice el primero en tono comprometido, fui a votar a las 4 de la mañana. Las calles están llenas de lluvia en este pequeño pueblo del Amazonas boliviano, y los porches están llenos de gente que especula sobre la evolución de las elecciones generales.

Evo presidente. Lo dicen con pesar los que quieren el cambio con Manfred, y lo esperan sin ninguna duda los tantos otros que ven la reelección con optimismo. Los que ya han votado respiran con aire relajado, sentados al resguardo de la lluvia que viene y se va. Comen empanadas de pollo con la mano limpia de tinta que no han utilizado para identificar su voto. El pulgar de color azul antes de votar, y de color lila el índice o el meñique para sellar el voto. Las manchas de tinta en los dedos me recuerdan a las tiritas de un análisis de sangre, y la salteña que comen, el primer bocado después de ayunar toda la mañana, y después, la espera del que no quiere que aparezca nada malo en los resultados.

María no puede votar porqué aun es menor de edad. En esta lluvia de mañana de domingo, en este pueblo rodeado por la selva y los mosquitos, sólo se dedica a cobrar los tiempos de consumo de las máquinas, a charlar y reír con las amigas que la visitan fugazmente y a preguntar más por cortesía que por curiosidad, a los que ya votaron. Podría ser como cualquier otro domingo, tranquilo y sosegado. Y así será, mientras Evo gane las elecciones.

Robiol.

Seis recuerdos del Amboró de Macuñucú.

Nos impresionó tanto el Amboró de Samaipata que decidimos adentrarnos también por la parte norte del Parque. Para ello, viajamos hasta Buena Vista, y de ahí hasta Sta. Rosa, desde donde caminamos los 14km de palmeras que nos separaban de la pequeña comunidad de Macuñucú. Allá permanecimos 2 días, en un campamento solitario de cabañas de madera, rodeados tan sólo de selva y lluvia.

Sólo 6 recuerdos:

El aliento caliente y húmedo que te arroja la selva cuando suspira,

La imagen de unos niños jugando en el río turbio, cubiertos por una hojarasca parpadeante de mariposas amarillas,

Correr perseguidos por tormentas convertidas en espesas cortinas que aplastan todos los átomos de vida contra la tierra,

Explicarle a Pablo, sentados en su banquito, que los relámpagos no son las chispas de los cascos del caballo de San Pedro cuando galopa por el cielo,

Caminar siguiendo, sin parpadear, el vuelo suspensivo de una pequeña luciérnaga en la oscuridad.

Enroscarnos dentro de nuestras crisálidas de nylon, en las que se convirtieron las mosquiteras, mientras un universo metálico de insectos plagaba las paredes de la habitación.

Rajol.

Super Robiol II: misión fracasada.

Super Robiol no pudo, ni aún con sus conocimientos de ingeniería mecánica, evitar la avería que arruinó los frenos del taxi en el que viajábamos.
Así, que esperó sentado, tal como muestra la foto:



Por suerte, un clavo despuntado, una madeja de hilo y mucha maña lograron “clausurar” el orificio por donde escapaba el líquido de frenos.
¡Y pudimos continuar nuestro camino a Sta. Cruz..!

Rajol.

Rozando apenas el Parque Natural del Amboró

En el camino que va de Sucre a Sta. Cruz, se encuentra Samaipata, un pueblecito situado en el codo de los Andes, justo en la esquina del triángulo formado por el Chaco, el Amazonas y los Andes. Aquí puedes encontrar bosques nublados de helechos gigantescos o secos cañones de montañas peladas con algún cactus despistado apuntando al cielo.

De la mano de Carmelo, salimos una mañana de excursión por el umbral del Amboró, uno de los parques naturales más grandes de Bolivia, flanqueado por una muralla de inaccesibles montañas. La temporada de lluvias ya debería de haber empezado, así que fuimos adentrándonos en esa pequeña selva empujados por un húmedo viento y bajo la mirada gris de las vastas nubes agazapadas en las cumbres. El verde y el rojo son los colores que se apoderan de tus pupilas; el espesor de la selva es de un verde penetrante y se combina con el rojo ladrillo del barro del camino. Sólo a veces, estos dos colores se ven pespunteados por una ráfaga de intenso amarillo o azul que pasa veloz con el revoloteo de una gran mariposa.

Atentos al ruido del bosque, cada tres pasos, nos paramos, escudriñamos la maleza, dejamos pasar unos segundos, y continuamos avanzando. El ruido del bosque te habla con un murmullo de hojarasca seca y el crujir chirriante de las cortezas de las palmeras. O de repente te grita, con el agudo graznido de algún tucán, kurubú o oropéndula en pleno vuelo. O se calla con el silencio de los segundos que quedan suspendidos tras el salto inesperado de algún insecto. También te cuenta con el borboteo cansado y metálico del rio; o te advierte, con el fragor del repique de dos troncos contra el viento. Todo forma parte de un discurso intenso, lleno de sentido, que silencia nuestras palabras. Allá, en las profundidades verdes, no se te ocurre objetar.

Una osada serpiente se nos enfrentó, mordaz, en la grieta de un camino, una iguana gigante huyó ágilmente bajo las ramas ante nuestros pasos, y multitud de coloridas aves nos observaban poderosas entre el reino de sus ramas. Mientras tanto, nosotros avanzábamos lentos y torpes, espantando a manotazos las nubes de mosquitos, tropezando con lianas que se nos aferraban a los pies, pinchándonos a cada rama, y resbalando por el pegajoso fango. Pasos desgarbados de botas de gran ciudad.

Todavía se escuchan las risas en lo más profundo de la implacable selva…

Rajol.

Indonesia y Timor Leste


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