Tenemos que correr. El tiempo se nos ha echado encima y estamos rodeados de montañas que se retuercen en valles que hacen las distancias larguísimas. Nos quedan 4 días para llegar a Cuzo y nos separan tantas horas de autobús que no tenemos más remedio que salvar el tramo Lima-Cuzco en avión. Esta noche estamos en Cajamarca y hemos decidido hacer nuestro primer trayecto nocturno hasta Trujillo, hacia la costa, donde la Panamericana nos permitirá llegar a Lima en una noche más.
Los pistones vacilan antes de que el conductor consiga despertar al motor. Nos deseamos las buenas noches, reclinamos los asientos y nos vendamos los ojos para dormir hasta nuestro destino. Entramos en un traqueteo de sueños interrumpidos y reales, de experiencias vividas que se mezclan con estos paisajes. Dormimos un sueño ligero, con el periscopio atento a la superficie. Una voz se cuela por la mirilla y baja por el oído. Es más fuerte que el vaivén de los baches, de los cláxones de vehículos que se cruzan. Despertamos a la vez y ajustamos los sentidos. Ahora el grito tiene palabras:
“Pare, pare, nos vamos a matar.”
Nos miramos sin entender, y es otro pasajero el que ahora grita que hay un abismo. El autobús se para. Los pasajeros murmuran mientras el conductor y el revisor salen del autobús para comprobar algo. Detrás de la cortina y del vaho de la ventanilla solo hay una oscuridad inmensa. Una pasajera llama a la policía. No tiene buena cobertura pero nos da para entender lo que sucede. Las luces del autobús no funcionan. El autobús arranca y los pasajeros indignados vuelven a protestar contra el conductor que conduce a ciegas. Alguien vuelve a gritar que nos van a asaltar, que nos vamos a despeñar, que vamos a chocar contra un vehículo que venga de frente. Está cundiendo el pánico. Nosotros nos quedamos a la expectativa. Parar allí en medio y apearse puede ser tan peligroso como conducir por la pista de tierra que se abre entre las montañas.
Hay pasajeros que se levantan nerviosos. El autobús avanza. Nosotros optamos por convencernos que el conductor sabe lo que hace. Poco a poco las voces van desapareciendo, bajamos el periscopio y volvemos a sumergirnos en el mundo de los sueños.
6 horas más tarde llegábamos a Trujillo, sanos y salvos, y con nuestros vecinos de butaca decepcionados por sentir que sus quejas y bramidos no habían sido justificados.
Robiol.
2 comentarios:
La crónica es sensacional.
Sólo le falta un documento sonoro y alguna foto de la histeria colectiva.
Capdevila
!!Qué valor!! es increible que seais vosotros los que contempleis la escena y además podais dormir de nuevo.Me imagino la foto.
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