Quilotoa, o en quechua Quirotoa, es un estupendo lugar para los amantes de la montaña. La aldea se asienta sobre una planicie al borde del cráter del volcán. Desde 1797 esta chimenea de la tierra duerme y ha mudado su caldo incandescente de lava por una inmensa laguna de agua fría. Hay un camino que desciende hasta una playa de arena desde donde diferentes caminillos trepan por las empinadas laderas. Allí se dirigen los turistas, que bajan animados por la fuerza de gravedad favorable, cubriendo el descenso en poco menos de media hora. Pero ascender se hace arduo y pesado. Cada paso es un suplicio que golpea la cabeza y hace de la cima un lugar inalcanzable para la voluntad. El ascenso cuesta casi dos horas y no son pocos los que alquilan los servicios de un burro para despegarse del suelo, del polvo y del esfuerzo.
Hoy nos hemos acercado hasta la laguna para admirarla en silencio, cada uno con sus ojos y sin los ojos del otro. Es extraño este frío que trae el viento bajo un sol que cae vertical sobre el ecuador del día. La luz es blanca te obliga a mirar los reflejos sobre el agua en ángulo oblicuo. Los 3.800 metros sobre el mar son un pequeño empujón para estar más cerca del cielo. Manchas negras recorren la superficie del agua devorando los colores y suben veloces por las empinadas laderas de roca y arena. Son las nubes que traen algo de sombra ocultando el sol que abrasa a través del frío.
Robiol.
1 comentarios:
Gracias por esta magnifica carta postal!!!!
Esperemos un otra :-)
Anna y Julien
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