La provincia de Kompong Chan tiene una pequeña isla, llamada Koh Paen, que se aferra a las profundidades fangosas del gran Mekong. En época de lluvias queda aislada y sólo es posible acceder a ella en Ferry. En la época seca en cambio, sus pobladores se afanan cada año en construir un largo y resquebrajado puente hecho de cañas de bambú. Es toda una ceremonia en la que todos participan y compiten. Este puente es una mano tendida a la persistencia.
Tras pasar el puente haciendo equilibrios, sintiendo las ruedas de la moto crepitar, nos encaminamos a unas pequeñas cabañas de caña dispersas en la orilla. De apariencia destartalada y frágil, esperan, resignadas a dejarse engullir por las primeras lluvias y el avance de la imponente lengua del Mekong en los próximos meses. Las gentes nos saludan desde su extrema pobreza, y sus gritos alegres se mezclan con el tintineo persistente de un martillo golpeando la madera. Tras una de las choza, descubrimos a un hombre joven que se esfuerza por tener su barcaza a tiempo. Todavía tiene que reemplazar algunas maderas rotas, reforzarlas con grandes clavos e impermeabilizar la proa. El tiempo avanza y la cuenta atrás no deja lugar al descanso, debe tener preparada su arca para sobrevivir a la crecida del rio. Cada año, con la llegada de las lluvias, el Mekong arrasará la orillas y con ella su pequeña choza, y es entonces cuando él subirá a la gran barca a su mujer, sus 3 hijos, sus gallinas y su perro, para cambiar el suelo firme por el añorado vaivén del río.
Tras pasar el puente haciendo equilibrios, sintiendo las ruedas de la moto crepitar, nos encaminamos a unas pequeñas cabañas de caña dispersas en la orilla. De apariencia destartalada y frágil, esperan, resignadas a dejarse engullir por las primeras lluvias y el avance de la imponente lengua del Mekong en los próximos meses. Las gentes nos saludan desde su extrema pobreza, y sus gritos alegres se mezclan con el tintineo persistente de un martillo golpeando la madera. Tras una de las choza, descubrimos a un hombre joven que se esfuerza por tener su barcaza a tiempo. Todavía tiene que reemplazar algunas maderas rotas, reforzarlas con grandes clavos e impermeabilizar la proa. El tiempo avanza y la cuenta atrás no deja lugar al descanso, debe tener preparada su arca para sobrevivir a la crecida del rio. Cada año, con la llegada de las lluvias, el Mekong arrasará la orillas y con ella su pequeña choza, y es entonces cuando él subirá a la gran barca a su mujer, sus 3 hijos, sus gallinas y su perro, para cambiar el suelo firme por el añorado vaivén del río.
2 comentarios:
Vuestras "miradas" son huellas invisibles que dejais a vuestro paso. Una sonrisa, una mano tendida, compartir momentos...sois buenos embajadores....
Molt bo! Sembla d'un enviat especial d'un diari! Segueix treient-li suc a aquestes històries!
Publicar un comentario