Fiestas de LA MAMA NEGRA en Latacunga.

Nos despedimos de Quilotoa y pasamos una noche en Latacunga para descansar, por fin, del frío y la altitud. Latacunga es una ciudad castigada 3 veces, en 3 siglos, por el feroz Cotopaxi y uno se percata enseguida que ha perdido todo su esplendor inca y colonial de antaño, y, cansada se ha reconstruido a base de monótono cemento. Abundan en sus calles el color gris y las barberías, y se perfuma con un denso aroma a polvo, mote (maíz hervido) y chicharro.

Ese gris ceniza del que está compuesta la pequeña ciudad se convierte en un desfile de color y alegría cuando el calendario se detiene en el 23 de setiembre, día de la Virgen de las Mercedes. Este mismo día empiezan las celebraciones de la Mama Negra, fiesta inmensa, donde un sinfín de pintorescos personajes rememoran, por un lado, la última erupción del Cotopaxi allá en el 1742, cuando los habitantes buscaron la protección de la Virgen, también se celebra la liberación en 1851, por fin, de la condición de esclavos gracias a la intervención de la Virgen, y por último, el proceso de expulsión de los moros de la Península Ibérica, cuya celebración fue trasladada también, a estas tierras. Así, hay elementos de orígenes indígenas, hispánicos y africanos, que se enredan y mezclan, para crear una única y cálida fiesta.

Los personajes más importantes del desfile son el estrambótico Rey Moro (representado por un engalanado niño con cetro) y la pintoresca esclava Mama Negra (hombre vestido con batas de mujer y con la cara tiznada de negro) que irrumpen montados a caballo dirigiendo un caótico y estridente ejército de baile que lanza por las calles de la ciudad. A estos dos personajes, se le añaden los priostes o generales y el Ángel de la Estrella, que ordenan y organizan el paso de innumerables comparsas de personajes fantásticos como los Urcu Yapas (representando al Dios Cerro), los tiznados, yumbos, loeros, ashanguos, carishinas, engastadores… (todos ellos de connotaciones religiosas e indígenas) que abarrotan las calles con sus danzas torpes, sus espejitos de colores y sus gritos de alcohol animando a la gente a participar en sus alocados y torpes bailes.

Las alegres bandas de músicos con sus trombones, saxos y tambores, los custodian, y alejan todo mal hinchando el aire con una rítmica melodía hasta explotar en 5, no más, notas agudas e hipnóticas que se sincronizan perfectamente con los giros coloridos de las faldas de las deliciosas bailarinas.

Presidiendo cada comparsa, un grupo de muchachos carga con un chancho (cerdo) abierto en canal, amoratado, ciego, seco e inmóvil, abrazando el cielo en cruz atravesado por una estaca y adornado de finas cintas de colores y brillantes banderines. Aunque hay infinitos reclamos religiosos, es realmente en su honor, en el del cerdo, que se celebra esta fiesta maltratada, y por él, se canta, se baila y se bebe alegremente; por él, se invaden las calles de puestecillos ambulantes y se arrastran carretillas repletas de su agrio aroma asado, de sus cueros (cortezas), de sus secos de carne y chicharros, vapuleando y atropellando, en cada esquina de cada 23 de setiembre, su miserab
le alma.

Rajol.


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