1200 d.C. Los Chachapoya
La civilización Chachapoya es uno de los misterios más recientes del Perú y las interpretaciones de historiadores, arqueólogos y antropólogos están poco debatidas como para darlas por ciertas. Dicen los pocos libros sobre el tema que los Chachapoya emigraron desde Colombia hace muchos años, y que en una de sus expediciones dieron con lo que hoy conocemos como la Laguna de los Cóndores. Este paraje se ubica hoy en día a 36 kilómetros de la electricidad, la televisión y el dinero, y ello ha contribuido enormemente, al mismo tiempo, a su saqueo y conservación.
La sensación que se siente después de muchos kilómetros de barro, cerros, piedras afiladas y bosques viejos debió ser la misma que sintió el primer Chachapoya que alcanzó el lugar. La laguna es un espejo negro enmarcado por montañas puntiagudas donde la vida se superpone y se apelotona formando una selva espesa. Las plantas crecen unas sobre otras buscando la luz que monopolizan los árboles más altos, que a su vez, se pudren lentamente por los líquenes y musgos que devoran sus cortezas. La laguna, además, es rica en truchas y hoy las pescan los poco más de cien turistas que suben hasta aquí anualmente.
El acceso a la laguna se realiza por una planicie que se alza vertical sobre el inmenso depósito de agua. Los Chachapoya construyeron aquí una urbe con más de 130 casitas redondas de tejado cónico, que se distribuían sobre la superficie de forma orgánica. En el lado opuesto de la laguna, dispusieron sus mausoleos, buscando el refugio de las rocas verticales con techos desplomados, que los protegían de la lluvia y los animales. Sus difuntos eran momificados con las rodillas y brazos doblados, consiguiendo que los fardos funerarios fuesen pequeños. Los mausoleos eran casitas construidas en lo alto de las paredes donde se albergaban las momias. Se colocaban tanto en el interior de las casitas de piedra como en las ventanas. De este modo los muertos observaban el día a día de los vivos y velaban por ellos desde el otro lado del espejo de agua.
1400 d.C. Los Incas
Los Incas en su afán de conquista de Sur a Norte, dieron irremediablemente con los Chachapoya. La ubicación de estos últimos eran estratégica para el comercio con las tribus de las selvas bajas del Amazonas. Pero los Chachapoya no se lo pusieron fácil a los Incas, y a diferencia de la resignación de los otros pueblos que se adhirieron con facilidad al Imperio Inca, los Chachapoya lucharon por su libertad y opusieron una gran resistencia a la conquista. La lectura que se hace de los restos arqueológicos indica que finalmente ambas culturas convivieron juntas, aunque el rencor de los Chachapoya perduró hasta la llegada de los españoles.
1500 d.C. Los españoles
Cristóbal Colón ya ha descubierto Las Indias y la iglesia ávida por salvar a la nueva humanidad se une a las expediciones de jóvenes aventureros que van tras el mito de las ciudades de oro. Atahualpa, desde Ecuador lucha contra su hermano para hacerse con el control del imperio Inca. Los Chachapoya en su nuevo status de pueblo conquistado esperan la llegada de su Dios; un hombre blanco barbudo.
Los españoles avanzaban por los nuevos dominios de La Corona a lomos de sus caballos. Cuando los españoles llegaron al valle de Uctubamba, los Chachapoya reconocieron rápidamente a su Dios, lo que ayudó en gran medida, no solo a conquistar a los Chachapoya, sino también a acabar con el imperio Inca. Pero esto es otra historia.
Los españoles con su superioridad militar y como portadores de nuevos virus, iban acabando rápidamente con el estilo de vida y la sabiduría que largamente se había cosechado. Las ciudades se iban despoblando, y poco a poco en las selvas se hacía el silencio. La Laguna de los Cóndores no fue una excepción y los Chachapoya acabaron abandonando este emplazamiento tan especial. Las momias se quedaron solas en lo alto de los riscos, viendo como poco a poco el ingenio de toda una cultura iba desapareciendo bajo la lápida de los siglos.
Una leyenda popular cuenta que antes de abandonar la urbe de la laguna, los Chachapoya hundieron en las profundas aguas de la laguna, uno de sus símbolos sagrados: un becerro de oro macizo. Otra historia dice, que el rescate en oro que exigió Pizarro para liberar a Atahualpa, fue en gran medida, reunido por los Chachapoya. Pero estos, al descubrir la traición que acabó con el emperador Inca, los Chachapoya arrojaron todo el oro al fondo de la laguna. Las leyendas de becerros de oro y tesoros hicieron que en los años 70 un grupo de buzos se sumergiese en las aguas profundas de la laguna, emergiendo con las manos vacías.
