La recesión económica todavía coletea feroz y nos arroja un resultado de más de 4 millones de personas sin empleo y otras muchas miles que sobreviven con un sueldo básico que apenas les da para cubrir sus gastos. En estas circunstancias, y cuando las ayudas y prestaciones son insuficientes o llegan irremediablemente a su fin, muchas familias podrían llevar a cabo una iniciativa empresarial por necesidad y crear fácilmente un pequeño negocio con el que subsistir sin depender de forma absoluta de la volátil y escasa oferta de trabajo de la gran multinacional. Las gentes podrían cultivar y pescar para vender su excedente en los mercados, elaborar artesanías o productos, utilizar su vehículo como medio de transporte público, hacer de su salón una sencilla peluquería o colocar unas mesas en su patio y servir comidas caseras.
Todo esto que parece tan sencillo, y que permitiría a muchas familias salir de una verdadera agonía económica, en la actualidad en España es imposible. ¿Por qué? Por qué todo en nuestro primer mundo está subyugado al concepto de la propiedad privada y a las múltiples normativas legales. Para montar un pequeño negocio, primero has de tener un patrimonio y garantías que te respalden, después obtener los permisos y licencias pertinentes, cumplir con sempiternos requisitos legales y superar una densa burocracia. Esta labor puede significar mucho tiempo, muchos recursos, mucho tesón, y por supuesto, una infinita paciencia. ¿Cuántas ideas hemos tenido muchos de nosotros y nunca se han materializado por el entramado legal? Así, es muy difícil que la iniciativa y el emprendimiento personal tomen nunca impulso, aún cuando es más necesario.
En estos meses viajando por diferentes países hemos visto con nuestros propios ojos una total libertad de los individuos para procurarse el sustento y crear su profesión sin más limitación que su propia inventiva y el esfuerzo del día a día. No hay un marco legal estricto, pero todos tienen su oportunidad en la calle o en el campo. Hemos visto a gentes pescando libremente en la orilla del río o del mar, cultivando sus verduras en un pedazo de tierra y llevándolas al mercado a vender, sirviendo bebidas o comida casera en la calle, usando su propia furgoneta para transportar u ofreciendo su casa para alojar a los viajeros de paso. Es el otro extremo de la economía. Es la economía caótica, informal que nace de la necesidad. Pero es una economía flexible que ofrece posibilidades a todos.
En cambio nosotros, ante una crisis y el pavor a perder un salario: ¿cómo nos planteamos siquiera un final de mes?, ¿qué comemos sin dinero?
¿No será que las Normativas Legales que hemos desarrollado para regular y proteger a la Economía global, cada vez más actúan como una traba, entorpeciendo y limitando nuestro derecho vital de procurarnos un medio de subsistir más básico y natural?
Rajol.
Todo esto que parece tan sencillo, y que permitiría a muchas familias salir de una verdadera agonía económica, en la actualidad en España es imposible. ¿Por qué? Por qué todo en nuestro primer mundo está subyugado al concepto de la propiedad privada y a las múltiples normativas legales. Para montar un pequeño negocio, primero has de tener un patrimonio y garantías que te respalden, después obtener los permisos y licencias pertinentes, cumplir con sempiternos requisitos legales y superar una densa burocracia. Esta labor puede significar mucho tiempo, muchos recursos, mucho tesón, y por supuesto, una infinita paciencia. ¿Cuántas ideas hemos tenido muchos de nosotros y nunca se han materializado por el entramado legal? Así, es muy difícil que la iniciativa y el emprendimiento personal tomen nunca impulso, aún cuando es más necesario.
En estos meses viajando por diferentes países hemos visto con nuestros propios ojos una total libertad de los individuos para procurarse el sustento y crear su profesión sin más limitación que su propia inventiva y el esfuerzo del día a día. No hay un marco legal estricto, pero todos tienen su oportunidad en la calle o en el campo. Hemos visto a gentes pescando libremente en la orilla del río o del mar, cultivando sus verduras en un pedazo de tierra y llevándolas al mercado a vender, sirviendo bebidas o comida casera en la calle, usando su propia furgoneta para transportar u ofreciendo su casa para alojar a los viajeros de paso. Es el otro extremo de la economía. Es la economía caótica, informal que nace de la necesidad. Pero es una economía flexible que ofrece posibilidades a todos.
En cambio nosotros, ante una crisis y el pavor a perder un salario: ¿cómo nos planteamos siquiera un final de mes?, ¿qué comemos sin dinero?
¿No será que las Normativas Legales que hemos desarrollado para regular y proteger a la Economía global, cada vez más actúan como una traba, entorpeciendo y limitando nuestro derecho vital de procurarnos un medio de subsistir más básico y natural?
Rajol.
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