El reloj de arena de la isla de Lombok,




Lombok es la isla alternativa a Bali.


Subidos a unas motos 125cc recorrimos sus carreteras, dejando atrás nuestro campo base: el ruidoso Senggigi y sus playas paradisíacas. Durante cinco días reseguimos la grisácea costa nororiental de arenas negras y pescadores de orilla, y regresamos atravesando la pequeña isla por el interior, reflejándonos en los mil espejos de agua que inundan sus campos de arroz.

Los pocos pueblitos que encontramos crecen a lo largo de las cunetas, como las flores, y todo son grititos y manos agitándose dándonos una cálida bienvenida.

Lombok es verde espiga y añil mar. Y sus gentes son un puñado de sonrisas. Viven en pequeñas casas, rodeadas del cacareo de sus gallinas, con su pedacito de tierra sembrado de verduras, y su bote de pesca para salir a la mar. Los niños, después de la escuela, juegan columpiándose a los árboles intentando hacer caer sus frutas, mientras las mujeres se reúnen en los warugas* para pelar mandiocas, coser o charlar. Los hombres preparan sus redes o sus aperos de labranza, con sus Gudang Garam** humeantes colgados de su labio inferior, taciturnos, esperando la lluvia, una voz amiga, o simplemente cómo llega la noche. A veces se escucha como alguien tararea una dulce canción, interrumpida por la explosión de una carcajada o el llanto de un bebé.

Todos comen de su tierra, de sus árboles, de sus gallinas y del pescado de su mar. Todo es de todos. Las frutas, el arroz, y los peces abundan. Y es fácil ver como todo se comparte. Sus casas han sido levantadas con la ayuda de cien manos del pueblo y el tesón de los años, y la tierra que la rodea no tiene escritura, ni vallas que la limiten. Algunos, incluso han creado un pequeño negocio pegado a sus casas como un sencillo restaurante o una tienda de acopio, pero pasan casi desapercibidos, sin estridencias ni reclamos, como si se tratase tan sólo de una distracción familiar. En las aldeas de Lombok nadie tiene un trabajo remunerado, nadie ficha, y nadie tiene objetivos. No hay horarios. Ni miedo a ser despedido. Nadie tiene hipoteca, ni póliza de seguros. Por no tener, no tienen ni cambio de 50.000R. El dinero sólo lo trae el turista.

Es curioso cómo en cambio nosotros nos hemos dejado enmarañar por el próspero desarrollo económico. Nos sentimos afortunados por tener un trabajo alienador que nos consume durante 10 horas al día y que necesitamos para poder pagar con puntualidad la hipoteca a 30 años de nuestro 4º 3º situado en un maravilloso cinturón industrial, muy próximo a la capital. También necesitamos ese trabajo para esperar en la cola del súper, los viernes a última hora, y pagar con Visa esas insípidas naranjas que importamos ahora de Marruecos. Llegamos exhaustos a los fines de semana, salimos, nos emborrachamos, y soñamos con un gran estreno cinematográfico o gritamos con el partidazo de liga, protagonizado por actores y futbolistas multimillonarios, que nada tienen que ver con nosotros. Con suerte, también disfrutaremos, de 28 días de vacaciones al año para poder coger un avión y escapar, y perdernos en cualquier rincón del planeta, e imaginar, por sólo un momento, que otra forma de vida es posible.

… ¿Pero, cómo será el futuro de la nueva generación de Lombok? Pienso en esa multitud de jóvenes indonesos, que nos adelantaban en sus flamantes HONDAS vestidos a la última, y que miraban de reojo nuestras mochilas, mientras comprobaban por enésima vez su cuenta del FACEBOOK en un móvil NOKIA de última generación.

Rajol.

2 comentarios:

Gildo Kaldorana dijo...

Si, me gusta la imaginación que tienes en tu relato.
Veras como dentro de treinta años se parecen muy mucho a nosotros, los llamados del primer mundo.
Salud y suerte.

Jose dijo...

¿Pero,aun quedan sitios asi?, me temo que debe ser de los pocos, me ha encantado vuestro relato, precisamente ahora que me estoy leyendo un libro que quizas conozcais y sino, os lo recomiendo. Se titula "La caida", y habla de como se pasó de una vida estilo "Lombok" al estilo actual, por desgracia, es cuestion de tiempo que dicho estilo contagie los pocos rincones que quedan...
Ojalá se inviertiera el sentido y pudieramos soñar que en un futuro el exito de las personas se midiese en su felicidad y no en los ceros de su cuenta corriente...¿cuando despertaremos?