1950 El Sr. Farges
El Sr. Simion Farges era ganadero. Su hacienda acababa donde empezaban las tierras de su primo, con el que no tenía una buena relación. Cualquier excusa daba pie a una disputa y siendo ambos poseedores de armas de fuego, el siguiente malentendido podía acabar con muertos. Una mañana se sentó a meditar sobre ello y viendo que las diferencias entre él y su primo eran tan grandes convino adentrarse más allá de las montañas conocidas para buscar nuevos pastos.
Caminó atravesando, praderas, ríos y densos bosques. Más adelante siempre se alzaba una montaña más alta. Ese día sentía que las fuerzas le acompañaban y el espíritu explorador le empujaba hacia arriba. Por fin, casi habiendo consumido los últimos rayos del sol, llegó a la fila más alta, y desde allí pudo ver como bajaba la ladera hasta detenerse en un plano que serpenteaba entre las montañas.
En la Plaza de Armas de Leimebamba, si uno escudriña sobre la historia de La laguna de los Cóndores, puede llegar a escucha varias versiones diferentes. De todas ellas os dejo la que dice que el Sr. Farges regreso a los pocos días con un sobrino, porque no tenía hijos, para descender a aquella llanura. Caminaron a lo largo del río, subieron una loma y dieron con la laguna. El paisaje sobrecogió los corazones de aquellos hombres de la montaña. Se sentaron y almorzaron. Las nubes atravesaban el cielo y la laguna las reflejaba algo más apagadas. Una sombra cruzó el sol y el Sr. Farges alzó la vista y vio un cóndor. Se dejó llevar por aquella imagen, y su pensamiento sobrevoló la laguna. Se sentía el primer hombre que pisaba esas tierras. Desde el otro lado de la laguna, entre los árboles, las momias lo miraban con curiosidad y recelo. El Sr. Farges estableció a partir de entonces su residencia en la laguna de los cóndores, pero no sería él quien descubriría el legado de los Chachapoya.
1980 El Sr. Julio
Las tierras en pocos años fueron cambiando de manos. La lejanía e inaccesibilidad del lugar las empujaron a un nuevo abandono. Estas tierras son comunales, lo que significa que pertenecen a quien las trabaja. El nuevo propietario en adquirirlas fue el Sr. Julio, que había dejado la profesión de policía del pueblo por la de ganadero. Abrió de nuevo el camino hasta la laguna. La llanura suponía un respiro territorial ante la saturación de pequeñas parcelas que padecían los alrededores de Leimebamba.
1996 Las tumbas despiertan
Los peones del Sr. Julio reciben la orden de ampliar la deforestación de la llanura para conseguir más pastos. Se trabaja de sol a sol desde el filo de la cuenca de la laguna hasta el río Siogue. Bajo los cadáveres de los árboles van apareciendo extraños círculos y piezas de cerámica. Es la aldea de Llaqtacocha que abandonaron los Chachapoya antes de hundir el becerro de oro en la Laguna. Los peones siguen con sus trabajos sin darle demasiada importancia al descubrimiento. Unos días más tarde, desde el mismo lugar donde se vio el vuelo del cóndor, algo llama la atención de un peón desde el otro lado de la laguna. Entre las rocas se ven unas líneas rojas con formas geométricas. Un pequeño grupo sale a investigar mientras otro lo observar perderse en el interior de la selva que queda al otro lado. Cuesta mucho desplazarse por la tupida vegetación y más aun salvar los 100 metros de laderas verticales que les separan del avistamiento.
Cuando llegan no pueden creer lo que están viendo. ¡Un tesoro! Sin entender lo que tienen delante, y sin escuchar el lamento mudo de las momias, los peones cambian de oficio por el de huaqueros y empiezan a expoliar el mausoleo. Saben que aquello es ilegal, pero la fortuna que pueden conseguir con aquello les nubla los sentidos. Afortunadamente se corre la voz en el pueblo. El Sr. Julio es amenazado por los huaqueros para que no evite el saqueo. Pero las momias gritan y alguien oye la llamada de socorro.
1997: Emergencia
Las autoridades de Leimebamba consiguieron detener el expolio e incautar una gran cantidad de material a los huaqueros. El descubrimiento de momias no tardo en llegar a los medios de comunicación, y con estos la noticia llego a todos los rincones del mundo (menos al mío). El número de visitantes creció, haciéndose imposible el control de la zona por la lejanía del lugar. Los nuevos visitantes resultaron ser tan poco respetuosos como sus descubridores y el lugar se deterioraba por momentos. Se hacían fotos con los huesos humanos despojados de los fardos, removían los tejidos, los objetos, los andamios de madera…
En el mes de julio, con la estación de lluvias a punto de empezar, The Bioantrhopology Foundation Perú y El Centro Guayaquil coordinan un proyecto acelerado de tres meses para recuperar el lugar. En un primer momento se planteó dejar las momias en el lugar original, pero el deterioro de las visitas y la imposibilidad de controlar el lugar con garantías, llevaron a los responsables del proyecto a tomar la decisión de sacarlas de su privilegiado lugar. Varios historiadores peruanos pusieron el grito en el cielo ante aquella decisión, pero el tiempo apremiaba y no había tiempo para la reflexión.
