Camboya en medio del tiempo...

El tiempo pasa rápido, tan rápido que ya hemos consumido más de la mitad del viaje. Cuando rebasas esta línea en su geometría psicológica empiezas a respirar que habrá un fin, un último avión que nos llevará a casa. Piensas si por entonces ya será el momento de volver, o si ya lo fue o si todavía no lo es. Piensas como arrancarás de nuevo después de acostumbrarte a hacer y deshacer el hogar que cabe en las mochilas. Cuentas los meses que faltan y salen aun muchos días, pero estos ya son menos que los viajados, y sientes que desde aquí hasta ese finito, los días se sucederán cada vez más rápido.

Antes de partir hacia Sudamérica escribíamos también sobre el tiempo, pero lo hacíamos desde su lentitud para alcanzar un futuro lleno de expectativas. Los días por entonces avanzaban en un extraño equilibrio entre las rutinas que acabarían de forma súbita y los preparativos que daban forma al viaje. Al final llegó el día de partir. Fue de madrugada. Las farolas iluminaban con luz naranja carriles sin tráfico. Barcelona dormía el sueño previo al estallido de un nuevo día.

Somos dos, conviviendo todas las horas del día. Hay días buenos y no tan buenos, donde la convivencia pasa de ser una elección del instinto a ser un auténtico reto. Desde aquí lo cuestionamos todo, nos cuestionamos continuamente. Tenemos tiempo para reflexionar, para pensar sobre minucias irrelevantes, sobre política, sobre nosotros, sobre vosotros y sobre ellos. Estamos aprendiendo a conversar, a escuchar y a respetar las diferencias inherentes a cada cosa y a cada uno. Viajando entiendes que todo puede resolverse de muchas formas distintas, que no hay una única manera de actuar ni de vivir la vida. Nadie tiene la razón absoluta porque todo se basa en la experiencia de cada uno. Todo vale aunque nuestro mundo se empeñe en inculcarnos que sólo hay una forma de vida en la que prima el dinero, las propiedades y la “calidad de vida”, dentro de una legalidad que también pude ser cuestionada.

El tiempo ha seguido avanzando a pesar de aludirlo en el primer párrafo de este escrito. Su infinito nos hace cada vez más pequeños y a pesar de ello vivimos unos segundos por alguna razón, por un sentido que quizá no lleguemos ni a rozar con los dedos. Lástima. Camboya ha quedado atrás, nos ha dado mucho, y sin embargo no podemos cuantificarlo. El tiempo seguirá su curso ajeno a lo que hagamos con nuestra vida. Tic tac… alguien acaba de nacer… Tic tac… alguien ya se ha ido…

Robiol.

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