La ciudad de Chachapoyas, que actualmente centraliza el turismo de las ruinas Chachapoya del valle de Uctubamba, quiso hacerse con los restos y llevárselos a la ciudad. Pero el pueblo de Leimebamba se unió y se enfrentó a las autoridades y cuerpos de la policía para evitar que se llevasen su emergente patrimonio. No fue fácil, pero lo consiguieron. El siguiente problema al que se tuvieron que enfrentar fue nada menos que encontrar un lugar para más de 200 momias sin techo. Durante tres años se guardaron en una casa de Leimebamba, garantizando las mejores condiciones de conservación.
En junio del año 2000 se inauguraba el Museo Leimebamba-Centro Comunal de Cultura y Desarrollo. El emplazamiento del museo, la arquitectura, la distribución de los espacios, la zona verde, los paneles informativos, etc. fueron cuidadosamente diseñados y pensados. El resultado es un museo excepcional, orgullo del pueblo de Leimebamba y con una inversión del gobierno peruano nula.
Hoy el museo lucha por no ahogarse, pues sus pocos visitantes cubren un porcentaje muy pequeño de los costes de mantenimiento. Leimebamba, su gente, su museo, sus innumerables ruinas de los alrededores (a parte de la Laguna de los Cóndores), son un auténtico reclamo turístico que está esperando ser descubierto por aquellos turistas que buscan algo más “auténtico”.
2009 La nueva amenaza:
Los pumas y osos que habitaban los alrededores de la laguna atacaban con éxito al ganado que se había introducido en sus dominios. Los ganaderos optaron por envenenarlos y poco a poco los depredadores dejaron de ser una amenaza. El cóndor, a su vez, fue comiendo los cadáveres envenenados y también pereció. Hoy, la laguna de los cóndores no tiene cóndores.
Una nueva amenaza se cierne sobre la laguna, sobre su fauna y sus bosques. La industria minera sabe muy bien que el hallazgo de restos arqueológicos puede generar un problema insalvable a la hora de explotar una zona. Los Chachapoya podrían hacer que la minería perdiese una importante área de explotación de oro, y por ello han solicitado la concesión de un área de 200.000 hectáreas, donde la laguna de los Cóndores queda completamente contenida. Sorprendentemente, el gobierno de Alan García ha dado luz verde a la empresa minera estadounidense Virgen del Carmen, lo que implica irreparablemente: la contaminación de lagunas, ríos y acuíferos, la deforestación y el cese de la actividad rural y turística del valle de Uctubamba.
La estrategia de las empresas extranjeras mineras es siempre la misma. Mandan a un equipo de ingenieros a la zona para realizar estudios muy caros del suelo. La comunidad, que por ley tiene el derecho de ser consultada ante una concesión de estas características, puede revocar en un referéndum local la decisión del gobierno central. Pero si la empresa ya ha realizado los estudios geológicos, por un malabarismo legal inexplicable, si la comunidad rechaza la concesión, esta tiene que sufragar el coste del estudio, lo que representa una deuda hacia la empresa enorme. Ello obliga a que la concesión siga su curso. Los ricos ganan y los habitantes de la zona son arrastrados a la pobreza y a la miseria, perdiendo no solo sus riquezas, sino su forma de vida. El sector minero se vende a las comunidades como una oportunidad para crear puestos de trabajo y riqueza en la zona. Pero la minería allí donde ha ido, ha dejado un panorama dramático: hambre, enfermedad, explotación, abuso y crimen.
La historia de la minería en Sudamérica es lamentable y muy bien conocida por toda la desgracia que ha acarreado a los locales. Este nuevo episodio de la minería pone en jaque a una nueva comunidad, que está unida y es consciente de los que se le viene encima. Una nueva batalla entre David y Goliat, donde David podría ganar, pero Goliat seguirá amenazando.
Aterrizaje Minero. Cultura, conflicto, negociaciones y lecciones para el desarrollo desde la minería de Áncash, Perú de Vladimir Gil, es una publicación del Instituto de Estudios Peruanos. El prólogo indica “cómo sería posible para la nueva minería evitar sólo extraer riqueza entre tanta pobreza, como se ha venido haciendo desde su inicio colonial.” Vladimir Gil recoge con lucidez la reflexión de un campesino que dice:
Estimado ingeniero, ¿podría explicarle a mi burro que esta agua turbia de mal olor está limpia?
Robiol.